Adolf Eichmann fue un criminal de guerra nazi enjuiciado tardíamente en 1961 por su participación en el holocausto judío. Eichmann, en su defensa, alegó que sus actos se debieron a su rango militar y a las órdenes que recibía de sus superiores y que él estaba obligado a cumplir.
En el juicio estuvo presente Hanna Arendt, politóloga y filósofa de origen judío, en calidad de corresponsal de un medio de comunicación estadounidense. Ella, mientras transcurría el juicio, descubrió que, aunque Eichmann era culpable de todos los delitos imputados, no era el monstruo que se pretendía sino un flojo burócrata domesticado para cumplir órdenes. El mal de sus actos era indiscutible, pero el gatillo que los activaba venía de fuera, o de arriba. Hanna Arendt llamó a esto “la banalidad del mal”.
He traído hasta ustedes a Arendt porque la recordé cuando escuché con estupor la conversación de la presidenta de la Asamblea Nacional tratando de “imbéciles” e “hijos de puta” (sic) a los asambleístas que amenazaban votar contra el blindaje a Moreno en el caso INA Papers. Sin embargo lo verdaderamente aterrador vino después y desde la cuenta Twitter oficial de la Asamblea Nacional:
Diseccionemos esto: claro que compromete y no solo a “alguien” sino a la institucionalidad de la Asamblea Nacional, por tanto del Estado. Se trata, nada menos, que la presidenta de la función legislativa en componenda con la Ministra de Interior para presionar o seducir a un bloque de asambleístas de un partido político (que no es el de ninguna de las dos) en pro de blindar al Presidente de la República de una investigación en un caso de presunta corrupción. Es algo extremadamente grave, que incluso podría ser considerado un delito de tráfico de influencias.
Ahora analicemos la cobertura que le dieron los grandes medios de comunicación a tremendo escándalo:
Nada. Silencio absoluto.
Como lo escribí en mi artículo anterior: “¿Qué nos comunica el silencio de la prensa? ¿Qué mensaje resuena en el silencio? ¿Qué metatextos subyacen en sus páginas llenas de otras noticias? En su esfuerzo de no-comunicar, algo están comunicando”.
A manera de ejemplo, de los 100 posts que publicó Revista Vistazo en su cuenta Twitter entre el lunes 4 de marzo y el viernes 8 del mismo mes: 13 de ellos fueron sobre el Día de la Mujer, 7 sobre Juan Guaidó, 7 sobre los efectos de la estación invernal, 6 sobre la crisis de Venezuela, 5 sobre Diana Salazar, etc., y apenas uno sobre el caso que he reseñado, pero omitiendo -silenciando- el bochornoso diálogo de la presidenta de la Asamblea Nacional con la Ministra de Interior. El titular de Vistazo apenas señala: Asamblea rechaza propuesta para investigar a Moreno.
¿Qué van a decir los responsables de estos silencios cuando vuelva el Estado de derecho a Ecuador?
¿Cuánta perfidia hay en cada titular y en cada silencio? ¿Cuánta complicidad en la desinstitucionalización del Estado?
Los grandes medios de comunicación, coludidos entre sí y con el Gobierno Nacional y la lumpenburguesía, son los Eichmann de la desinformación y de la manipulación de la sociedad. Y al igual que Eichmann, deberán responderle a la justicia y a la ciudadanía todo el mal ocultado, todo el mal causado, todo el mal inoculado.
Vivimos un remedo de fascismo en el que la prensa cínica, mercenaria y demagógica tiene un rol técnico específico similar al de Eichmann: “llevar” a la sociedad hacia el exterminio de la verdad, hacia el exterminio del pensamiento crítico, hacia el exterminio de las voces críticas al régimen.
Los Eichmann de la verdad son casi omnipresentes; están en la sala de espera en forma de revistas, en los noticiarios de los canales de televisión que acostumbramos sintonizar por un hábito ancestral que aun no superamos, en las emisoras de radio que suenan en el comedor, en las fake news que se publican en redes sociales, etc. Los vemos y no los vemos, pero allí están, invisibilizando la verdad, torciéndola, reduciéndola, etc. Son Eichmann, son los hombres grises de Momo, pero esta vez robándose la verdad, son la peste.
Eichmann fue sentenciado a la horca por crímenes contra la humanidad. La prensa cínica, mercenaria y demagógica deberá pasar, metafóricamente, por el mismo trance.