Por Lucrecia Maldonado
El Presidente Guillermo Lasso ha donado seis meses de sueldo para Fudrine, fundación privada que atiende a niños con parálisis cerebral y síndrome de Down. El evento fue promocionado en redes sociales por la Secretaría de Comunicación de la Presidencia de la República, a través de un texto y una fotografía donde se puede ver al señor Lasso en el momento de firmar algún documento, a su infaltable esposa, sentada detrás, y una personera de la mencionada fundación, se supone, recibiendo la donación.
Aquí cabe plantear algunas inocentes preguntas: ¿por qué dona? ¿Realmente le importa el destino de los niños con parálisis cerebral y síndrome de Down de todo el Ecuador o solo de los atendidos por Fudrine? Si tanto le importan los niños con esta condición, él, representante máximo del poder Ejecutivo del país, ¿no podría mejor buscar el modo de establecer unas políticas públicas desde el Estado, para que todos los niños afectados tuvieran acceso a los cuidados y servicios que prestan esta y otras fundaciones sin distingo de condición, afiliación, fundación y otras innumerables iones al uso?
Obviamente, atender a niños con estos trastornos es un trabajo noble, y crear una fundación para ello también es muy loable. Al menos en un momento como este, en el que los beneficios públicos y entre ellos la salud se ven azotados por el acendrado neoliberalismo del gobierno elegido en las urnas por una población que, si se le otorga el beneficio de la duda, no se dio cuenta cabal de por qué estaba votando por ese candidato cuando lo eligió. Sin embargo, el gesto del mandatario aparece en un momento en el que es difícil no desconfiar.
En sentido práctico, la donación de una persona pudiente, que regala 36.000 USD, cuando sabemos que su fortuna personal, mucha de ella ubicada en paraísos fiscales, es infinitamente mayor, no es algo que nos ponga al borde de las lágrimas por la emoción, sabiendo además, como sabemos, que si esa persona realmente estuviera interesada tomaría acciones más efectivas, entre las que se contarían la atención desde la salud pública a las madres gestantes para un adecuado control del embarazo, el acceso a suplementos como ácido fólico y otros necesarios para el adecuado desarrollo del feto, la detección temprana de malformaciones y otros problemas, la posibilidad de aborto terapéutico, la atención adecuada del parto y un vasto etcétera.
Pero todo eso es mucho pedir a alguien que no quiere más que ver cómo levanta su decreciente popularidad entre la población, y que en lugar de hacer algo efectivo en beneficio del país opta por la humillante limosna (no importa que sean seis meses de sueldo, para él eso equivale a veinte centavos olvidados en un bolsillo).
En el Evangelio, libro que, dada su condición de católico confeso, el presidente Lasso debería conocer al derecho y al revés, existe el bello relato de una viuda que va a dejar su ofrenda en el templo. Lleva tan solo dos pequeñas monedas, que deposita en la urna cuando nadie la ve, y Jesús la pone de ejemplo, diciendo a sus discípulos que hay que hacer como ella, no como los fariseos, que cuando van a dar limosna lo proclaman en voz alta y hacen ruido con el dinero que colocan en la urna, porque ellos dan de lo que les sobra y para ser admirados; la viuda, en cambio, da todo lo que tiene, y lo hace en secreto, y Jesús aconseja: “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”.
De igual forma, se dice en otras corrientes espirituales que el acto bondadoso del que se hace alarde no cuenta como tal. Así que, señor Lasso, entérese bien: no cuenta. Para nada.