Por Pablo Salgado J.
Así rezaba, emulando al gran Palacio, uno de los carteles que el colectivo cultural Mafia disidente colocó en las rejas que rodean a la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Sus puertas están con cadenas y un gran candado. Y quizá ésta sea la imagen que mejor retrata lo que sucede en la Casa. Una Casa de puertas cerradas, encadenando la cultura. Una Casa que maltrata a los artistas y gestores culturales. Una Casa que excluye y que, violando la Ley y los derechos culturales, pretende ratificar a sus directivos en las próximas elecciones. Una Casa con una Sede nacional y un núcleo de Pichincha que ya no representa a los artistas y gestores culturales. Una Casa sin ninguna legitimidad.
Como sabemos, lo que pasa en la cultura sucede también con los otros sectores públicos de la economía, la educación, la salud, el deporte. En verdad, no hay sector público que no haya sido desmantelado. No hay institución pública que se haya librado de los permanentes despidos y recortes presupuestarios. Ni de la corrupción. Las consecuencias las vemos y, sobre todo, las sufrimos cada día. La pandemia no nos hizo mejores, como algunos, ingenuamente, pensaban cuando el mundo inició el confinamiento. No, nos volvió más egoístas e individualistas. Y el gobierno nacional en lugar de entender que los sistemas públicos de la salud, la educación y la cultura -entre otros- son bienes esenciales que se deben fortalecer, mas bien prosiguió con su plan de desmantelamiento y liquidación.
En el caso de la cultura y los patrimonios, el desmantelamiento es grave, pues ha puesto en riesgo la esencia de la cultura nacional. Y con ellos, las fuentes simbólicas que sustenta nuestra identidad, nuestra condición de ecuatoiranos. La venta, el reparto y la feria, por ejemplo, del Sistema Ferroviario y de los Correos Nacionales, implica enterrar los bienes simbólicos más preciados de los ecuatorianos. El Tren de la Unidad nacional, el que unió la Sierra con la Costa, el símbolo del progreso, ha sido chatarrizado. Y los Correos, empresa que nació con la República, en 1831, también ha sido liquidada para entregarla al mejor postor.
La instituciones culturales, sobre todo la Casa de la Cultura, se han vuelto espacios retrógrados, excluyentes, patriarcales y, además, ineficientes. Apenas si unos pocos núcleos, cuatro, han logrado renovarse y conectarse con los artistas y gestores y son, precisamente, los núcleos que se opusieron a la aprobación del Reglamento de elecciones.
Pero como si esto fuero poco, el Sistema de Rentas Internas, SRI, transformó, de la noche a la mañana, a los asrtistas y gestores que tienen RUC y deben emitir facturas, en microempresarios, por lo que deben pagar un impuesto del 2% de la facturación total. Las autoridades culturales, que están para defender a los actores culturales, han guardado total silencio.
De ahí que, los colectivos culturales indignados y cansados de una gestión tan ineficiente y poco transparente han iniciado unas serie de acciones en el espacio público, como las del colectivo “Mafia disidente,” que con los cuerpos desnudos y con leyendas escritas en sus espadas, brazos y manos, se han pronunciado y denunciado la precariedad del sector. Pero ¿por qué Mafia disidente, por qué este nombre? El gestor Oscar Betancourt nos responde: “El corazón de nosotros es la irreverencia, tan necesaria en estos tiempos, cuando la cultura ha quedado relegada a planos ocultos, mientras en otros países ha servido como una herramienta poderosa de transformación social. Nos llamamos Mafia porque es una organización que se opone a las normas establecidas, la cultura está manejada por esas mafias, la noción de disidencia es la oportunidad de salirse de esas prácticas. Poner el cuerpo, desclasificarnos como entidades corporales, y entender que a nosotros, como artistas, nos atraviesa de pies a cabeza y todos los días.”
Efectivamente, las intervenciones de “Mafia disidente” en estos espacios -el SRI y la Casa de la Cultura- provocaron y rompieron el silencio: “Estas acciones nacen de una identificación que nos une respecto a la grave crisis que vivimos los sectores culturales, crisis que arrastramos ya varios años, y que se agudizó con la pandemia. Estas acciones parten de esta materialidad, y atraviesa nuestros cuerpos. En vista de eso generamos diversas acciones en el espacio público. Instituciones culturales silentes, enquistadas en un pensamiento ancrónico. Decidimos dejar de estar en silencio ya que pasamos de ser artistas precarios a empresarios; fue una sorpresa, ¿pagar para qué y con qué?, si nuestra caracteristica es la informalidad y el pluriempleo. ¿Cómo así meternos la mano en el bolsillo vacío?. Frente a esto levantamos la voz: no mas silencio en la cultura,” afirma Katerine Enriquez.
Las elecciones para renovar los directorios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ya fueron convocadas. Y su Junta Plenaria aprobó un Reglamento, evidentemente ilegal e inconstitucional. Las actuales autoridades de la Casa de la Cultura no solo han violado la ley y los derechos culturales, sino que han despreciado a los artistas y gestores. No de otra manera puede entenderse que aprueben un artículo, el 129, en el cual para participar en el proceso electoral deben entrega una carta expresando su deseo de participar en las elecciones. Y además, un requisito que solo se exige a los artistas registrados en el RUAC y no a los miembros de la Casa de la Cultura. Una disposición absolutamente discriminatoria y atentatoria a los derechos culturales: “A ese Reglamento le decimos que no, porque es atentatorio a los derechos de los artistas, es mañoso y tramposo, que tiene una intención detrás; hacer que estos personajes que están enquistados en la CCE sigan allí. Es claro cómo aumentarron las menbresías en la CCE; hay una intensión detrás. A este Reglamento no le creemos por discriminatorio, porque debemos pasar por un proceso de inscripción ilógico, ¿quién acepta esas cartas? ¿Quién acepta que eres o no apto para votar?,” dice indignada Enriquez.
Nunca como ahora el sector del arte y la cultura ha sido tan precario; y los atistas y gestores tan maltratados. Nunca como ahora se ha violado permanentemente la Ley orgánica de cultura y la Constitución. Nunca como ahora los derechos culturales han sido tan pisoteados y manoseados. El reglamento de elecciones, como decíamos, exige la entrega de una carta para poder ejercer el derecho a elegir y ser elegido, pero la Casa y el Núcelo de Pichincha cierran sus puertas, con candado, precisamente para que los artistas no puedan cumplir con ese requisito. ¿Cómo entender esta situación? Con esta serie de irregularidades el proceso electoral será espúreo, ilegal e ilegítimo.
Numerosos actores y colectivos han presentado también acciones de protección ante la Defensoría del pueblo y ante jueces de la Corte constitucional denunciado estas ilegalidades e inconstitucionalidades, como señala, desde Ibarra, la bailarina y coreógrafa Mariuxi Navarrete: “La violación de nuestros derechos ciudadanos es ya demasiado. Lo que pretenden es borrarnos del pladrón. Por eso presentamos en la Defensoría del pueblo el pedido de una acción de protección para impugnar este Reglamento, que divide a los electores en dos clases: los que tenemos que presentar una carta y los que no. Esperemos que los jueces actúen en derecho y con celeridad.”
Como sabemos, y al decir del ex Ministro de Finanzas, la realidad supera a la legalidad. Poco les importa que se violenten las leyes, lo que importa es intentar perpetuarse en esos espacios de poder, la Sede Nacional y los núcleos. Pero caben varias preguntas, ¿por qué ese empeño en seguir en una Casa, en la cual ni siquiera existen recursos mínimos para seguir funcionando? ¿Qué hay detrás de todo ese empeño en buscar seguir habitando una Casa que se muere de hambre? ¿Cuál es la trama que se quiere implementar en estos dos últimos meses y medio del gobierno de Moreno? ¿Qué se está planificando en las esferas del poder cultural? Todo es oscuro y nada es transparente.
No son buenos tiempos para la culltura, como no lo son para el resto de sectores. La mayor parte de los ecuatorianos sufre las consecuencias de este desmantelamiento de los servicios públicos, del deterioro económico, del desempleo y la falta de oportunidades. Y por si fuera poco, sufre las consecuencias del pésimo manejo de la emergencia sanitaria, con contagios fuera de control, más de 44 mil muertos en exceso y el reparto de vacunas a los amigos y familiares del ex ministro.
La cultura y las expresiones artisticas podían ser, efectivamente, una herramienta para la salud mental y el bienestar interior; para fortalecer el ánimo, levantar el autoestima, provocar alegría y sanar los cuerpos agobiados y decaídos. Y para activar la economía, el turismo, el empleo. Pero no, la cultura también está desmantelada. La cultura está muerta a puntapiés.