En las elecciones del pasado 28 de abril, ha ganado la izquierda. Aunque la suma de PSOE y PODEMOS -por la izquierda-, y de PP, Ciudadanos y VOX -por la derecha-, supone un empate técnico, nadie duda de que el próximo Gobierno será presidido por Pedro Sánchez, que tendrá que apoyarse en PODEMOS y en otros partidos, más o menos nacionalistas, en una legislatura que se prevé complicada, sobre todo por la debilidad del PSOE en la aritmética parlamentaria, la irrupción de la extrema derecha en el Parlamento y la lucha entre PP y Cs por ganar la hegemonía en las filas conservadoras.

Algunas claves: (1) Alta participación: 75% (2) el PSOE protagoniza una espectacular remontada, pasando de 83 a 123 escaños (3) PODEMOS cae de 71 a 42 (4) el PP obtiene su peor resultado histórico, desplomándose de 137 a 66 (5) Ciudadanos está a un paso de ser el partido principal de la derecha (y 6) VOX irrumpe con mucha menos fuerza que lo vaticinado por las encuestas, pero logra un importante resultado haciéndose con 24 actas.

Hasta ahí el análisis mediático generalizado en España, con algunos matices e interpretaciones, según las distintas líneas editoriales.

Pero ¿y si lo observáramos todo desde un punto de vista algo diferente?

Veamos, por ejemplo, si realmente son dos bloques clásicos izquierda-derecha los conformados por PSOE+PODEMOS y PP+Cs+VOX. A primera vista, parecería claro que en asuntos simbólicos, como la Memoria Histórica, el aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia, PSOE y PODEMOS comparten ADN mitocondrial. Sin embargo, en el bloque de la derecha, Ciudadanos también apuesta por una legislación moderna en esos mismos temas (excepto en la Memoria). En otros asuntos, es el PSOE el que cruza la frontera hacia el otro lado y comparte con los partidos de la derecha su visión de la monarquía, el veto a un referéndum en Cataluña o la tauromaquia, por poner tres ejemplos muy distintos entre sí.

Imaginemos que la línea divisoria entre los partidos españoles la trazamos en torno a elementos menos simbólicos y evidentes, pero quizá más trascendentes a la hora de configurar una sociedad y hacia dónde camina.

Por ejemplo ¿es aceptable que se mantenga la misma estructura institucional nacida de una Transición tutelada (monarquía, concordato con el Vaticano, ley electoral y olvido de las víctimas de la represión incluidas)?¿Es normal que nadie haya dado cuentas de la privatización a precios de saldo de sectores públicos estratégicos, energía, transportes, comunicaciones o banca, mientras expresidentes, exministros y hasta exsubsecretarios pasan a engrosar las abultadas nóminas de, precisamente, grandes empresas privadas de energía, comunicaciones y banca? ¿Tiene lo anterior algo que ver con que en España los precios de la factura de luz, gas o internet sean de los más altos de Europa? ¿Es comprensible que se hayan prestado más de 60.000 millones de euros de dinero público a la banca, para capear su propia crisis, y que ahora que tienen beneficios no devuelvan ese dinero, mientras el sistema de pensiones está a punto de quebrar? ¿tiene sentido que el Estado regale miles de millones a empresarios que calcularon mal (o demasiado bien) su apuesta al construir autopistas o buscar yacimientos de gas, por ejemplo?¿Tiene algo que ver esto con la deuda que los partidos tienen con los bancos o con la subcontratación  a grandes multinacionales bajo el eufemismo de “colaboración público-privada”?¿Se puede soportar que no haya consecuencias para el Gobierno de Mariano Rajoy, por montar una trama criminal en el propio seno del Ministerio del Interior?

En general, si siguiéramos con esa línea argumental (que podría incluir una fiscalidad que hace que las grandes fortunas paguen menos que los asalariados o autónomos, o las sucesivas amnistías a grandes defraudadores, incluido el silencio sobre sus nombres) y dejáramos de lado factores de orden estético o personalistas, veríamos que los bloques izquierda-derecha cambian claramente su composición: en todo lo anterior, sólo PODEMOS se posiciona claramente por un país diferente, en el que esas grietas del sistema democrático sean reparadas. El PSOE, sin embargo, se sitúa en el mismo lado que los partidos de la derecha, aunque con matices. Esto dejaría a PODEMOS en una situación privilegiada para jugar la baza de ser los portadores de una oferta, si no revolucionaria, al menos socialdemócrata ¿Por qué, entonces, ha sido el PSOE quien ha recuperado la ilusión de millones –y su voto- y PODEMOS quien ha perdido la mitad de su apoyo? Porque el PSOE ha demostrado ser una maquinaria engrasada, ha aprendido que las luchas internas son siempre un mal negocio y han vuelto a conectar con la gente a través de mensajes claros y transversales (progreso, lucha contra la corrupción, avance en derechos sociales), aunque luego sigan abogando por perdonar la deuda a la banca, tengan decenas de excargos tras las puertas giratorias o hayan renunciado a la derogación de la reforma laboral del PP o la revisión del Concordato franquista con el Vaticano.

Sin embargo, teniendo todo ese terreno de juego por delante, PODEMOS ha caído en algunos errores que sorprenden en una organización que nació con una gran habilidad estratégica, táctica y mediática. ¿Qué ha podido ocurrir? (1) No se ha construido organización. Con muchos más recursos que la prácticamente extinta Izquierda Unida, la presencia de esta última en pueblos y ciudades ha sido siempre mayor que la de la formación morada, que carece de sedes y militancia que sean centro de actividad social y política en la mayoría de capitales del país y prácticamente no existe en el ámbito rural ¿dónde quedaron los círculos de barrio? En su mayoría desaparecidos o muy desvirtuados, con honrosas excepciones. Esto ha hecho que asuntos trascendentales como las listas no se hagan en órganos locales, sino por designación personal directa desde Madrid, aunque luego se barnice el proceso con primarias. (2) Las peleas internas han sido fratricidas y descarnadas, centrando el debate y atrayendo los focos informativos. (3) El discurso público se ha centrado casi exclusivamente en el feminismo actualmente dominante en el movimiento. Este enfoque tiene dos derivadas tácticas que pueden explicar en parte la pérdida de transversalidad y voto de PODEMOS. Por un lado, centrar el discurso en una lucha, por justa y necesaria que ésta sea, y el feminismo lo es, deja de lado o minimiza otras luchas y resortes de motivación, como las pensiones justas, la estafa eléctrica, la resistencia ecologista y contra el cambio climático, la precariedad laboral y económica de la juventud, la nueva emigración española, etc. Temas todos mencionados, pero de pasada la mayoría de las veces. Por otro lado, como la bandera de las reivindicaciones feministas es compartida por la inmensa mayoría de hombres y mujeres progresistas, no supone un elemento diferenciador frente al PSOE que, a fin de cuentas, será quien más rentabilizará, vía apelación al voto útil, también ese terreno en su favor, sin dejar de lado otros asuntos de interés político y social. (4) La elaboración teórica y la difusión de materiales para el debate es prácticamente inexistente en el partido morado. Fuera de las redes y de las intervenciones públicas de Pablo Iglesias e Irene Montero, ambos magníficos oradores, no hay vida comunicativa para ir construyendo discurso amplio y compartido. (5) Por último, quizá uno de los peores errores del PODEMOS actual es la ruptura generacional con todos aquellos hombres y mujeres que hoy tienen 45 o más años y que fueron la columna vertebral y el hilo conductor de todas las luchas previas al 15M (del antifranquismo a la insumisión, pasando por el movimiento feminista, vecinal y estudiantil o la lucha ecologista o internacionalista) y que hoy no tienen cabida en la maquinaria morada.

Sí se puede, claro que se puede, pero no estaría de más darle una vuelta a qué es lo que se quiere.

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