A través de unos personajes anclados en una periferia tan desterritorializada como ellos mismos, novelas como Ornamento (Editorial Periférica, 2015) y El Diablo de las Provincias (Editorial Periférica, 2017) del escritor colombiano Juan Cárdenas, sacan a la luz un rostro impúdico de la modernidad tardía: el lumpen capitalismo, que se expresa de manera cada vez más vigorosa tanto en el centro como en la periferia del capital contemporáneo.
Las dos últimas novelas de Cárdenas estimulan además la reflexión sobre las formas en las que el Pacífico colombiano se ha incorporado en las últimas décadas a la globalización neoliberal, lo que constituye, desde mi punto de vista, uno de los ejes de tensión más importantes de la narrativa del escritor payanés. Los personajes principales y las narraciones de Cárdenas obligan a pensar en un campo intrigante como el papel de la ciencia, la tecnología y las profesiones en sociedades latinoamericanas que experimentan una pos industrialización periférica.
En Ornamento, los protagonistas forman un trío amatorio conformado por un científico que inventa un estimulante erótico y sensual que funciona sólo en las mujeres y se convierte en un éxito, sin precedentes, por su masivo consumo en todos los estratos sociales: mediante el acceso a la píldora, las mujeres más ricas y las más pauperizadas viven el simulacro democratizador del mercado en una ciudad fantasmagórica del occidente colombiano. Las otras dos protagonistas son su esposa, una artista en plena crisis creativa y una misteriosa mujer, conocida como la número cuatro, nombre correspondiente a la clasificación que recibió como una de las cobayas de los experimentos del científico con la nueva droga.
En el El Diablo de las Provincias, el protagonista es un biólogo colombiano, desembarcado en el país de vuelta de una Europa estragada por el neoliberalismo, quien hace una primera escala en Bogotá, ciudad que también se muestra incapaz de incorporarlo económicamente. Sin más opción que culminar el retorno a su semilla, el biólogo ejerce de profesor temporal en un colegio femenino de su propia ciudad, a la que el narrador llama la ciudad enana, para terminar, más allá de sus cuestionamientos éticos y políticos, viviendo en la casa que constituye su herencia familiar; inserto en la producción de monocultivo de la palma africana, en uno de los lugares privilegiados de la inversión postindustrial de la lumpen burguesía narcotraficante latinoamericana.
Tanto en Ornamento como en El Diablo de las Provincias, el ambiente narrativo está definido por dos tensiones relacionadas entre sí. La primera tensión se da entre el peso de la tradición pueblerina, -rememorada en haciendas y la presencia de santorales barrocos- y la capacidad que tienen las tradiciones de adaptarse a las nuevas condiciones del capital mafioso trasnacional; dicho de otro modo, en las narraciones se resalta la forma cómo las tradiciones se resisten a ser pulverizadas por las novedosas dinámicas del capital y se muestra más bien cómo los flamantes barones y las antiguas elites realizan un trueque en el que mientras éstas reciben el dinero que les permite mantenerse a flote, compensan a los nuevos ricos con el capital simbólico y el prestigio que éstos necesitan para lavar sus bienes y asegurar su pedigrí social. Me viene a la memoria el conocido caso de Medellín, en el que los narcotraficantes fueron capaces de cambiar los patrones lingüísticos de las elites, distribuyendo su lenguaje traqueto a todas las capas de la sociedad y redefiniendo los códigos culturales de la ciudad.
La segunda tensión de la narrativa de Cárdenas es la que se da entre la violencia estructural de la sociedad y su aceptación en lo cotidiano. En Ornamento, la cotidianización de la violencia marca el ejercicio profesional del científico que experimenta y mercadea con envidiable éxito una droga dirigida a las mujeres, en una clara alusión a la funcionalidad de uno de los desencadenantes más fuertes de la violencia social y política de Colombia. A pesar de que en la novela no hay ninguna referencia a la restricción de la producción o del consumo de los estimulantes, la violencia es parte constitutiva de un ciclo económico que, como sucede con mucha de la producción farmacéutica, inicia con cobayas humanas cuya integridad depende del resultado del experimento al que se someten. Hay también una violencia inherente a la ansiedad y al deseo relacionados con el consumo adictivo: en un momento de excesiva tensión se discute en la empresa la posibilidad de vender el estimulante sólo entre barrios ricos e inmediatamente se cae en cuenta de que esto incendiaría los asentamientos de las elites, porque serían tomados y saqueados por las consumidoras pobres. El consumo está garantizado para una droga inteligente que satisface todos los deseos femeninos, el laboratorio donde se produce es una fortaleza cuidada por perros y por monos amaestrados, pero quizá la más espeluznante cercanía entre la cotidianidad y la violencia es la que se recrea al interior de las familias, lo que halla su máxima expresión en la historia y el destino de la irruptora número cuatro.
En el Diablo de las Provincias, los vínculos entre tradición y violencia en el contexto del lumpen capitalismo se evidencian en la violencia sexual de un colegio de señoritas con un llamativo número de embarazos, en la historia familiar del protagonista y de su hermano asesinado, y, es, sin más trámite, el camino que hace que este resuelva su dudas éticas y se enrole como el técnico profesional que necesita el capital de la mafia para garantizar su proyección y permanencia una vez ha sido lavado en la actividad palmicultora. Otro eje que articula la tradición y la violencia es en la continuidad del problema racial en medio de aparentes cambios: una escena en la que se discute la filmación de una película considerando el tema negro nos recuerda que una ola de series televisivas, películas, o el campo de la industria musical en general aparentemente interesada en incorporar ese tópico demuestra su funcionalidad en el contexto posmoderno, a través de una voz que evidencia que mientras los productores y guionistas están reunidos dos días en una gran fiesta con el pretexto de la propuesta cinematográfica, los camareros y el cuerpo de servicio siguen siendo afro descendientes, lo que da una gran continuidad al tema racial en el contexto del capitalismo lumpen contemporáneo.