Jahiren Noriega Donoso

Escribir este artículo a título personal se convierte en una completa ficción. Ni una sola de estas palabras hubiese sido posible sin la inspiración que mis compañeras han despertado las últimas semanas. No cabe duda que la autoría podría ser también de Lía, Daniela, Andrea, Nathalya, Adela, Carla, Alisson, Josselyn y muchas más, a quienes me es imposible nombrar porque la lista se volvería demasiado extensa; sin embargo, en esta ocasión, me permito elaborar un relato a nombre de todas.  

El pasado lunes 19 de noviembre las y los estudiantes de la Universidad Central del Ecuador, junto con estudiantes de otras instituciones de educación superior, nos tomamos las calles de la ciudad de Quito para manifestar nuestro más profundo rechazo frente al recorte presupuestario a las universidades y otros sectores educativos, planteado por el Gobierno Nacional en la Proforma Presupuestaria 2019.

Una particularidad novedosa y esperanzadora caracterizó este proceso organizativo y posterior movilización: fuimos las mujeres quienes, desde varios y diversos frentes, lideramos en gran parte, este trascendental momento para el futuro de la educación y del país. A propósito del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, cabe preguntarnos, ¿qué significa para nosotras y para la sociedad en su conjunto, que las mujeres demos batallas en el campo político?

La teoría feminista ha demostrado claramente que existe una jerarquía de género que organiza el mundo de lo social. Vivimos en un sistema de dominación que encuentra su fundamento último en la biología y se vale de él para legitimar la violencia de un sexo sobre otro. En palabras de la antropóloga feminista Rita Segato, vivimos un mundo binario donde los hombres y todo lo relacionado a su rol, históricamente construido, está supremamente valorado de forma positiva, con respecto a lo que somos y hacemos tradicionalmente las mujeres.

Mi experiencia y la de muchas confirman lo antes mencionado. A nosotras nos significa un esfuerzo mayor el “demostrar” nuestra capacidad de liderazgo, en la medida en que este valor históricamente ha sido asociado al sexo masculino. Cuando las mujeres hemos estado a la cabeza de procesos trascendentales, la historia (contada por hombres, además) nos ha invisibilizado o, en el mejor de los casos, nos han nombrado a partir de la existencia de un hombre: Manuela Sáenz, la “libertadora del libertador”, es muestra de aquello.

Por otro lado, nunca falta el paternalismo insultante con el que los hacedores de la política estatal nos interpelan y nos infantilizan permanentemente, intentando deslegitimar nuestras luchas. Tratarnos de “mijita” está de más: da cuenta de que vivimos en un sistema patriarcal que no tolera que las mujeres salgamos del lugar que nos “corresponde”. Para las mujeres, jóvenes además, liderar en gran medida, la movilización del 19N y llevar a cabo un primer ejercicio por reconstruir el tejido social del movimiento estudiantil, significa una clara irrupción en la esfera de lo público; una alteración en las estructuras tradicionales que han reinado dentro de los movimientos sociales, partidos políticos, universidades y demás espacios.

Considero importante resaltar que estas afirmaciones no tienen como objetivo desconocer el valioso liderazgo de compañeros como Diego, Paúl, Alejandro, John, Fabricio, y muchos más, quienes, junto a nosotras, hombro a hombro, cediendo incluso sus privilegios de género, le exigíamos al Estado una educación publica, gratuita y de calidad. Con estas líneas, tan solo pretendo denunciar la serie de obstáculos que nosotras, por el solo hecho de ser mujeres, debemos atravesar en un mundo que les pertenece a los hombres.

Con nuestra lucha social y política rendimos homenaje a “Las mariposas”, mujeres combativas que pagaron un precio muy alto por resistir el gobierno dictatorial de República Dominicana en la década de los sesenta. Con nuestra lucha no solo pretendemos resistir un Estado neoliberal que atenta contra nuestros derechos recortando el presupuesto que los financia sino también inaugurar un momento distinto y renovado del movimiento estudiantil, en el que las y los estudiantes aprovechemos para politizarnos y construir una estructura organizativa que deje en el pasado la cooptación de partidos políticos e incluso, a partir del cual, fundemos un horizonte de sentido distinto a la jerarquía de género que organiza nuestro mundo. 

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