Por Pablo Salgado
Sin duda, la mentira es lo que caracteriza a Lenín Moreno Garcés y sus cuatro años de gobierno. No hay un signo que, con más fidelidad y precisión, retrate su condición en el ejercicio de la presidencia que la mentira. Inició su gestión de la mano de la mentira, gobernó con la mentira y se despide con la mentira. Y con la traición, claro.
La mentira ha sido la principal herramienta en la gestión de Lenín Moreno como presidente. La mentira como una forma de ocultar su ineficiencia e ineptitud. La mentira como reflejo de un plan preconcebido para destruir todo lo que tenga que ver con el gobierno anterior del que, como todo el país conoce, también fue parte. Todos recordamos cuando al inicio de su gobierno, en el cambio de guardia en la Plaza grande, Moreno salió al balcón del palacio con un retrato del ex presidente Correa (cuando éste viajó a residir en Bélgica) y dijo que era el mejor presidente y le prometió lealtad; era mentira, ya estaba fraguada su traición. Cuando el secuestro de los tres periodistas de El Comercio, aseguró que hará todo lo que esté de su parte para preservar la vida de los periodistas; era mentira, nunca negoció y cuando hizo aquellas declaraciones, ya los periodistas habían sido asesinados. Cuando afirmó, fotografía en mano, que el puente del río Mataje no iba a ninguna parte; era mentira. Cuando aseguró que en su despacho había descubierto una cámara oculta y que era manejada desde Bélgica; era mentira. Cuando aseguró que Assange era el abanderado de la libertad de prensa, era mentira; apenas pudo lo entregó a las autoridades británicas afirmando que era “un miserable hacker.” Y así podemos seguir página tras página contando sus mentiras. No había semana en la que no utilice la mentira como su principal arma de gestión pública. La mentira y el engaño. Cada vez que frunce el seño y los labios, intentando parecer firme y seguro, nos está mintiendo. Una y otra vez. Siempre mintiéndonos. En sus discursos, en sus cadenas nacionales, en sus entrevistas, en sus redes sociales, en sus conferencias internacionales; la mentira siempre presente.
De acuerdo a la RAE la mentira es fingir, mudar o disfrazar haciendo que parezca otra cosa. Y esa fue la tarea de Moreno desde el primer día de su gobierno. Y desde mucho tiempo atrás. Cuando fue candidato, y cuando fue vicepresidente; siempre la mentira. Cuando decidió borrar los logos de la marca país de todas las obras públicas construidas por el gobierno de Rafael Correa, en realidad nos estaba diciendo que su principal objetivo de gobierno era engañar, ocultar, disfrazar; el mudar una cosa para que parezca otra. Y así gobernó cuatro años. Traicionó a quienes lo llevaron a la presidencia y a los millones de ecuatorianos que lo votaron. Engañó a quienes en su momento lo sacaron del anonimato, y le dieron una vida pública. La mentira como un mecanismo de gestión pública lo convirtió, en verdad, en un gran embustero. Y entendiendo que el embuste se basa siempre en la mala fe.
Quien engaña, quien miente, quien traiciona, no tiene escrúpulos, ni principios; por tanto, tampoco tiene remordimientos. De ahí que apenas traicionó al ex presidente Correa y a sus ex coidearios, los persiguió. Y de inmediato se vinculó con los opositores más recalcitrantes, quienes se convirtieron en sus íntimos consejeros y asesores. Despojó del triunfo electoral a la mayoría de ecuatorianos que lo habían votado. Y los despreció: “a los que les estoy agarrando odio es a los que votaron por mí,” les dijo a los banqueros en su primera reunión en Palacio. Y después se atrevió a afirmar, sin sonrojarse: “ojalá yo tuviera un mejor pueblo.” Debería estar agradecido que el ecuatoriano es un pueblo muy paciente, quizá demasiado, con una gran capacidad para asimilar el dolor y el sufrimiento. Pero que, como los volcanes, cada cierto tiempo estalla.
Mientras despedía y maltrataba a los servidores públicos, Moreno hablaba de prosperidad; mientras los ecuatorianos se empobrecían, Moreno hablaba de un país de emprendedores; mientras enviaba a la Asamblea leyes que perjudicaban a los mas necesitados y beneficiaba a los que mas tienen, Moreno hablaba de leyes humanitarias. Mientras aprobaba, con el bloque de gobierno, un proyecto que pone en riesgo la dolarización, Moreno hablaba de proteger la dolarización. Es decir, siempre la mentira, el engaño, el embuste.
Hay dos momentos importantes y claves en la gestión de Moreno; la revuelta popular de Octubre y la emergencia sanitaria por el COVID-19. En lo primero, no tuvo ningún remordimiento para -junto a su ministra de Gobierno María, Paula Romo y de Defensa, Oswaldo Jarrín- reprimir violentamente las protestas que dejaron 11 muertos, centenares de heridos y centenares de presos. Cuando negoció con la dirigencia indígena también mintió y los dirigentes indígenas lo creyeron. Y se salió con la suya. En lo segundo, con la pandemia, se evidenció no solo su absoluta ineficiencia e ineptitud sino su indolencia con la mayoría de ecuatorianos, ya que desmanteló el Sistema de salud pública, despidió -en plena pandemia- a los médicos y personal de salud, prepagó la deuda en lugar de adquirir medicinas y equipos para la emergencia; y repartió los hospitales generando millonarias cadenas de corrupción, que en algún momento deberán investigarse. El resultado, mas de 57 mil muertos, con imágenes de los cadáveres en las calles que nunca se borrarán de la memoria de todos, en especial de los guayaquileños.
Nunca le importó el bienestar y la salud de los ecuatorianos; gestionó la emergencia sobre la base de la mentira y el engaño. Sus ministros de salud también nos mintieron. Y por si no fuera suficiente, con las vacunas también, de modo vil y descarado, nos mintieron. Moreno nos mintió todos los días de su presidencia. Es más, vivió y convivió con la mentira. Su mirada, sus gestos y sus expresiones son el velo para ocultar y engañar. Pero además, hay un odio que se refleja siempre en su rostro, en su sonrisa convertida en una mueca desagradable y, en muchos casos, repugnante.
La mentira siempre se articula con el deseo imperioso de acceder al poder. Y ya en el poder, la mentira se convierte en un intenso deseo de ser reconocido y aceptado. Es decir, un antivalor, con el poder, se convierte en valor. Y el mentiroso con poder busca a toda costa ser aceptado, así esa aceptación sea temporal; mientras esté en ejercicio del poder. Y no importa que ese poder sea solo simbólico -el ocupar el palacio de Carandolet- ya que el poder real está en la banca, en las cámaras empresariales y en los poderes fácticos. Pero la mentira y el engaño puede ser también comedia y tragedia. No puede haber comedia mas grotesca que mirar al presidente Moreno, muerto de iras, gesticulando y gritando. O no puede haber comedia mas agria que escuchar a Moreno contar chistes o anécdotas de su vida que se convierten, mas bien, en ofensas y en agresiones a la mayoría de ecuatorianos. No necesita la máscara para mentir. No necesita el disfraz para engañar y despistar. No, con Moreno no hace falta. Y es también una tragedia porque sumió a la mayoria de los ecuatorianos en una profunda precariedad con niveles de pobreza y pobreza extrema inaceptables.
Está claro que Moreno nunca estuvo preparado para ejercer el cargo con un mínimo de responsabilidad y buscando el bien común, que es el más básico rasgo de un buen presidente. No, por el contrario, su único empeño fue entregar el país a la banca, obedecer los mandatos del FMI y la Embajada, y destruir, como sea, al correismo. Y, en eso, cumplió. De ahí que no es extraño que los beneficiados de esa entrega hoy lo ensalsen y lo agradezcan.
Con Moreno nunca hubo el texto. Siempre necesitó un “promter” para configurar la mentira. El desarrollo sistemático de la mentira, nos dice José Ricardo Eliaschev, es un atributo de sociedades con escaso desarrollo de la cultura política y que, en consecuencia, no gozan de la existencia de una sólida opinión pública. De ahí que los grandes medios de comunicación, y numerosos medios digitales financiados por ongs y grupos empresariales, fueron los grandes aliados para posicionar y/o manipular esa opinión pública. Y si, se salió con la suya.
Moreno incumplió todas sus promesas. Y para ocultarlo, contrató para los últimos dos meses de su gobierno una campaña de propaganda millonaria. Otra vez, ocultando y maquillando; es decir, mintiendo. Al final de su gobierno, el legado que Moreno deja al país está a la vista de todos, son cifras inocultables, solo 3 de cada 10 ecuatorianos tiene trabajo adecuado. Cifras que están en el día a día ya que cada vez son más los ecuatorianos que no llegan a fin de mes; que no tienen seguridad social ni oportunidades para un empleo digno; apenas con una tenue esperanza que les permite sobrevivir. Y ese es, precisamente, el mayor legado que el gobierno de Moreno deja en los ecuatorianos que, por amplia mayoría, consideran que ha sido el peor gobierno de la historia. Pero eso a Moreno poco le importa. Su misión está cumplida; entregar el país a la banca y derrotar al correismo. Basta y sobra. De ahí que, y en esto no mintió, y deberemos creerle, con dolor, su única verdad: “Yo duermo tranquilo y me importa un bledo el país.”