Por David Chávez

El show televisivo que fue la reunión entre los candidatos Guillermo Lasso y Yaku Pérez no es un estreno, es un refrito en realidad. Este melodrama político, trató de presentarse como una muestra de “unidad”, “espíritu democrático”, “diálogo”, “madurez política”, etc., por parte de medios de comunicación, políticos afines a los candidatos e influencers. Pero, sobre todo se apeló a su supuesta excepcionalidad, una situación única y pocas veces vista en nuestra historia política, dos fuerzas antagónicas uniéndose contra el Moloch de la política ecuatoriana: el correísmo. Relato hollywoodense: una amenaza inconcebible y monstruosa obliga a antiguos enemigos a pelear juntos. Nada más falso.

Las alianzas entre izquierdas y derechas en Ecuador están entre los fenómenos más comunes y recurrentes de nuestra política. Varios episodios lo recuerdan. El acuerdo que dio lugar a esa mezcla extraña de neoliberalismo y derechos colectivos que fue la Constitución de 1998 contó con el respaldo de la “aplanadora” de las derechas (PSC y DP) y los representantes de Pachakutik, entre los que se encontraba Julio César Trujillo. Durante el gobierno de Mahuad, PK logró acuerdos para la designación de autoridades en el Congreso mediante los que consiguió nombrar como vicepresidenta a Nina Pacari. La participación de PK y el MPD en el gobierno de Lucio Gutiérrez. El rol del MPD en el acuerdo legislativo que trajo como resultado la “Pichi-corte”.  

Esta tradición de pactos políticos fue interrumpida con el asenso del correísmo, pero se mantuvo en la “sociedad civil” como nos lo recuerda la convergencia entre el FUT, la CONAIE y los “banderas negras” en las movilizaciones contra la “Ley de herencias y plusvalía” o el apoyo de las izquierdas tradicionales a la candidatura de Lasso en 2017. La tradición de los pactos inverosímiles volvió con más fuerza gracias al viraje de Moreno que los requirió para llenar el enorme vacío de poder que generó su proyecto de “descorreízar el país”. Pero este retorno de las alianzas “impuras” entre izquierdas y derechas tuvo elementos inéditos. En primer lugar, fue una gran alianza que involucró a diversos sectores: élites económicas, élites políticas, partidos y organizaciones sociales de izquierda, grandes medios privados de comunicación, la embajada de Estados Unidos, etc. En segundo lugar, y esta es la más llamativa de las nuevas condiciones, resultó anormalmente estable. La historia de esos pactos en el país ha sido muy volátil, han sido acuerdos muy cambiantes de cortísima duración. Pero, en esos casi cuatro años se ha mantenido vigente a pesar de ciertos momentos de tensión interna. Sin duda, el momento de tensión más grave fue la poderosa movilización indígena y popular de Octubre de 2019 que obligó a los representantes de las izquierdas en el pacto a replegarse, interpelándolos severamente por sus prácticas transaccionales.

Esta coalición se convirtió en el soporte político de Moreno. Promovió como bloque el apoyo al “Sí” en la consulta popular de 2018 y entregó a las izquierdas, representadas por Julio César Trujillo en el CPCCS-T, el control sobre el proceso de “descorreización”. Los resultados de ese proceso han sido devastadores, la ineficiencia del CNE y la total falta de confianza en esta institución se encuentran entre los ejemplos más ilustrativos de los “logros” de la coalición anticorreísta. A esto se suma una casi inamovible tendencia de votación de CREO y PK en favor del gobierno en la Asamblea Nacional. La solidez de esa coalición tiene una explicación: era indispensable desmantelar la institucionalidad creada en los años del gobierno de Rafael Correa, el gobierno con mayor respaldo popular y estabilidad de la historia reciente, para recuperar el control del estado y restablecer al reparto de prebendas como su mecanismo privilegiado de funcionamiento. Eso explica las extravagantes coincidencias vistas en estos años.

El avance hacia un acuerdo entre Lasso y Pérez es un nuevo capítulo en esta historia. Evidentemente el panorama ha cambiado por el resultado electoral de PK que lo convierte en un jugador con mayor peso propio, pero se trata de un reacomodo de posiciones para seguir enfrentando a su enemigo común. Se ha dicho con frecuencia que el enfrentamiento entre el correísmo y las izquierdas tradicionales se debe a razones programáticas e ideológicas. Si bien estas han estado presentes y muchas son el resultado de errores del correísmo, la disputa de fondo es más bien estratégica, tiene que ver con sus modos contrapuestos de relacionarse con el estado. En este plano las izquierdas anticorreístas tienen más afinidad con la derecha, esta constituye su “aliado natural”. Es por eso que esas izquierdas, en la práctica, terminan siendo muy conservadoras, beneficiarias del orden político que también beneficia –en mucho mayor medida, claro- a las élites oligárquicas, se ven en la necesidad de defender a ultranza ese orden, eso sí, siempre enarbolando una encendida retórica radical y demagógica. El pacto Lasso-Yakuconstituye el asalto final para defender el estado prebendario que tanto les costó restituir, es el pacto de la continuidad. Pacto que en el caso de Yaku es –además- una traición a buena parte de su electorado que vio en él la representación del legado de Octubre.

Por Editor