Una pequeña (gran) historia de la desconfianza (segunda parte)

No solo las traiciones generan desconfianza. En Ecuador, plagado de desconfianzas, como dije en la primera parte, hay dos que se marcan como falacias estructurales del debate político para justificar el dar las vueltas sobre el mismo terreno.

La primera es aquella denominada “desconfianza andina”. Dada como un rasgo de la población indígena (ojo: no digo nacionalidades ni pueblos a propósito) se ha prestado para tratar de entender por qué ciertos grupos políticos indígenas no se permiten acuerdos con quienes no comparten su “agenda” histórica.

Uno de los momentos cumbre de la Asamblea Constituyente de Montecristi fue cuando se debían redactar los artículos que explicaran y fijaran, en esa Carta Magna, el concepto y la razón jurídica de la plurinacionalidad y la interculturalidad. Recuerdo la mirada de los asambleístas indígenas: sus ojos mostraron el desconcierto y la duda sobre qué decir y qué proponer. Sacados del discurso y la consigna, debían redactar de inmediato. Ocurrió en el teatro de la Universidad de Manta. Rafael Correa y Alberto Acosta ya habían planteado la discusión del tema y en medio del fragor se decidió: “Propongan un texto, lo tratamos en el bloque y lo llevamos al pleno”. Fue un sábado. No se borra de mi mente la imagen de esos asambleístas y de otros dos más, junto a mí, supuestamente para cuidar que se redactara bien ese texto. Esto, ahora, me causa risa porque, cuando terminamos de escribir la propuesta, alguien dijo sin tapujos: “Queda así y no se toca; ya lo decidieron los compañeros indígenas, y así va”. Quienes quieran refrescar su memoria, busquen esos artículos y pregúntenles a los asambleístas indígenas de entonces qué se cambió o modificó de su propuesta.

No quiero mencionar los nombres de los asambleístas indígenas que se vieron “obligados” a dejar de lado su “desconfianza andina” y a asumir el rol protagónico de redactar dos artículos de la Constitución, casi de inmediato. Había, obviamente, un asunto de fondo: ninguna organización indígena había llevado a la Constituyente una propuesta real y concreta, redactada -acorde a lo que exige la Constitución- como un texto que instaurara una norma de orden constitucional para el posterior desarrollo de la institucionalidad, las leyes y normas al respecto. Esos compañeros sabrán contar en su momento qué pasó y qué devino de aquello.

Ahora, tantos años después, esa conquista constitucional parecería una nimiedad frente a la desconfianza “andina” de grupos y dirigentes políticos en relación con quienes instauraron esa norma por encima de poses y reacciones racistas, que la invocaron también para votar No en la consulta popular de septiembre de 2008. Si quienes en la actualidad gobiernan Ecuador (no Lenín Moreno, él no cuenta ya) pudieran cambiar la Constitución, con seguridad, entre sus primeras acciones, estaría borrar la afirmación de que el Ecuador es un Estado plurinacional e intercultural. Ellos (Lasso, Nebot, Otto o Noboa) lo harían apelando a que somos un “Estado unitario”. Y son esos “poderes” reales los que fueron votados por el movimiento indígena, en general en el 2017, y los que apoyaron la consulta del 2018, con lo que elevaron a la categoría de prócer a Julio César Trujillo.

Lo que ahora está probado es que esa “desconfianza andina”, más allá de las interpretaciones antropológicas o sociológicas, en la práctica, ya no son precisamente contra el opresor que llegó a invadir, asesinar o matar con el afán de quedarse con los territorios y anular la cultura. Si a la luz de los acontecimientos, Lourdes Tibán, Yaku Pérez, Auki Tituaña y otros más son capaces de pactar con cierta embajada y de votar por Guillermo Lasso, parecería que la desconfianza es con quien les disputa su supuesta propuesta de transformación de la sociedad. Y digo supuesta porque no tienen tal propuesta, no está dada por un programa de gobierno de transformación efectiva de las estructuras mismas del poder y de la sociedad, sino de ciertos territorios y poderes locales.

Sin querer agotar el tema (la campaña electoral dará para mucho) la desconfianza es parte de esa “pequeña gran historia” del Ecuador blanco mestizo, pero también del “otro”, del indígena que ha impedido un diálogo real con una izquierda que va más allá del dogma y de la consigna, una izquierda que ha impedido la hegemonía estadounidense en la toma de decisiones, que ha retado al poder real del país: el que gobierna con los medios y las ONG, una izquierda que sacó de la pobreza a más de dos millones de ecuatorianos, sin necesariamente explotar el Yasuní, solo implementando políticas públicas claras y cobrando los impuestos a las grandes fortunas. ¿O acaso los indígenas no se opusieron por “desconfianza” a la aplicación de la Ley de Plusvalía, la de Herencias y a la prohibición de los paraísos fiscales? ¿Qué aceptaron a cambio? ¿Se contentan con pequeños espacios de poder, migajas, cuando lo que está en juego afecta directamente a la gran población urbana y rural empobrecida por las políticas neoliberales que han apoyado directamente (con sus votos en la Asamblea) o indirectamente (con su silencio y su desconfianza)? ¿Sin una propuesta de país clara, prefieren negociar con la derecha que reduce todo al asistencialismo y la caridad? ¿Qué transformación esperan con esos acuerdos?

La otra desconfianza queda para una tercera parte y final. Será sobre eso que llaman “autoritarismo”, como falacia y como sentido inequívoco de un supuesto pecado democrático para cambiar lo de fondo y no para alabar el “consenso”.

Por Editor