Nebot se confesó públicamente y fabricó un acto penitencial abierto que le vuelve a mostrar como un político incapaz, arrogante y petardista. Porque lo de esa noche (26 de junio) fue otro acto negativo de atrición (la confesión por vergüenza y el temor al infierno) también de contrición suponiendo que las magras demandas podían fallar o dejar de convencer a la feligresía urbana que escuchaba anonadada tamaña singularidad.

No solo fue la decisión de anunciarle al país que no sería candidato a la presidencia de la república en las elecciones del 2021. Nebot, el político que nunca fue político, no pudo dejar de hacer lo que ha hecho por 36 años: mentir y después hacer una confesión entre la vergüenza y la culpa, actitud propia de quien siempre ha preferido la astucia a la inteligencia. O el populismo a la honradez.

¿El poder también necesita confesarse como restitución de sus fallas y errores?
Qué va a hacer el ‘ex político’ guayaquileño para evitar y evitarse él mismo, el temor de haber confesado su insolvencia. Desde la precariedad de su tiempo vencido y en ese estricto sentido, el de la mentira y la incapacidad, Nebot deja de ser representativo y pasa a ser un penitente deambulatorio, que espera cristalizar el último acto de su oscura carrera en la administración pública: que algo (o alguien) le absuelva.

A quien solo le encantan los eventos más que los procesos, plantea una consulta popular ‘para la prosperidad del pueblo’, que él va a diseñar y encabezar. Y que el país (la conciencia subjetiva) pudiera asimilar o entender, que en su clausura de la vida política activa, Nebot inventa una salida honrosa: “…he resuelto, romper mis propias ataduras y hacer algo mucho más importante que ser presidente, algo que quizás sea lo más relevante que me quede por hacer, en el resto de mi vida pública: es luchar para que ustedes, el pueblo, lleguen por primera vez al poder y cambien positiva y verdaderamente al Ecuador”. No son, por supuesto, las confesiones de Rousseau ni las de San Agustín, sino las confesiones de un ex político laxo, de poca monta. Provocada la catarsis, solo queda esperar las reacciones y hacer los respectivos cálculos haciéndole guiñadas al vicepresidente Otto Sonnenholzner.

Es decir, conjurar el destino asignado para él -nunca será presidente del Ecuador-despojarse de todo arbitrio conceptual para ‘ceder el poder al pueblo’. Freud diría que hay pulsiones escondidas en el ex alcalde, cercanas al narcisismo y a ciertos complejos, y que para acceder al perdón promete dedicarle al pueblo sus postreras energías: “El último esfuerzo será para ustedes, solo para ustedes”. El mesianismo es la otra cara del ensimismamiento. En medio de este melodrama dieciochesco, con lagrimones incluidos, Nebot proyecta el privilegio de la reconciliación pública con sus fantasmas internos, aquellos que le han asediado desde que fue gobernar del Guayas (designado por el entonces presidente León Febres Cordero en 1984, su mentor); diputado en 1998 que le sirvió para impulsar la Ley de impuestos a la salida de capitales (ICC) antesala de la dolarización y del feriado bancario; finalmente, alcalde de Guayaquil, cargo que ejerció ‘democrática y autoritariamente’ por 18 años, 9 meses y 4 días, desde el año 2000 hasta el 2019.
A la espera de su autobiografía, que es la otra forma de confesión y desahogo, el ex candidato Nebot, mientras tanto, deberá afilar distintos pretextos para derogar sus pecados capitales y de los otros, aquellos tropezones y deslices como cuando fue gobernar y ordenó a la policía disparar ‘sin contemplaciones’ al pueblo. Los exabruptos y bravuconadas en el congreso nacional, cuando enfebrecido desafió a sus colegas (el ‘ven para mearte’ es de antología) o la última, la estupidez de octubre del año pasado para mandar que los indígenas se queden en el páramo.

Lo que hizo Nebot esa noche del 26 de junio, -descoyuntar el tiempo- fue el último intento por construir el gran discurso de la verdad sobre la democracia, con argumentos imaginarios o inexistentes: “¿Y cómo pueden hacer eso?” -se preguntó. “Pasando por encima de todos los políticos, de todos los partidos, de cualquier presidente, asambleísta o funcionario local, y sacudiéndose de la extrema izquierda, estatista y fracasada; y de la extrema derecha, que no tiene alma, ni conciencia social y solo vela por sus intereses”.

Porque las confesiones propiamente, son un acto que se resuelve en la intimidad, en la penumbra de un confesionario cuando son pretendidamente sinceras. De lo contrario, muestran el rasgo monstruoso y perverso de quien ha vivido para mentir y ocultar, -como ha hecho Nebot- corresponsable, por acción u omisión, de las graves violaciones a los derechos humanos y desapariciones forzadas ocurridas en el gobierno de León Febres- Cordero.

Aquella ‘enunciación performativa’, que significó la confesión pública de su fracaso como político, también tuvo sus matices cómicos y risibles. Por ejemplo, el sui géneris mecanismo para diseñar otro ‘contrato democrático’ que deberá nacer de una consulta popular ‘y que nadie podrá cambiar’. Los atributos del poder que anticipa el caos si no se cumplen sus demandas. Ahí estuvo la obviedad y la previsibilidad del dirigente socialcristiano. Por eso insistió, en el tono acostumbrado: “Solo así se van a solucionar los problemas económicos heredados o actuales y se anularán sus causas”.

Desde su extremismo ideológico y neoliberal, pronostica una ‘política de estado, no de gobierno, capaz de acometer una programación económica y social de largo alcance que los lleve al bienestar, al crecimiento y al empleo’. Y para eso el tiempo ya no cuenta: “Que nos vamos a demorar casi un año en completar ese proceso. Y qué es un año, frente a las décadas que tenemos intentándolo, sin éxito. Por haber confiado en quienes, salvo excepciones, que las hay, han engañado o defraudado”. Es la construcción del poder por otra vía: convencer a los ciudadanos que es la única manera de salir del subdesarrollo y afianzar la democracia. El mismo discurso de Moreno, su ex aliado a quien sostuvo los tres años de gobierno mediante ‘pactos de gobernabilidad’ espurios, al convocar a la consulta popular del ‘siete veces sí’ que envició el estado de derecho.

De esta manera el líder socialcristiano Jaime Nebot Saadi, vaticinó un tiempo nuevo para la democracia ecuatoriana y también volvió a repletar de fantasmas a la política ‘de la repugnancia’ que ahora deberá acudir a la incertidumbre porque terminó el momento de las certezas. El ex político, ex candidato a presidente y ex alcalde de Guayaquil como parte de la peor derecha que ha tenido este país, corrupta y pandillera, comulgó con la moralina en la mano (le faltó exhibir la sagrada Biblia como hizo la señora Áñez en Bolivia cuando usurpó el cargo de presidente) y, sin salir de su habitual reclusión, de su ensimismamiento, le dijo al país que cambiaba su candidatura a la presidencia por una consulta popular a través de la cual ‘el pueblo va finalmente a tomar el poder’.

Nebot, el ‘líder cantonal’ como ironizó el ex presidente Gustavo Noboa, monta la imagen del garante de la democracia que va a resguardar al Ecuador del caos que se avecina. Y para que eso no ocurra, hay que llegar a otra consulta que tendrá -precisó- ‘preguntas cortas y sencillas’. Así, el pueblo podrá totalizar esa experiencia en la soledad de las urnas, para entrar con la conciencia tranquila al evento de la dominación y el despotismo que le propone la derecha totalitaria: de Nebot o Lasso, de los banqueros y empresarios, responsables por igual de la actual crisis económica, sanitaria, social y moral del país; también de haber sostenido y encubierto al gobierno del servicial Lenin Moreno.

Por Editor