Todos coincidimos en que la imagen comunica y mucho, pero los profesionales sabemos que una imagen no debe ser engañosa ni inducir a tomar decisiones basados en ella.
Que importa cuidar la imagen y estar a expensas del qué dirán, si la realidad que vivimos ha traspasado, en extremo, los límites de lo tolerable y de lo creíble. Cada día la situación nos hace decir «esto nunca en mi vida lo había vivido», pero lo más grave es que estemos perdiendo la capacidad de asombro al enterarnos de dramas realmente apocalípticos. Un hijo encuentra a su madre debajo de otro cadáver y con identificación cambiada; un cadáver es dejado en un sofá en el parterre central con un mensaje indicando que llamaron al 911 y no le dieron ayuda; vecinos de un barrio quemando llantas en las calles para llamar la atención de las autoridades para que retiren cadáveres en las casas y calles; un patrullero de la policía dejando abandonado un féretro en la vía sin explicación alguna; tres cuerpos, en estado de descomposición, de una misma familia que clamaba por varios días el retiro y traslado a un camposanto; cadáveres en bolsas negras regados en el piso de cuartos y pasillos del hospital del IESS; bolsas con cuerpos acumulados en camillas y contenedores en la misma casa de salud; en resumen, restos humanos por doquier envueltos en sábanas, plásticos o cofres mortuorios, pero abandonados y putrefactos en hospitales, casas y calles.
Eso vive Guayaquil, eso viven los ecuatorianos que residen en esta ciudad. Esto no es inventado, aunque parecería ser sacado de una película que antes dejábamos a la imaginación y el asombro por su crudeza y falta de humanitarismo.
Guayaquil fue imagen para la foto mentirosa, para decir que todo estaba controlado y que no hacía falta nada, para aparecer ante el mundo que los famosos protocolos estaban dando resultado, para aparentar que el gobierno del «diálogo y la prosperidad» sabía lo que había que hacer y por ello, cualquier ministro o funcionario sin experiencia podía estar al frente de las operaciones para lucirse y tomarse la foto.
Nada más cierto que la ineptitud se refleja con los cadáveres en las calles. No son noticias falsas ni trucadas, no son vídeos de otros países y quienes postearon algo malicioso no tendrán el perdón de Dios. Un gran porcentaje de los casos difundidos en las redes han sido llamados angustiosos de personas que tienen o sus familiares tienen los síntomas de la enfermedad, de otros que ven cómo cada minuto se extingue la vida de su ser querido y no llega la ayuda, de quienes han tenido o tienen aún a sus familiares fallecidos y que les es imposible darle cristiana sepultura.
Pero lo importante es la imagen internacional, aquella a la que apelamos para aparentar que vivimos en el paraíso, que el gobierno hace lo correcto, que no hay que temerle al virus sino al miedo, que la culpa siempre será de otros o del gobierno anterior, que ya no hacen falta esos grandes hospitales ni colegios porque la salvación es el internet, que no se debe alarmar a los organismos financieros mundiales y por eso, hay que pagarles puntualmente, que los inversionistas se pueden asustar y no venir a invertir, que cuidado ya los turistas no quieran visitar el «modelo exitoso» o las Galápagos. Todo es simplemente imagen, que no estaría tan mal si solo se tratase de un problema interno y que no vaya más allá de la intemperancia política; sin embargo, este momento no es de banalidades, soberbias o prepotencia, no es momento de crear héroes a la fuerza, no cabe trabajar pensando en resultados políticos futuros, no es oportunidad lo que se debe buscar sino demostración de capacidad y, esto, es lo que primero escaseó antes que las máscarillas, guantes y otros equipos de protección para los verdaderos héroes: los profesionales de la salud; quienes no necesitaron de fotos, discursos, publicidad en medios o agencias de publicidad para que su trabajo sea reconocido y bendecido.
Estamos en un punto sin retorno. No hace falta memes, videos, mensajes de WhatsApp, etc., para evidenciar que al gobierno se les fue de la mano el manejo de la crisis. No hace falta abundar en detalles, solo basta con escuchar a la gente de la calle que clama ayuda para alimentarse, que necesita atención médica, que hace que el más grande amor del mundo por su ser amado les haga insoportable tenerlo tantos días en su sala, inerte y putrefacto.
Pese a muchos días de sacrificio, dolor y temor la gente espera ver buenas noticias: llegada de científicos o médicos extranjeros a relevar a los extenuados y hasta contagiados; equipos de protección, aquellos que vemos que por toneladas regalan a otros países; de trabajos articulados con instituciones locales bajo una estrategia aséptica para recoger los cadáveres, pues hay demasiadas camionetas de policía, municipio, bomberos, ministerios, instituciones privadas y más, que juntas harían un trabajo coordinado y eficiente.
Lastimosamente no hay noticias de ese tipo porque el gobierno está pendiente de la imagen, está entrabado en una lucha feroz por combatir más efectivamente a Rafael Correa que al mismo covid19. No hay declaración de prensa o cadena nacional que no se nombre al gobierno anterior, antes de la crisis y junto a los medios de comunicación colectiva locales crearon un framing de que todo es culpa de Correa, incluso hacen referencia a que hay una campaña de desprestigio para minar el ánimo y la moral de los ecuatorianos cuando todos sabemos que el virus no entiende de política, religión y no hace distinción de clase social.
Ya no es temporada de excusas, no estamos en la normalidad aberrante de una campaña electoral, no estamos en la tranquilidad aparente de vivir en desgobierno. No es hora de lamentarse ni de pensar en lo que se ha hecho porque hecho está. Éste momento es el de las definiciones y de enfocarse en soluciones, en pensar si queremos un gobierno con imagen internacional aunque no haya ecuatorianos vivos o ecuatorianos vivos y agradecidos porque apareció o se dio paso a gente con sentido humanitario que se preocupó por nosotros y que no estaba preocupada de que su equipo de prensa le fotografíe y tuiteé una acción que es su obligación, porque no lo hace gratis, porque por hacerlo recibirá a fin de mes su sueldo frente a muchísimos a quienes la pandemia le quitó el trabajo, la comida y, a algunos, hasta la vida.
Aquellos que han trabajado por la imagen ya deben comprender que solo votan los vivos y que ellos guardan imborrablemente la imagen de sus muertos y de quienes nada hicieron por salvar esas vidas.