Oportunistas sería poco. Lo más grave es su naturaleza política e intelectual, que ahora constituye un referente en el sentido común de la gente: son mediocres y soberbios. Ejemplo tienen en su ‘líder’.
Bien decía, en su momento, Juan Montalvo, de personajes que ahora se retratan en esta, una de sus mejores frases lapidarias: “Sed de sangre y de dinero, vanidad insensata, estos son los móviles con que muchas veces la fortuna saca de la nada a los más ruines y los dispara hacia la cumbre de la asociación civil, como quien hace fisga de los hombres de mérito.»
El año que termina demostró que todo aquel discurso de lucha contra la corrupción de los afiebrados morenistas solo existía para ocultar la suya propia, la de los más bajos moralismos, con lo cual se sirvieron de la traición para garantizar su sobrevivencia económica, poniendo a parientes en todos los cargos (¿o es que el padre de la “revolucionaria” María José Carrión está en la embajada de Ecuador en Cuba porque le sobran los méritos de diplomático?).
No olvidemos que los morenistas son creación del espíritu y naturaleza de personajes como Gustavo Larrea o Enrique Ayala Mora, que no pudieron imponer sus vanidades en la década anterior. Ellos, y otros tantos que pululan detrás de todos los poderes, han movido los hilos desde el odio y la venganza, capaces de pactar con Jaime Nebot sin vergüenza alguna o moviéndose en las orillas de ciertas mafias con el solo propósito de garantizar su supervivencia ególatra.
¿Cómo entender a una María José Carrión o a una Ximena Peña sino es desde su más precaria condición política después de declararse ‘correístas’ o ‘glasistas’ de pura cepa? ¿No eran ellas (que solo son dos ejemplos, porque hay muchos más de peor calaña) las que denostaban a quienes no eran ‘orgánicos’ y no se sometían a la disciplina del gobierno de la Revolución Ciudadana? Nombres sobran y bastaría con mencionar a dos más que lucen en sus CV ser presidentes de la Asamblea Nacional: César Litardo y Elizabeth Cabezas.
Ellas, como otros, parecen de la misma factura del ahora nebotcista César Rodríguez, exasambleísta constituyente que se declaraba el más leal correísta en Montecristi y era el ‘llevaitrae’ para congraciarse con el entonces Presidente de la República. Por eso se entienden sus votos a favor de la receta del FMI y otras tantas leyes para “desmontar al correísmo”.
Es cierto que la traición forma parte ineludible de la política, la historia está plagada de esos casos, pero también es cierto que los ahora morenistas (particularmente los que ostentan un cargo en la legislatura) llegaron porque la gente votó por un proyecto político y un liderazgo bien definido. Casi ninguno de ellos tuvo votos propios más allá de sus parientes o empleados de ahora. Al igual que Lenín Moreno, sus votos no fueron por la naturaleza de su sabiduría, prestigio o reconocimiento a la labor emprendida en algún cargo, sino por la necesidad de continuar con un sentido y una orientación de la gestión pública, las transformaciones en marcha y una postura absolutamente antineoliberal. Y ahora hacen todo lo contrario, en la mayoría de los casos por la simple y sencilla razón de acomodarse a las “circunstancias”.
Y si bien esos, como otros tantos que forman todavía parte de Alianza PAIS, son los de la primera tanda, los que llegaron después son de una limitación intelectual y bajeza política (por no decir moral que ya es de sí su condición) inmisericorde. Ahí están María Paula Romo, Juan Sebastián Roldán, Paúl Granda, Iván Granda, Alexandra Ocles, Richard Martínez, Andrés Michelena, además de los ‘nuevos’ del gabinete, después de limpiar (como dicen en los pasillos de Carondelet) los “restos del correísmo” que “pululaban” en su gobierno.
Todos estos, cargados de odio y ambición económica y política, están marcados por su pasado, desde donde denostaban a Moreno, lo despreciaban y hasta se burlaban de él. Ellos saben que lo subestimaban por su condición intelectual y por ser, supuestamente, el “mandado” de Correa. Y hoy lo alaban y ensalzan como quien “nos devolvió la democracia”. Les habrá devuelto a ellos su vanidad y la oportunidad de hacer negocios y recibir condecoraciones de la derecha más recalcitrante.
Ya no pueden pasear por la calle ni dirigirse a una reunión social sin causar sospecha o recelo porque, así como ayer y hoy, traicionaron al germen político que los instaló en la escena electoral y en disputa con la derecha, mañana harán lo mismo con quien ahora adoran y veneran utilitariamente. Claro, se justifican algunos, porque aparentemente la Contraloría los chantajea. ¿Y los demás? Allá que se jodan, no importa si están presos por “rebelión” o por “corrupción” sin ninguna prueba.