José Miguel Sánchez Giraldo
Los colombianos nos abocamos el próximo 17 de junio, en la segunda vuelta presidencial, a decidir la Presidencia de la República entre Iván Duque, que representa la oligarquía bicentenaria hoy en sintonía con una clase emergente cuestionada en múltiples escenarios nacionales e internacionales de vinculación con el proyecto paramilitar y mafioso, y las propuestas de paz social que propone Gustavo Petro.
Reclama como base de su ideario las líneas del pensamiento bolivariano auténtico; en sus escritos, palabra y obra nunca ha estado cerca de las lecturas anquilosadas sobre el marxismo que no poca izquierda latinoamericana ha exprimido. Es un liberal anarquista que bebe en las aguas de la Teología de la liberación y las homilías del Papa Francisco sin ser confeso católico ni cristiano. Heterodoxo economista marxista de orden gramsciano, que apela a la multitud, pero denosta de la estructura leninista del partido y propugna por una organización que emerge: no existen jefes, ni secretarios generales, no hay verticalidad de ningún orden, nadie manda, se apuesta a la capacidad creadora de las gentes antes que a las certezas de la estructura.
La potencia del discurso se conjuga en un dialogo polifónico y multicolor con las nuevas ciudadanías culturales, corporales, sexuales, ambientales, humanistas, animalistas; espiritualidades profundamente ecuménicas, taoístas, liberadoras; indígenas, campesinas y negros. También hay intelectuales y académicos, pero son los menos y entonces las cosas fluyen… y las nuevas ciudadanías acuden a las plazas por decenas de miles y el candidato la transforma en un acto pedagógico de formación política en el que la masa se convierte en multitud: un ágora contemporáneo y descomunal
El régimen le considera un político extraño: ¡cumple lo que promete! Gente así es peligrosa para el establecimiento. Sabe el capital financiero que están en calzas prietas cuando señala Petro que la luchas frente al cambio climático expresan la lid entre las fuerzas de la vida y las fuerzas de la muerte. Ello demanda iniciar el cambio de un modelo económico que descansa en la explotación y consumo de energías producidas por el extractivismo del carbón y el petróleo y avanzar hacia la producción de energías limpias y amables con el ambiente todo. Camino hacia una revolución nanocientífica, biotecnológica, informática y cognitiva (Nbic), o desaparecer como especie.
Ello significa conceder y reconocer derechos a la naturaleza. Se propone en consecuencia un pacto inteligente con la naturaleza, que pasa por la revolución de la cuchara, y un nuevo derecho que asume a los animales como seres sintientes y, por lo tanto, la abolición de prácticas de tortura frente a cualquier ser viviente.
Lo que demanda una opción preferencial por los pobres, para que en condiciones de igualdad y equidad puedan poner en sintonía su subjetividad, su estómago y su cerebro, y hacerse participes de la Nano-(R)Evolución, de manera protagónica y gozando plenamente de los derechos económicos, sociales y culturales.
Recoge el legado de los pueblos originarios de Nuestra América, en tanto la propuesta humana es el devenir de la praxis del Buen Vivir material, intelectual, cultural, sexual. En últimas, una espiritualidad para el camino del tao y de la liberación, que como génesis y final, son lo mismo.
Se aleja de la racionalidad cartesiana de las derechas clásicas y las izquierdas históricas. Este es un discurso que por su estructura y enunciación navega en el mundo de la complejidad, en red, nodos y rizomas, emergente, enmarañado, de interfaz cultural, polifónico, para la multitud, y si en ella la academia se inserta, también.
Lo revolucionario es que es sin armas, en un diálogo fructífero entre la virtualidad de las redes y la Plaza; una apuesta biopolítica donde el agua es ordenador político de la vida, que disloca la jerarquía, la represión, el poder y la obediencia.