Por Santiago Rivadeneira Aguirre
¿Se están enfrentando, en los diálogos CONAIE-Estado-Gobierno, posiciones ideológicas contrapuestas, respecto de una concepción de país y de desarrollo? ¿Compromete ese enfrentamiento conceptual, teórico e histórico la existencia misma de la sociedad ecuatoriana? Porque mientras la mayoría de ecuatorianos insiste en reivindicar ‘lo político’ como factor de recuperación de la participación ciudadana, el gobierno del banquero Lasso y la derecha neoliberal lo niegan a través de la represión y la fuerza.
Es decir que al paro de junio hay que entenderlo también como la posibilidad real de reconstituir lo social, transformando las relaciones de producción que, indefectiblemente, deberían significar el cambio del modelo económico actual para alcanzar la equidad con una mejor distribución de los ingresos. El gobierno del banquero y la derecha plantean lo contrario: la mera obediencia consensuada contenida en el ‘acuerdo para la paz’, cumplido en el marco estricto de la ley y el orden. ¿Cuál ley? ¿Cuál orden? ¿Las del sistema neoliberal y capitalista que impone un solo punto de vista: el del poder hegemónico?
¿Refundar la democracia? Hablar de refundación, tendría algunas implicancias: la primera, que se refiere a la continuidad de la existencia social y cultural de una comunidad; y, la segunda, una concepción del Estado que la derecha le propone al país, que separa de manera forzada y artificial la política de la sociedad. Esas visiones fueron las que entraron en contradicción durante el paro de junio. La CONAIE y las organizaciones sociales llamaron a una movilización pacífica para reclamar determinados derechos y cambios en la conducción del país. El gobierno neoliberal de Lasso ‘militarizó la política’ y reprimió al campo popular argumentando la defensa de la democracia, que justificaba el ‘uso progresivo de la fuerza’. ¿El diálogo hará que cambie la correlación de fuerzas?
La derivación del perfil banquero-presidente hacia el autoritarismo, es la caricatura política más execrable de los últimos años, que surge licuada por lo político, que carece de genuina representación y por lo tanto de legitimidad. Sobre esa imagen el banquero Lasso ha estructurado su propio ritual totémico para ocultar el vacío originario que le convierte en un cachivache de la política ecuatoriana. El narcisismo del presidente, sin embargo, es como una especie de quiasma freudiano y su concepción de democracia participativa la mejor ‘mentira conspirativa’, para justificar una noción de orden arbitraria y antojadiza. Lasso es el presidente fanático y violento que la derecha neoliberal sostiene para mantener su ‘modo de dominación’ bajo las leyes del mercado.
La imagen del presidente, por eso mismo, es un disfraz o un mezquino subterfugio que fractura y lesiona la democracia, en su sentido histórico, si consideramos esa ‘falsa totalidad’ (Marx) que concibe a todos los ciudadanos como iguales ante ley. No cabría, en definitiva, bajo estas consideraciones, un ‘pacto social’ que otra vez imponga el sacrificio unilateral sobre los hombros de los ciudadanos, mientras las minorías hegemónicas quedan intocadas. La intención de renegar del otro al categorizar y señalar a los manifestantes como subversivos o vándalos, instaura la discriminación y el racismo como formas de violencia, vinculadas a la pobreza.
Lasso, en cualquiera de sus roles, pero fiel a sus principios ideológicos, lo que necesita para gobernar es un mercado de consumidores (‘más Ecuador en el mundo y más mundo en el Ecuador’) que sea capaz de absorber los excedentes de la producción de mercancías. Las manifestaciones de octubre y junio rompieron esa ‘razón’ perversa del sistema e impusieron, por algunos días, un momento de excepción constituyente. El retorno de lo político –la movilización social– a la política valió para cuestionar al poder constituido y mostrar las imposturas que explicarían el auténtico descalabro en la salud, la educación, la seguridad, la cultura, la institucionalidad, el buen vivir, etc.
No solo eso. El modelo de ‘orden’ de la derecha, quiere destruir toda acción constituyente, por ejemplo, desvirtuando los hechos ocurridos en octubre de 2019 y en junio de 2022, acusando a los movimientos sociales de ser terroristas y al paro de estar financiado por el narcotráfico, sin pruebas que sustenten la denuncia presidencial. Ambos acontecimientos fueron acciones espontáneas constituyentes de lo político, frente al poder constituido que Lasso, el anacrónico e ‘ingenuo’, entiende como un ‘principio práctico’ que trastorna y destruye la justicia social.
Una necesaria lectura histórica sobre los hechos de octubre y junio, mostraría que se destrozó el discurso hegemónico de la derecha sobre la democracia y permitió, a un sector importante de la ciudadanía, articularse simbólica y culturalmente para crear un nuevo fundamento político que sea capaz de demandar al poder constituido. Sin embargo, hay que desprenderse de esa temporalidad y enseguida insistir en el cuestionamiento al orden constituido, que más temprano que tarde, deberá ser reemplazado por un nuevo orden constituyente que transforme el país, desde lo político, lo económico, lo social, lo cultural con el concurso y la convergencia amplia de las fuerzas progresistas y de izquierda.
El gobierno no gobierna. Lo que hace es reemplazar la inversión social por la especulación financiera y la corrupción abierta o soterrada, bajo el repugnante signo monetario de las ganancias. Ahora los puestos y cargos en el Estado se negocian a través de asesores y colaboradores directos del propio régimen, según las denuncias aparecidas los últimos días. Considerando, además, que el propio Lasso está acusado de evasión de impuestos en el caso de los papeles de Pandora, mientras la embajada del norte hizo una denuncia contundente contra los narco generales y funcionarios de varias dependencias del Estado. Esa es también la impostura del poder que construye las ‘lógicas estructurales’ del modo de producción capitalista, que siempre favorecen a los poderosos.
Así se han destruido la salud, la educación (con la falsa premisa de la supresión de exámenes de ingreso a las universidades), el tejido social, la institucionalidad, el sistema de justicia y la inversión social. La exhortación presidencial a ‘defender la estabilidad’ se nutre de una falacia ideológica, que actúa como telón de fondo de la perorata oficial respecto del orden constituido. ¿El banquero defiende el Estado de derecho y las leyes? Bajo las actuales circunstancias históricas, un acuerdo entre el poder constituyente y el poder constituido, sería inviable. Lo otro: el banquero Lasso, la derecha y los medios de comunicación mercantiles solo vieron violencia destructiva, cuando lo que se dio fue una franca confrontación cultural entre los rituales laicos del Estado represor y las expresiones simbólicas de los ciudadanos movilizados. El gobierno de Lasso fue cultural y políticamente derrotado en junio. El supuesto ‘regreso a la normalidad democrática’ significa, en la lógica neoliberal del banquero, imponer por la fuerza el orden constituido, que se concreta a través de la figura del ‘enemigo interno’.
Por último, más allá de cualquier ‘demos’ o de cualquier precepto filosófico al más puro ‘logos’, está la frase con la cual, una dolida hermana esperaba, en las afueras de la penitenciaría de Santo Domingo, que las autoridades le entreguen el cadáver mutilado de su hermano asesinado horas antes en una nueva masacre carcelaria. Y decía la joven que, en términos de solidaridad, “el Estado qué va a hacer si es un gobierno de mierda”. (Periodismo en buseta #GobiernoDeMierda https://t.co/vSfviC5SNo» / Twitter). El gran significado escatológico y cultural de aquella frase (el régimen del banquero es una farsa dolorosa y una afrenta al pensamiento popular) se vuelve una advertencia contra la omnipotencia del sistema capitalista y el orden constituido. La noción de gobernabilidad del banquero, se respalda en la nauseabunda racionalidad economicista y una democracia de mercado militarizada que, de acuerdo a los fundamentos neoliberales, deberá regir en el país para siempre y sin cuestionamientos.