Hernán Reyes

Presentado en el panel “Ecuador Postconsulta: Cuatro escenarios posibles”
Presentación Ruta Krítica
Miércoles 28 de febrero de 2018
Quito, Casa Egüez

Tras los ruidosos – y de hecho vergonzosos- episodios políticos de estos últimos días, se elevan voces tonantes: ahora todo está corrompido. Ahora todo es un montaje. Ahora todo está podrido. Podrido y por tanto todo está perdido. ¿Estamos en el momento de la perdición de la política?

Parecería. O algo así. Estaban perdidos los originales de informes de la Contraloría que ahora aparecen sorpresivamente en manos ajenas. Estaban perdidos audios de pinchazos y grabaciones telefónicas que ahora se hacen públicos. ¿Cuánta información más que parecía perdida estará en manos de informantes y complotadores que se reúnen a hurtadillas en cuartos de hotel lujoso para “darle curso” a la contra-información, que ojalá acabe con el adversario, ya que el “acuerdo” para bajárselo no funcionó en este caso. Estamos perdidos los ecuatorianos respecto a  qué es lo que pasa. A como interpretarlo. Están  de moda las pantallas y los juegos de palabras, confiesa con ingenua seriedad y desparpajo el mismo legislador derechista.  Un perspicaz analista intitula sarcásticamente lo que está pasando así: “Con el alma en el audio. Síntesis en tres líneas de la telenovela de las 8”

En estas circunstancias de desbarajuste total, aparentemente todo es posible de ser dicho, pensado y creído. No sólo que ahora la Revolución se puede reducir a un acto fallido, sino que los conflictos y contradicciones pasadas desaparecen como por arte de magia: esa “fantasía llamada 30-S” jamás existió, parafraseando a Jean Baudrillard, fue solo un burdo montaje o como lo dijo más desembozadamente un legislador de la derecha, fue “una farsa completa para fabricar delitos y sancionar a inocentes”. Ahora todos son inocentes menos aquellos que han sido y serán pillados in infraganti o aquellos que delinquen sin ser descubiertos. Y los de la década pasada, en cambio, todos son culpables. La historia anterior a 2007 no existe. Y la política, muerta gracias a Dios.

Mientras tanto, los medios danzan –y nos hacen danzar- alrededor del estruendo y el escándalo, las visitas del subsecretario de Estado de los EE.UU que abre las posibilidades de una doble cabeza de playa norteamericana en el país, con la faz securitista (eufemismo de militar) de un lado, y la comercial de otro aseguran el futuro resplandesciente bajo la sombra de nuestro mejor amigo, construyendo relaciones tan fructíferas como las relaciones matrimoniales, en el decir cantinflesco de un presentador televisivo. Y mientras tanto, en el submundo ignorado por los medios, los de abajo son silenciados e invisibilizados, sus demandas desechadas o burdamente utilizadas con otros fines

Y aparece nuevamente el lado sombrío de la política: la hora, entonces, del que “se vayan todos”. ¿Quiénes? No importa, con tal que sean todos.

Y en este escenario iluminado por la opacidad mediática, la descomposición parece tener tiempos y personajes precisos, frente al o cual, una justa y oportuna extirpación quirúrgica, implicaría la sanación completa. Mejor si coincide con la inauguración del nuevo CPCCS (Consejo de Participación Ciudadana y Control Social) que desde las actuaciones impolutas hará pender su espada de Damocles. Como si todo, aunque necesario,  fuera tan fácil en la política.  

De hecho, parecería que algunos análisis políticos todavía parten del supuesto que la ideología reemplaza, sin más, a la ética. Entre ellos lo que vociferan desde la ideología neoliberal que el modelo falló y que se trata de hacer, con gobierno nuevo, un borra y va de nuevo hacia el modelo correcto e impoluto, el del imperio del mercado y de las libertades que automáticamente se van asociadas a éste.

En el otro extremo, hay quienes reducen la política simple y llanamente a la moral. Por mi parte, prefiero anotar la dimensión ética en tensión con la política. Por eso mantengo que en la política, el fin no justifica los medios y por ende, la democracia debe entenderse como un campo agonístico, pero en el cual se deben respetar principios de actuación y preservar valores a los que se puede llamar democráticos, aunque la definición de democracia se a tan amplia y polémica aún. 

Sin embargo, así como no cabe aceptar lo que se ha llamado una “suspensión política de la ética”, tampoco se puede dejar de hacer un esfuerzo por vislumbrar la racionalidad que está detrás del acontecer político en el país y caer simplemente en el linchamiento moralista de todo lo que parece malo o se orilla en el lado del enemigo . Y esto significa reconocer algunos elementos que forman parte e inciden en ese proceso y  que pueden pecar de obviedades, pero requieren ser recordados.

En primer lugar, nadie previó desde el análisis político lo difícil que iba ser la transición de gobierno. Ergo, se entendió mal al régimen saliente y lo mismo al entrante. Se maximizó la consideración del tiempo en el poder o de la fuerza del liderazgo de Rafael Correa, a la vez que se minimizaron no sólo los errores cometidos en la década anterior y sus efectos en el malestar de amplias capas ciudadanas, sino también la voluntad de hacer cambios significativos por parte del gobierno entrante. Hoy mismo, incluso un asambleísta del ala correísta reconoce en una entrevista  que hubo errores en la gestión del anterior gobierno, hasta llega a reconocer que hubo corrupción y que “se metió a  todas las organizaciones sociales en el mismo saco y se planteó el decreto 016”, pero a  la vez devela que aquello finalmente sirvió para deslegitimar y borra la memoria acerca de lo que sí fue positivo en la década anterior.

Desde posiciones bastante intransigentes del presidente saliente y del entrante y sirviendo a la estrategia claramente de las derechas que se ancló en el discurso de la descorreización del país una vez que salía del poder,  se dio un fatal procesamiento del conflicto entre Lenin Moreno y Rafael Correa, el que a la larga devino en algo que en cambio, si fue más previsible como efecto: la ruptura del partido que ha sido la primera fuerza político-electoral en los últimos años. Y eso ha implicado volver al viejo juego de las “mayorías móviles” en la Asamblea Nacional, a cierto tipo de diálogos que es escuchar pero no acatar o a la idea de un consenso vaciado de contenidos ideológicos. Dialogicidad y búsqueda de consensos son necesarios en la política, pero aquellos que tiene una finalidad más allá de sí mismos y desde ciertas prioridades por sobre otras. Eso está por verse en los próximos meses alrededor de múltiples temas.

Dos, asistimos a un escenario de creciente espectacularización de la política donde los espacios mediáticos privados y públicos se han alineado alrededor de dos grandes ejes discursivos: apoyar lo que llaman el “desmontaje del correísmo” a partir de su desprestigio diario y a como dé lugar; y dos, evitar una construcción informativa que alimente una discusión seria y enriquezca a la opinión pública sobre los temas de fondo para el país, ocultando o invisibilizando temas como el presente y futuro de la política internacional soberana y solidaria con países hermanos, reduciendo la política  económica deseable a lo que es deseable para los grandes sectores empresariales, analogando la política estatal sobre el tema de la comunicación la derogatoria o al menos la reforma de la LOC alineada con los emporios mediáticos y sus intereses .

Como contrapartida, los medios alineados no dicen casi pío respecto a la Ley de Erradicación de Todas las Formas de Violencia contra las Mujeres o la deformaron caricaturescamente (como lo hizo El Telégrafo y que le costó la salida al Gerente de Contenidos) , no les interesó en absoluto el tema de incrementar pensiones a los afiliados al Seguro Social Campesino, no abrieron cancha para el debate razonado y argumentado sobre la Consulta Popular entre dos casos que recuerdo. Pero cuando se trata de abordar desde la personalización y el sensacionalismo hechos políticos, no se diferencia mucho de la idiocia con la que temas así son tratados en redes sociales,       

Tres, así como no se puede decir que el país está en un grado cero de la institucionalidad, no se puede dejar de reconocer que los bochornosos episodios y casos de corrupción y malos manejos de la cosa pública que se ha venido observando desde mayo del año pasado, así como pueden ser achacables sólo a viles oportunismos y deslealtades personales y a la falta de control y auto-criticidad correctiva del gobierno anterior, no son imputables sólo a ese gobierno sino que reflejan una clara descomposición de ciertas bases estructurales del sistema político ecuatoriano que venimos lamentando hace décadas en el país.

En una reflexión sobre las complejas relaciones entre ética y política que hice hace ya varios meses planteaba que “es cuestionable que en aras de alguna razón práctica, el gobierno de turno sacrifique principios por meros fines inmediatistas, por ejemplo, dejando de lado coincidencias ideológicas o largas trayectorias de lucha compartida” y que era igualmente “injustificable que “políticamente hablando las cacerías de brujas a sectores de la misma tienda política que disienten o piensan diferente”, puesto que “ninguna transformación realmente revolucionaria puede existir de espaldas a la decencia y la dignidad”. Me mantengo totalmente en lo dicho.

Y por último (y para no extenderme más en el tiempo y dar la palabra  a Carol, a Verena y a Mateo que nos ilustran con seguridad con muchas mas certidumbres explicativas que con las muchas interrogantes que yo he planteado), no puedo cerrar mi intervención sin afirmar que creo que hemos llegado a un nivel tal de empobrecimiento de la política y del sistema político, que es necesario replantearnos profundamente los supuestos y las propuestas teóricas para el análisis.

No más lecturas utilitaristas sobre valores y utopías revolucionarias cuando éstos fueron desmentidos por la realidad como hacen ciertas autodenomidas “izquierdas” que no saben lo que es estar en el poder y quizá nunca lo sepan; no más lecturas apocalípticas como la de las derechas derrotadas en abril pasado pero que crecen a costa de manipular la verdad para esconder su derrota y tener esperanzas a futuro de imponer su proyecto. No más análisis superficiales de quienes se han querido subir al carro ganador negando su propio pasado o renunciando a una toma de posición ideológica. No más pseudo análisis políticos de activistas que alguna vez fungieron de periodistas o de periodistas que fungen de analistas desde la vaciedad, el anecdotismo o el simple servilismo. Para ellos, la política del Ecuador será cualquier cosa, pero eso sí, aburrida no es

Respecto a lo que vivimos, esto no es ni un teatro del absurdo ni un burdo montaje de alguien. Es el resultado de una lucha despiadada que se está dando en prácticamente todo el continente contra los proyectos progresistas que intentaron e intentan cambiar las reglas de juego del sistema, con mayor o menor éxito, y cargando cada uno de ellos su propios errores e imperfecciones.   

Y esa lucha, de imposible reconciliación, entre el capital y el trabajo, entre el humanismo y la explotación, entre la igualdad y la libertad, entre los que lo tiene todo y quieren más y los que no tiene casa nada y no pueden tener más, implica la paradoja democrática que hay que aprender a auscultar en sus reales contradicciones y movimiento.  Pero en contra de lo que dice provocadoramente Mouffe, que hay  que “reconocer que el campo de lo político no puede reducirse a un cálculo moral racional y exige siempre la toma de decisiones”  y que por tanto hay que descartar la ilusión de una posible reconciliación entre la ética y la política. Por mi parte, me planto en lo que sostiene Enrique Dussel de que si bien la ética tiene principios normativos universales, la obligación ética se ejerce de forma particular en un campo, en este caso, el campo político;  y por ende, “los principios políticos subsumen, incorporan los principios éticos y los transforman en normatividad política”.

Realmente este momento confieso que comparto un fuerte sentimiento sobre la política y los políticos, cada vez más extendido entre mucha gente: el asco y el hartazgo. Pero me niego a sumar las filas del cinismo o de la ingenuidad política que los libertarios de izquierdas o derechas defienden, ya sea como ataque furibundo al Estado desde el poder de “lo social” o desde los poderes del mercado. Por eso este llamado a replantear entrar al debate, a revisar nuestras perspectivas y a defender nuestros principios y compromisos, para ser capaces de vislumbrar -en medio de estas turbulencias y oscuridades de la política- lo que es valioso comprender para transformar.

 

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