Por Lucrecia Maldonado
Una vez que Pabel Muñoz hubo presentado a su equipo de trabajo para su nueva gestión como Alcalde de Quito, se alzaron en seguida las voces ‘críticas’ en relación con los miembros de este equipo, señalando que eran todos miembros de la Revolución Ciudadana, algunos ex funcionarios del gobierno de Rafael Correa, y otros, despectivamente, colocando en seguida la etiqueta de ‘correístas’, o pertenecientes a eso que llaman ‘correato’. Lo dicen con tanto sesgo, a veces con tanta mala leche, que se llega a pensar si tal vez tener lepra o SIDA terminal no será preferible a merecer semejante epíteto.
Pero como a veces se tiene la tendencia a analizar y a preguntarse qué mismo esconde esa etiqueta, que no es un bordado con hilos dorados en un lado del pecho, sino que se menciona como una tira de papel adhesivo mugriento y desgastado. Pero… ¿corresponde esa apreciación con la realidad? Se escucha, por ejemplo, al señor Carlos Vera (según algunos, maltratador de mujeres, y públicamente maltratador de su propio equipo y hasta del iPhone 14 y el ‘clítoris de mujer’ a partes iguales) decir con sorna que tal o cual persona es ‘correísta’. Y entonces la primera pregunta que surge es… ¿Y? ¿Cuál es el problema?
¿Qué será ser ‘correísta’? ¿Por qué será tan malo? ¿Por qué las hampas y mafias mediáticas utilizan este adjetivo como un descalificativo e incluso como un insulto? ¿Por qué los ‘quiteños de bien’ lo entonan con odio y mordacidad?
Dirán que Correa era ‘grosero’ y ‘prepotente’. Pero para eso hemos tenido, y de largo, ‘maravillas’ que lo superan con creces. El mismo Vera padre, que se pega hasta con las máquinas y ciertos órganos del cuerpo femenino sin que medie el menor motivo, pasando por el ‘insolente recadero de la oligarquía’, León Febres Cordero, cuyo gobierno quiso emular a las sangrientas dictaduras del Cono Sur en la década de 1970. O el inefable Abdalá Bucaram, por mencionar a tres muestras. Es más. La prepotencia en el Ecuador campea por todas partes, basta ver cómo se conducen las unidades de transporte público o los autos de alta gama de los pudientes. ¿No fue Jaime Nebot quien llamó ‘año viejo mal armado’ al presidente Guillermo Lasso?
Otros se refieren a Rafael Correa Delgado con el epíteto de ‘dictador’ o ‘tirano’. ¿Cuáles son las pruebas? Si bien hubo lamentables escaramuzas con algunos movimientos sociales o con grupos como “Los diez de Luluncoto” no se puede hablar, durante el período del gobierno de la Revolución Ciudadana, de una persecución sistemática, incluidas pruebas forjadas y manipulación mediática, como la que se dio en el gobierno de Moreno y se sigue dando en el gobierno actual a través de la judicialización de la política.
Pero además, se pretende posicionar ‘correísmo’, ‘correísta’ como sinónimos de ‘corrupción’ y ‘corrupto’. ¿Es en serio? ¿Antes de Rafael Correa nunca hubo un solo acto de corrupción en este país? ¿Y los nepotismos descarados de Durán Ballén, Bucaram y Gutiérrez, qué fueron? ¿Y el feriado bancario de Mahuad, dónde y cómo se originó? ¿Y la sucretización de Oswaldo Hurtado acaso fue un acto de transparencia y honestidad sin parangón? Y la supuesta corrupción ha sido tan indemostrable que finalmente la condena para impedir su participación en política se agarra de algo tan etéreo y deleznable como el ‘influjo psíquico’ o alguna especie de irradiación sobrenatural inexplicable desde cualquier punto de vista.
En el gobierno de Rafael Correa Delgado hubo una obra pública inédita durante casi todo el siglo XX, en donde la misma perversidad del discurso convirtió en sobreprecios los ajustes de presupuesto. Pero más que eso, el estado se convirtió en un apoyo para la gente. Correa no gobernó para los pudientes, aunque tampoco gobernó en contra de ellos, y si somos sinceros, los empresarios y la banca también se beneficiaron del orden y la estabilidad. Otra cosa fue el trabajo psicológico que se realizó durante aquella década: los ecuatorianos y las ecuatorianas recuperaron su autoestima, la noción de pertenencia a un país que, por un momento, había dejado de ser la vergüenza latinoamericana ostentando primeros lugares en rubros tan vergonzosos como los accidentes de tránsito y cosas parecidas. Rafael Correa le devolvió el país a la gente, y eso, sus tradicionales ‘dueños’ no se lo perdonaron ni se lo perdonarán jamás. Así como el Imperio no le perdonará jamás haberse convertido en un adalid de la soberanía nacional y no renovar la presencia de una base militar norteamericana en territorio ecuatoriano.
Entonces, si hacemos un análisis serio y sesudo, el término ‘correísta’ no podría ser más un descalificativo o un insulto, por más tono golpeado que le pongan las momias de la política o los prepotentes (ellos sí) de la prensa corporativa rastrera y comprada por los poderes fácticos locales y mundiales. Correísta es, más bien, quien piensa que el Estado es para la gente, para toda la gente, y no para unos pocos. Correísta es quien defiende la soberanía de su país, quien le planta cara al imperio, y quien ama el suelo que le vio nacer y le alimenta día tras día. Y algún ex funcionario de la Revolución Ciudadana que no se haya dejado tentar por la traición y esté dispuesto a trabajar en bien de la ciudad o del país también es, afortunadamente, correísta, y no cualquier otra cosa que puede pronunciarse sin odio pero que a la hora del té igual no serviría para nada.
¿Entonces, correísta? Sí. Claro que sí. ¡Y a mucha honra!