Por Jorge Elbaum
La pérdida relativa de poder de Estados Unidos a nivel global, sobre todo en lo económico y comercial, ha motivado una nueva Guerra Fría, esta vez contra la República Popular China. A diferencia de lo sucedido medio siglo atrás, cuando la confrontación se limitaba a la disputa militar e ideológica con la Unión Soviética, el actual conflicto se ubica en el propio terreno de la producción y en la disputa por el control de los mercados.
El neoliberalismo financiarista instituyó la falacia de una sociedad posindustrial mientras deslocalizaba empresas reubicándolas en territorios donde abundaba la fuerza de trabajo. China asumió el desafío de acoplarse a esa maniobra –que pretendía únicamente la maximización de los intereses occidentales– mientras apelaba al Shuai Jiao, el arte marcial de 4 mil años de antigüedad, consistente en aprovechar el ímpetu y la fuerza del oponente. El sudeste asiático se convirtió de esta forma en el epicentro de la manufactura industrial y en el área geográfica donde la productividad logra, en la actualidad, su máximo nivel.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) detalla que los intercambios comerciales de Beijing con la región se han incrementado pasando de 14 mil millones en el año 2000 a 500 mil millones de dólares en 2022. Los cálculos de diferentes centros de investigación prevén que para 2035 el comercio mutuo alcanzará los 700 mil millones. Hasta 2023, veintiún países de América Latina y el Caribe se encuentran integrados a la denominada Nueva Ruta de la Seda y el comercio se multiplicó 35 veces durante el presente siglo. En el año 2000, Beijing concentraba solo el 2 por ciento de las exportaciones de la región, y en la década posterior creció a promedio de un 31 por ciento anual. En la actualidad China es el socio más importante de Sudamérica y el segundo de Centroamérica y el Caribe.
En los últimos años, el Ministerio de Relaciones Exteriores chino estableció acuerdos de libre comercio con Chile, Costa Rica, Ecuador y Perú, países que se ubican como aliados de Washington en términos geopolíticos, pero que no dudan en establecer acuerdos de cooperación comercial de beneficio mutuo. El 21 de agosto de 2023, el Parlamento Centroamericano acordó la exclusión de Taiwán como país invitado en formato de observador permanente para sustituirlo por la República Popular China. En la última década, cinco países han roto sus lazos con Taiwán y suplantado dichos vínculos con Beijing: Panamá en 2017, República Dominicana y El Salvador en 2018, Nicaragua en 2021 y Honduras en 2023.
Pese a la guerra comercial, mediática y de reputación iniciada por Estados Unidos en el último decenio, la situación de China como receptora de la Inversión Extranjera Directa (IED) ha mejorado. Según el Índice de Confianza en la Inversión Extranjera Directa de Kearney (FDICI) –que hace un seguimiento de los flujos de inversión a nivel global– el gigante asiático ha mejorado su performance en el último año: ascendió del séptimo puesto en 2022 al tercer lugar en 2023, poniendo en evidencia que la productividad y la innovación china poseen mayor capacidad de persuasión que los intentos del Departamento de Estado por coartar el crecimiento orientado por Xi Jimping y el Partido Comunista.
El éxito económico de China, su desarrollo científico-tecnológico y su estrategia de cooperación basada en el respeto mutuo han puesto a Washington en pie de guerra. Esa es la causa del reciente viaje de la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, a Beijing, durante el cual solicitó una “reducción de la capacidad productiva” china ante la imposibilidad de competir con su maquinaria industrial. Yellen –como baluarte del proteccionismo decimonónico advirtió que su país “no aceptará que nuevas industrias sean diezmadas por las importaciones chinas”. Las autoridades chinas –embanderadas paradójicamente en las históricas banderas del librecambio– respondieron que “politizar la capacidad de producción y otras cuestiones económicas y comerciales es contraproducente para el desarrollo económico global”.
Washington se encuentra en una encrucijada. No puede desacoplarse porque muchas de sus empresas tiene inmensas inversiones en China y dependen de sus cadenas de valor global para la reconversión ambiental, sobre todo en relación a las tierras raras, las baterías, los autos eléctricos y los paneles solares. Mientras la productividad china no puede ser emulada por Occidente, el Departamento de Estado se ve compelido a cercenar, limitar o coartar los lazos de lo que considera su área de influencia (o su patio trasero) para impedir que Beijing siga prosperando. La guerra contra China, de esa forma, asume ribetes híbridos al mismo tiempo que el Sur Global puja por articularse con los BRICS. América Latina y el Caribe, en esta lógica, son territorios que Estados Unidos busca desacoplar de Beijing. No parece que pueda lograrlo tan fácil. La paciencia, la humildad y la sabiduría son las bases del Shuai Jiao.
Tomado de Página 12