La intolerancia política y económica del neoliberalismo criollo
En un mes, el régimen de Lenín Moreno sufrió dos derrotas políticas con consecuencias económicas para su modelo de gestión administrativa: el 13 de octubre eliminó el decreto 883 que eliminaba el subsidio a los combustibles; y el 17 de noviembre la Asamblea Nacional, por 70 votos, archivó y negó el proyecto de Ley de Crecimiento Económico, plataforma neoliberal para beneficio de las élites políticas y económicas del Ecuador.
Entre los dos casos hay diferencias de fondo, pero una de orden político: Moreno ha sido incapaz de convencer al país de su modelo (en realidad del FMI) y revela una precariedad intelectual y técnica para absolver las tensiones generadas por unas propuestas de ajuste económico de extremada codicia por parte de los dueños de grandes fortunas y con obesas cuentas en paraísos fiscales. Y además, el costo social es muy alto: no solo hay muertos, presos y heridos, también hay rupturas entre sus supuestos aliados y sospechas de dejarlo solo en el último tramo de su administración. Mientras tanto el país ve cerrar empresas, emprendimientos, despidos por doquier y una desesperanza extrema.
Por si fuera poco Moreno cuenta con dos bombas de tiempo en su horizonte cercano: la agudización de la crisis económica y un levantamiento popular en reacción a la intolerancia política y la persecución judicial como herramientas de sometimiento y sobrevivencia. Aunque sus ministros y secretarios vivan en la burbuja del supuesto diálogo, el país se cae a pedazos.
Esto se explica mejor en el artículo de Joseph E. Stiglitz cuando se pregunta “¿A quién se le ocurre que la contención salarial (para conseguir o mantener competitividad) y la reducción de programas públicos pueden contribuir a una mejora de los niveles de vida? Los ciudadanos sienten que se les vendió humo. Tienen derecho a sentirse estafados”. Y por tanto esos ciudadanos, los pueblos y sus organizaciones reaccionan como ha ocurrido en Ecuador, Chile y Colombia, además de Argentina que lo hizo en las urnas y ya sabemos a qué costo.
Para eso hacen falta -han dicho algunos y lo han puesto en práctica en las revueltas de las últimas semanas- intolerancia extrema y represión generalizada. Las élites de América Latina no dejarán arrebatarse sus privilegios y riquezas. Por eso es clave entender lo que dice Stiglitz, cuando el FMI y los presidentes de Ecuador, Chile o Colombia aplican los ajustes y reciben la respuesta popular:
“La intolerancia alcanzó su máxima expresión en macroeconomía, donde los modelos predominantes descartaban toda posibilidad de una crisis como la que experimentamos en 2008. Cuando lo imposible sucedió, se lo trató como a un rayo en cielo despejado, un suceso totalmente improbable que ningún modelo podía haber previsto. Incluso hoy, los defensores de estas teorías se niegan a aceptar que su creencia en la autorregulación de los mercados y su desestimación de las externalidades cual inexistentes o insignificantes llevaron a la desregulación, que fue un factor fundamental de la crisis. La teoría sobrevive, con intentos de adecuarla a los hechos, lo cual prueba cuán cierto es aquello de que cuando las malas ideas se arraigan, no mueren fácilmente”.
Hoy por hoy estamos frente a un escenario de rigidez política, con persecusión, muertes y cárcel para los opositores, pero al mismo tiempo aplicando una flexibilidad económica siempre a favor de los grandes negocios y de los grupos poderosos. El rostro democrático con el que se venden Moreno, Piñera y Duque, en los foros y en los medios, solo es el otro lado de su rostro violento, dictatorial, tiránico e insolente. Parecería que se quieren diferenciar de Jair Bolsonaro y sigue su receta con el mayor disimulo, pero al final es lo mismo.
Por supuesto, también hay miedo y una gran interrogante: ¿es posible aplicar medidas de ajuste y represión sin un costo social que no devenga luego en una capitalización progesista en las urnas? O por el contrario: ¿habrá una fuerte corriente de neo fascismo que impida la emergencia de líderes, grupos, partidos y/o movimientos populares y de izquierda?
Solo queda por decir que nada de lo que estamos viviendo habría sido posible (en toda la región) sin la existencia de grupos de izquierda avalando el neoliberalismo extremo bajo el argumento de luchar contra el populismo y el progresismo. Y frente a eso, ahora, a pesar de la insurgencia popular en nuestra región, en Ecuador todavía queda un debate pendiente: ¿quién cosecha las revueltas a favor de nuevas y mejores condiciones políticas a favor de lo que obliga la Constitución de Montecristi?