´Por Ramiro Aguilar

La noche del viernes 12 y la madrugada del sábado 13 de noviembre, al menos sesenta y ocho personas fueron asesinadas en una nueva masacre en la Penitenciaría de la ciudad de Guayaquil. Los privados de libertad cubrieron el hecho en vivo y pasaron los vídeos por WhatsApp a un grupo de periodistas que los subió a las redes pidiendo que intervinieran la policía y las Fuerzas Armadas -que estaban fuera de la cárcel haciendo cumplir el estado de Excepción decretado por el presidente Guillermo Lasso Mendoza-, para evitar el destajo y la balacera; no obstante, ni la policía ni los militares hicieron nada. Por su parte, el Presidente, vestido de esmoquin, asistía a la cena conmemorativa del aniversario de la creación del cuerpo de Marines de los Estados Unidos.

¿Alguien le habrá susurrado al Presidente que en la cárcel de Guayaquil se estaban matando? ¿Habrá gesticulado que eso no tiene importancia? Nada debía malograr el sabor del champán, la pompa de los Marines y esa sensación de haber nacido con suerte.

En otro lugar de la ciudad un hombre sin suerte, desde su teléfono celular se despide de su familia: nos vienen a matar dice, la policía no hará nada, cuiden de mis hijos.

Señor, diría el poeta, recibe en tu regazo a esos hombres sin suerte que han muerto esta noche. Acoge en tu reino a Juan, el niño que a los cinco años fue abandonado en la calle y creció sonriendo a pesar de los dientes caídos y los pies descalzos; hasta que se hizo adulto y tomó de la vida lo que la suerte o tus designios le negaron. Que entre a tu cielo Juan el niño; y también Juan el adulto que oró a ti para que no lo maten; pero esa noche, Señor, tú estabas en la cena de los Marines, halagado por las oraciones de aquellos que te agradecen por haber nacido con suerte.

A la democracia, decía Norberto Bobbio, a menudo se le acusa de no cumplir con sus promesas. No mantiene la de eliminar las élites en el poder; no mantiene la promesa de autogobierno; no mantiene la promesa de integrar la igualdad formal con la sustantiva, y con escasa frecuencia – curiosamente – se le acusa también de no lograr aniquilar al poder invisible. Hay un “Estado doble”: el visible que se rige por las reglas de la democracia que prescriben la transparencia; y el invisible que es el poder sin reglas, sin responsabilidad, opaco.

Lasso, durante buena parte de su vida, como banquero y hombre de negocios, ejerció con los demás miembros de las élites financieras, el poder del Estado invisible. Las leyes económicas y tributarias elaboradas por ellos, pasaban al parlamento bajo la supuesta autoría de algún diputado usado como instrumento. Los ministros de Finanzas fueron puestos a dedo para que los favorezcan. Los propios presidentes fueron usados como monigotes parlantes. No en vano habían pagado sus campañas.

Me parece que Guillermo Lasso, cedió a la vanidad. Quiso pasar de la oscuridad a la luz. De ejercer el poder invisible que tiene el bemol de no dejar registros históricos ni fotos, al poder visible de la banda presidencial, el escrutinio público y la rendición de cuentas.

Quienes ejercen el poder invisible: dueños de los grandes medios de comunicación, banqueros, importadores y exportadores, prestadores de servicios petroleros, etc., por su propia y deliberada opacidad, no son sometidos al molesto acto de rendir cuentas ante los ciudadanos. Si se equivocan, no son ellos los responsables sino sus esbirros, los políticos de turno, para eso están en nómina.

El problema es que la Democracia, aún con sus deudas ya referidas, es el ejercicio del poder público, ante el público. Cuando un hecho conmociona a la sociedad, hay que salir a explicarlo. Lasso eso no lo entendió nunca. Los personajes de su círculo no dan explicaciones jamás.

Lo que el presidente no entiende es que, al asumir el poder visible y formal, ya no pertenece a ese círculo y la gente le va a reclamar por su inoperancia e ineptitud. Las familias de los más de doscientos muertos que se han producido en la cárcel de Guayaquil durante los cinco meses del gobierno de Lasso, exigirán verdad, justicia y reparación. La vida de los pobres no es ese detalle que desprecian los poderosos o los tontos adoctrinados, no. La vida es un derecho Humano protegido por la Constitución del Ecuador, tratados y tribunales internacionales. No impedir un acontecimiento cuando se tiene la obligación jurídica de hacerlo, equivale a ocasionarlo, decía desde siempre el Código Penal y lo ratifica el actual Código Orgánico Integral Penal. Así que, indefectiblemente, Lasso, su ministra de Gobierno, su Comandante General de la Policía deberán ser, tarde o temprano, sometidos a juicio.

Formalmente la entidad encargada del ejercicio de la acción penal pública es la Fiscalía General del Estado. Siguiendo la línea trazada por Norberto Bobbio, debemos preguntarnos ¿de cuál Estado es Fiscal General la señora Diana Salazar? ¿Del Estado formal, transparente, que rinde cuentas, y protege la vida como un derecho Humano? ¿O acaso es la Fiscal General del Estado oculto, del poder invisible, de los medios de comunicación, la embajada americana, los bancos, las Cámaras de Comercio, etc.? ¿Ejerce la señora Salazar el poder público o es el instrumento de turno del poder invisible? Si la Fiscal ejerce poder público, no puede ni debe sustraerse a la obligación de encausar al Presidente, a la ministra de Gobierno, a la Comandante General de la Policía y a los jefes policiales y militares a cargo del resguardo a la penitenciaria que se cruzaron de brazos en espera de que termine la masacre para entrar a la cárcel. Ahora bien, si la Fiscal General es solamente la mujer de confianza de los poderes invisibles puesta en el cargo y en la portada de la revista Vistazo para cuidarles las espaldas, pues nada pasará, por ahora. No obstante, incluso su tiempo de rendir cuentas llegará como a todo funcionario público.

Ninguna servidora ni servidor público, dice el artículo 233 de la Constitución de la República, estará exento de responsabilidades por los actos realizados en el ejercicio de sus funciones o por sus omisiones. Aunque vayan a la cena de los Marines y se vistan de esmoquin, tarde o temprano deberán rendir cuentas.

Para Guillermo Lasso, gobernar parece que reviste la complejidad e intranscendencia de llenar un crucigrama. ¿Sabe usted don Guillermo cuál es la palabra de seis letras que no tiene consuelo pero si justicia? Muerte, exacto. Anótela

Tomado de desalineados

Por Editor