David Chávez

Meses atrás la portada de una revista mostraba una mala caricatura en la que Moreno aparece como ajedrecista. La imagen desconcierta: ¿Moreno ajedrecista? Poco creíble. Cuesta mucho imaginarse al presidente jugando una partida y cuesta mucho más imaginarlo como un buen jugador. La imagen del Moreno ajedrecista contrasta con otras que buscan hacer la misma relación metafórica. Por ejemplo, la fotografía de la partida entre Walter Benjamin y Bertolt Brecht, o la de Bogdanov y Lenin, observados por Gorki, o las varias del Che con habano y concentrado en el tablero.

En su connotación metafórica, todas aluden al vínculo entre política y habilidad estratégica. Sin embargo, la caricatura de Moreno tampoco funciona en ese plano. Difícilmente alguien dudaría de la enorme capacidad estratégica de Lenin o el Che, pero, ¿Moreno estratega político? Poco creíble. Sin embargo, con extraña rapidez se impuso la percepción de que Moreno resultó un gran estratega. Tiene sentido si se piensa en el ardid mediático, pues por años se creó un monstruo siniestro y omnipotente: Correa. Claro, mientras había disputa hegemónica ese ardid no terminaba de cerrar, la disputa política que daba el correísmo volvía relativa esa percepción, aunque ella ganaba terreno aceleradamente en los últimos años.

Cuando el nuevo gobierno da el viraje y decide cesar la disputa hegemónica para sumarse, con pocos matices, al discurso de las derechas, el cuento de horror mediático se vuelve una realidad en el sentido común. Y, entonces, la derrota del monstruo solo sería posible gracias a una inimaginable capacidad estratégica. Algo así como la astucia de Odiseo frente a Polifemo. Hasta se podría decir que los “verdaderos militantes” de AP, excluidos y reprimidos por los boy scout en los años del correísmo, son los sufridos guerreros del Odiseo cuántico que esperaron años para huir de la caverna del Polifemo castro-chavista disfrazándose de “borregos”. ¿Moreno heredero de Sísifo y Odiseo? Contengan la risa.

La prueba estratégica para Moreno y los suyos consistía en la difícil tarea de recomponer la golpeada legitimidad de un proyecto progresista para el país. Si dejamos de lado los relatos fantásticos de este último año, es absolutamente claro que el resultado es completamente opuesto: el debilitamiento absoluto de una alternativa progresista con capacidad hegemónica (en ciertos mundos imaginarios se cree que con el 3% de los votos se es una alternativa real de poder) y la definitiva consolidación del proceso de fortalecimiento de las derechas que venía de antes.

No nos pongamos moralistas, la traición y el engaño son de los recursos más utilizados en política. Pero hay diferencias. Una estrategia que pone de manifiesto inteligencia política es aquella que logra revertir las relaciones de poder para volverlas favorables, es lo fascinante del “juego de la hegemonía”. Por eso el genio estratégico resalta en las revoluciones o en la resistencia militar de los ejércitos más pequeños. Y es por eso que la otra vía, la de las estrategias que se ponen de lado de viejos poderes, es tan deslucida. Y tampoco a nadie se le ocurre pensar que los esbirros y los traidores sean grandes estrategas. Estos no trascienden como brillantes políticos, no hay grandeza política en ellos, su recurso no es la estrategia sino la estratagema, es decir, el predominio del artificio y el engaño. Es por ello que una de las versiones de Judas creada por Borges cuenta que Dios debía encarnarse en el peor de los hombres: el traidor. Quizá por eso Dante reservó el noveno círculo del infierno, en el que habita el demonio, a los traidores.

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