Por José Antonio Figueroa
De Jaime Durán se cuentan muchas anécdotas. Entre estas, que tiene la costumbre de decorar su departamento de acuerdo con la tendencia política de sus invitados. En un tiempo corría el rumor de que se había reunido con algunos dirigentes de la izquierda -tal vez René Mauge, o Alfredo Castillo- en su departamento, oportunamente decorado con fotografías del movimiento obrero, cuadros del socialismo real y, porque no imaginarlo, de Lenin (el comunista, valga la aclaración). Terminada la reunión, los dirigentes de izquierda salieron del departamento, pero tuvieron que regresar un rato después ya que habían olvidado algo. Al regresar, cual no sería la sorpresa, al encontrar prácticamente otro departamento, decorado ahora con fotos de Camilo Ponce Enríquez, José María Velasco Ibarra o Jorge Luna Yepez, dispuestos de modo preciso, junto a otros invitados como Jaime Nebot, León Febres Cordero o Alberto Dahik.
Estos chismes políticos que formaban parte de las conversaciones entre compañeros de la Universidad Católica me vinieron a la memoria al escuchar la entrevista que Jaime Durán ofreciera el viernes 2 de abril en el programa La Pizarra de Alfredo Serrano Mancilla. Para estar a tono con el programa de Alfredo, Jaime Durán se mostró progresista y de avanzada; se declaró gran admirador de la irreverencia de Yaku Pérez y en especial de la de Manuela Picq, mientras exponía una tesis central de su ideario político y del neoliberalismo: los electores de hoy representan a una sociedad posindustrial, hipertecnificada e hiperindividualizada. En cuanto a gustos, operan como los consumidores en el mercado: libertarios, optan por la desregulación, y la fragmentación y prefieren la superficialidad, como evidenciaría la multiplicidad de partidos y tendencias que definieron la primera vuelta en Ecuador o las elecciones en Perú.
Las aseveraciones de Durán, sin embargo, parecen una exposición doctrinaria y no una análisis: la fragmentación política en el Ecuador más que una opción libertaria de los votantes fue el resultado de una acción deliberada de cuatro años de persecución sistemática al correísmo encaminada a minar una popularidad y un nivel de aceptación de ese movimiento que llegó a la sorprendente cifra de un 80% y que durante 10 años de gestión, rondó alrededor del 60% de aceptación. Durante cuatro años, a la persecución al correísmo, a los encarcelamientos, al exilio forzado, el veto y el silenciamiento de sus militantes, se sumó una fragmentación partidista y una reducción del quehacer político a la descarada satisfacción del interés particular de las elites. Al mismo tiempo en que el gobierno de Lenin Moreno repartía los hospitales a las mafias roldosistas, se promovía la fragmentación política, hasta llegar a casi 300 organizaciones reconocidas por el Consejo Nacional Electoral. En este contexto, sorprende cómo el correísmo mantiene un voto duro superior al 30%.
La promoción de la idea de la banalidad y la superficialidad de los electores por parte de los ideólogos del neoliberalismo va más allá de reducir las campañas electorales a eslóganes como lo ha hecho Durán en Argentina y Ecuador. La banalización de la política busca crear un escenario en que se profundiza el escepticismo entre las mayorías, al tiempo que se debilita la función reguladora del estado y se le cede la soberanía a las mafias y a las corporaciones privadas. Como el mismo Durán lo reconoce, el ascenso de Luis Arce en Bolivia con más del 52% de apoyo, luego del golpe de estado promovido por la extrema derecha y luego de 13 años del gobierno del Mas, y casos como el del triunfo y el mantenimiento de los niveles de popularidad de López Obrador en México desmienten la teoría de la fragmentación y banalización de la política y muestran, más bien, ideas y proyectos divergentes sobre la política. Más que criterios antropológicos atribuibles a los electores lo que está en juego son proyectos políticos contrastantes entre la desregulación neoliberal, lúmpen y posmoderna y los proyectos que buscan recuperar el papel regulador del estado en beneficio de las mayorías. Este pequeño detalle podría explicar por qué, a pesar de 4 años de persecución sistemática, el correísmo conserva niveles de popularidad que lo convierten en la primera fuerza política del país y en la opción más clara para el poder los próximos cuatro años.