Andrés Reliche

Le ha bastado un año dieciocho meses a Lenín Moreno para lograr su mayor obra, la que le reconocen todos, incluso los que en la campaña electoral se burlaban de él, le hacían muecas y lanzaban malos presagios: arrasar con la institucionalidad y la estabilidad política que se había alcanzado en el gobierno de Rafael Correa.

El primer paso fue traicionar a sus compañeros de ruta; luego, deshacerse de un vicepresidente –Jorge Glas- que resultaba molestoso, no necesariamente por los señalamientos del caso Odebrecht, sino porque era quien garantizaba la continuidad del proyecto político de la Revolución Ciudadana, por el que inéditamente votó la mayoría de los ecuatorianos, el 3 de abril de 2017, en medio de la furibunda reacción de las élites (esas mismas que ahora actúan como cheerleaders de su desgobierno).

Mirando en retrospectiva, el tiempo le terminó dando la razón a Glas, en la misiva que envío a Lenín Moreno (el 2 de agosto de 2017). En ella advertía de la aplicación de un paquetazo contra el pueblo (“mi pueblo”, en las palabras del ahora exvicepresidente, confinado, humillado y utilizado como parte de la lógica de la revancha del gobierno).

“Se está orquestando el retorno del viejo país a través del reparto, del tongo, se construye un escenario propicio para la corrupción institucionalizada”, alertó entonces el vicepresidente.

“Que quede claro que los ecuatorianos no eligieron a los Bucaram, ni a los socialcristianos, ni al tongo, ni al reparto; eligieron continuar con la transformación histórica que llevó a cabo la Revolución Ciudadana, liderada por Rafael Correa Delgado, quien gobernó 10 años junto a su pueblo y para su pueblo”.

“Junto a su pueblo y para su pueblo”. Este enunciado toma gran vigencia y significado si se consideran los últimos y vertiginosos acontecimientos: un canal de televisión presenta un reportaje sobre la declaración juramentada contra la (ahora) vicepresidenta por supuestos cobros de parte del salario de un ex asesor durante tres años; la Fiscalía inicia, al día siguiente una investigación; la UAFE (Unidad de Análisis Financiero) entrega (también al día siguiente) información sobre los movimientos financieros de María Alejandra Vicuña; el presidente Moreno la “libera” de sus funciones; Vicuña pide licencia; Vicuña renuncia; Lenín Moreno envía la terna de los posibles reemplazantes de Vicuña. 

El hecho arriba citado desplazó, ¡oh casualidad del destino! a la revelación de una generosa donación de muebles, por un monto de 20 mil dólares, a Lenín Moreno, y a través de una empresa off shore, de parte de su amigo personal, Conto Patiño. Este, a su vez, había recibido un desembolso de 18 millones de dólares de la empresa Sinohydro en un paraíso fiscal.

Lo cierto es que quitada Vicuña del camino, Lenín Moreno oficializó una terna encabezada por el empresario guayaquileño, Otto Sonnelzhoner, vinculado a los círculos oligárquicos perfumados de la ciudad puerto que, nada más hecho público su nombre, se apresuraron a dar su beneplácito.

Guillermo Lasso, de CREO, pidió a su bloque legislativo apoyar a Sonnesholzner a quien calificó como “joven empresario y periodista radial muy preparado e inteligente. Muy transparente”.

Si hay algo que se le puede reconocer a Lenín Moreno, o a quienes mueven los hilos del poder como macabros titiriteros, es la capacidad para tener embobada a la gente con escándalos que tapan a otros escándalos como una caja china. Se la llama así porque cuando se logra abrir una, adentro se encuentra otra, y otra y otra, logrando construir una cortina de humo.

El humo que nos cubre con el caso Vicuña son los recortes para educación y salud que contiene la Proforma Presupuestaria 2019, los retrocesos en la calidad de la atención en las entidades públicas; el caso de los muebles donados a Moreno (que curiosamente no tuvo eco en la prensa ecuatoriana, siempre “tan crítica” con el poder), la revelación que hizo el New York Times sobre el encuentro del presidente ecuatoriano con Paúl Manafort, polémico asesor de Donald Trump, en donde se habría negociado el futuro de Julian Assange, el saqueo a los ciudadanos por parte de la empresa GEA.

La cortina de humo no permite ver que Lenín Moreno orondamente se ha burlado de la voluntad popular incumpliendo el plan de gobierno, registrado en el Consejo Nacional Electoral y que lo llevó al poder. No se ha concretado el Plan Todo es Mentira, perdón, “Toda una Vida”, no se han concretado los 250 mil empleos al año (por el contrario, aumenta el desempleo), tampoco el “Plan Casa para Todos”.

Tampoco, el descalabro creado por ese monstruo denominado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social transitorio, que se arroga la facultad de estar sobre el bien y el mal farreándose la Constitución, nombrando a autoridades a dedo, y cuyo presidente, el inefable Julio César Trujillo, amenazó a la fiscal encargada que se atrevió a iniciar una investigación contra el ex fiscal encargado (ambos designados por el mismo CPCCS-t).

El poder, ¿dónde reside realmente: en Carondelet, en la isla Mocolí, en una hacienda ganadera donde Moreno posó sonriente junto a Abelardo Pachano? Lo cierto es que el poder no lo tiene el pueblo.

Pero el pueblo, ese en cuyo nombre se cometen las peores vilezas políticas, bajo el membrete de la descorreización, no come cuento. La credibilidad en la palabra del mandatario y el respaldo a su gestión han emprendido un camino sin retorno. La perspectiva de los ciudadanos respecto a un futuro mejor es poco alentadora. Las calles se calientan progresivamente y se están dando las condiciones para que se geste un estallido que enarbole la consigna: que se vayan todos.

 

 

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