En el mes de abril pasado, el papa emérito Benedicto 16 publicó una larga reflexión con el deseo de aportar su contribución a la solución de la crisis causada por los abusos sexuales cometidos por una parte significativa del clero de la Iglesia católica. Creó polémica por varios motivos porque su contenido e interpretación aparecieron como una crítica a las opciones del papa Francisco.
El asunto de los abusos sexuales del clero católico
Por una parte hay que reconocer la gravedad de estos abusos que han tenido lugar en la Iglesia católica en los distintos continentes. Generalmente las orientaciones que se daban desde el ‘gobierno’ de la Iglesia en Roma era evitar el escándalo mediante el silencio y un arreglo privado con las víctimas. Por la gravedad y el elevado número de los casos, como también de la falta de solución para detener el problema, el asunto salió a la luz pública al ser jurídicamente reconocido como criminal. El silencio y el arreglo privado no eran satisfactorios.
Por este motivo el papa Francisco convocó en Roma a los presidentes de las Conferencias nacionales de obispos con el fin de analizar la situación, desvelar sus causas, colaborar con la justicia civil para el juzgamiento de los acusados, castigar a los culpables y dar orientaciones claras sobre estos asuntos. Una carta conclusiva sobre estos puntos publicada por el papa Francisco expresaba las decisiones tomadas y fomentaba su aplicación en las distintas diócesis. Varias asociaciones de las víctimas de estos abusos criticaron la falta de precisiones en cuanto a la colaboración con la justicia civil. También quedaba pendiente la eliminación de las causas que provocaban estos graves abusos.
El acaparamiento del poder en la Iglesia católica
Entre las causas que encubren y posibilitan los abusos sexuales saltó a la vista la organización patriarcal y piramidal de la Iglesia católica, en particular en el Vaticano. Se reconoció que la obligación estricta del celibato para acceder al sacerdocio abría caminos hacia estos abusos. La obligación del celibato es una ley tardía en la Iglesia católica. Jesús presentó el celibato como una manera privilegiada de dedicarse a la misión de hacer realidad el Reino de Dios que él había venido a construir. Pero no lo impuso como ley para el ministerio sacerdotal: entre sus colaboradores más cercanos unos eran casados. Muchas voces en la Iglesia católica abogan por un celibato opcional para los sacerdotes y el papa Francisco afirmó que estaba abierto a las propuestas que las Conferencias Episcopales le pudieran hacer sobre el tema.
La cuestión del poder en la Iglesia católica apareció como causa mucho más importante de los abusos sexuales. La organización de la Iglesia católica se hizo a imagen de la organización del imperio romano cuando este colapso en la mitad del primer milenio. El derecho de la Iglesia católica, llamado ‘Derecho canónico’, es la expresión jurídica nacida del derecho imperial romano. Por este motivo el poder del papa, de los obispos y de los sacerdotes párrocos es casi absoluto: con razón se califica la organización católica de monarquía absoluta que no ha sabido democratizarse a la par de la sociedad civil. Este poder piramidal y machista, llamado clericalismo, se expresaría malévolamente, según los sicólogos, mediante los abusos sexuales. El mismo papa Francisco ha calificado este clericalismo como “cáncer de la Iglesia católica”.
En camino hacia los remedios
En varias ocasiones el papa Francisco ha declarado que había sido nombrado papa para realizar una reforma significativa del Vaticano afín de cumplir con las orientaciones del Concilio -autoridad suprema de la Iglesia católica- que se realizó en Roma hace 50 años. Es el gran empeño que está llevando adelante el papa Francisco con la ayuda de una comisión de cardenales que asesore al papa, aunque no se vean todavía los resultados: la descentralización de las decisiones es poca, como también el protagonismo de los seglares a todos los niveles y la participación de la mujer en los espacios de decisión. Se trata de realizar un cambio estructural en la Iglesia católica que implique cambios relevantes a todos los niveles. Se nos dijo que el texto orientador y jurídico de esta reforma está en sus últimos retoques. Y allí vienen las oposiciones al papa Francisco, en las que se ha ubicado el papa emérito Benedicto 16, para que nada fundamental cambie.
En toda institución coexisten distintos puntos de vista, los unos más conservadores o tradicionalistas que insisten en la continuidad del pasado y los otros progresistas o innovadores que proponen una Iglesia que responda a los desafíos de los tiempos actuales. En la institución católica pasa lo mismo: unos se quedan en el pasado y otros quieren responden al presente. Estos conflictos de poder fueron particularmente fuertes con el papa Benedicto 16 que terminó renunciando a su cargo por la presión, según su expresión, de “lobos que lo rodeaban”, a pesar de ser él mismo parte de la ala tradicionalista de la Iglesia católica.
Esta situación se agravó con los abusos sexuales. Allí aparece la carta de Benedicto. El texto, escrito en alemán, está dividido en tres partes. En la primera presenta el contexto histórico desde la década de 1960, en la segunda se refiere a los efectos en la vida de los sacerdotes y en la tercera hace una propuesta para una adecuada respuesta de la Iglesia. Los comentarios a la carta expresan que su visión sobre la sexualidad responde a otro contexto y que sus propuestas se quedaron obsoletas frente a los nuevos retos en la materia. Hasta unos afirmaron que la redacción de la carta no era de Benedicto sino de algún cardenal del grupo más acérrimo contra el papa Francisco.
A manera de conclusión abierta
Aquí viene la ‘otra parte’. Los abusos sexuales en la Iglesia católica son solamente un aspecto, muy grave por lo cierto, de la crisis que está atravesando, como todas las Iglesias y religiones en este momento. El cambio de milenio revela un cambio cultural radical que arrastra la necesidad de cambios religiosos también radicales. Y sabemos que todas las instituciones se resisten a los cambios, sobre todo cuando estos cambios tienen que ser estructurales. Positivamente la novedad de este milenio es que el cambio sustantivo de cultura acarea la aparición de nuevas expresiones religiosas, nuevas concepciones de espiritualidades, nuevas voces generacionales, porque así avanza la historia. Un cierto mundo y su visión están muriendo al mismo tiempo que aparece un mundo nuevo que exige a las Iglesias y religiones actualizarse, refrescarse, ponerse al día para seguir siendo fuente de inspiración, confirmación y celebración de las novedades necesarias y urgentes. Es la gran apertura, renovación -y limpieza en cuanto a los abusos sexuales- que necesita profundamente la Iglesia católica para fortalecer la humanidad afín de que todas y todos crezcamos en conciencia, fraternidad, justicia y trascendencia.