Por Lucrecia Maldonado
Cierta embajada sabe cómo hacer las cosas. Es su trabajo. Lleva más de un siglo haciéndolas. Y aunque en algunas partes le haya salido el tiro por la culata, tiene la destreza que solo da la práctica.
En el Ecuador de los últimos cien años no ha habido gobierno como el de Rafael Correa, por muchos motivos, pero entre los principales se cuentan una obra pública inédita en los gobiernos anteriores (salvo quizás los de Alfaro y García Moreno), la creación de una estructura estatal sólida, la intención de crear un estado de bienestar por encima de un estado de privilegios, y el fortalecimiento de los servicios públicos y el refuerzo de la soberanía nacional. No es este un recuento exhaustivo, pero tal vez sean esos los principales logros del gobierno de Rafael Correa.
Obviamente, en un país en donde las clases pudientes y los poderes fácticos medraban del caos y estaban acostumbrados a poner como gobernante a alguien que siempre terminaba convirtiéndose en un títere funcional a sus intereses y a los de los Estados Unidos, esto no les gustó nada. Y en seguida se dieron a ese trabajo que se cita en el primer párrafo de esta nota, auspiciados por la embajada que se encarga de reforzarlo, o mejor dicho a las órdenes de dicha embajada.
La politiquería local jamás pensó en trabajar para el país, sino en servirse de él. Y el contubernio embajada-medios-política siempre funcionó. De vez en cuando, un bacheo en alguna vía de segundo orden. Los medios impartiendo noticias sensacionalistas, y el tan manido ‘entretenimiento’ que para lo único que ha servido es para estupidizar a la gente. Los políticos ofreciendo lo que sabían que jamás cumplirían… Así se vivía. Cuando algún títere sobrepasaba los niveles del escándalo, capitalizaban el descontento popular desde algunos medios que se hacían pasar por ‘libertarios’ pero el siguiente títere ubicado lo único que cambiaba era el estilo, jamás las intenciones.
Pero cuando llegó Rafael Correa a poner orden en la política, a confrontar el macro engaño mediático y sobre todo a ponerle un ‘estate quieta’ a la Embajada, fue más de lo que pudieron soportar. Y no se trataba de ‘perdonar’. Se trataba de impedir por todos los medios que volviera a suceder.
Uno de los recursos, de entre otros muchos, fue el corrupto discurso de la corrupción, base de la judicialización de la política. Discurso corrupto porque se centra en los posibles actos de corrupción de un período de la historia y pretende minimizar o ignorar todos los anteriores y posteriores. Discurso corrupto porque es falso, amañado y parcial. Y también porque su objetivo principal es la creación en el imaginario popular de ‘leyendas negras’ como el ‘autoritarismo’ la ‘falta de libertad de expresión’. El ataque, aprovechando las humanas falencias del cuestionado, desde frentes que provocan simpatías desde sectores vulnerables: la ecología, el feminismo, los indígenas.
Y con todo eso, aúpan la construcción de un discurso: “cualquiera, menos Correa”. Preguntas por qué y te dice gente de no creer: “porque fue dictador” (¿es en serio? ¿no ganó 14 elecciones por voto popular?), o “porque es autoritario” (¿cómo se gobierna el país de los mestizos insolentes sin poner unas cuantas normas claras?), “porque no hubo libertad de expresión” (cuando durante los diez años del gobierno de Correa dijeron lo que se les dio la gana, chillaron y lloraron sin miedo y a grito herido, insultaron, mintieron y ofendieron sin miedo), “porque fue el gobierno más corrupto de la historia” (¿en serio? ¿de qué historia?).
Pero lamentablemente contamos con un pueblo de memoria frágil. Por lo menos ahora ya no se les cree tanto a los medios, pero es un pueblo que no investiga, que no indaga, que prefiere agarrarse a lo que le dice alguien que está bien vestido y maquillado antes que observar la realidad y sacar sus propias conclusiones.
Eso lo sabe bien la embajada, y por ende lo saben los políticos y lo esparcen los medios con ventilador. “Cualquiera menos Correa” es una frase que desconoce diez años de historia en donde, mal que les pese y a pesar de lo que repiten como disco rayado, el país entero alcanzó unos niveles de desarrollo y organización nunca vistos en el siglo anterior, diez años que pusieron al Ecuador en el escenario internacional no por castración ni presidente farandulero.
Pero eso no les importa. Los otros candidatos repiten “dictadura”, “autoritarismo”, “corrupción”, y tal da la impresión de que no conocen lo que esas palabras significan, cumpliendo al pie de la letra los dictámenes siempre perversos de la embajada y sus lacayos locales.