Editorial RutaKrítica
Una consulta popular (acordada entre Lenín Moreno y Julio César Trujillo, como éste último lo confesó) da más pruebas del sentido al que están llevando al país la nueva hegemonía política del Ecuador. La propuesta de eliminar al Consejo de Participación la hizo Guillermo Lasso y ahora Moreno y Trujillo cumplirán sus deseos, así como ya han hecho con otras propuestas del candidato de CREO.
Para los nuevos artífices de la demolición de la Constitución de Montecristi ya no importa que en un mismo acto electoral se elijan a los miembros del definitivo Consejo de Participación y también se decida su desaparición, que se sabe perfectamente solo se podría hacer por vía Asamblea Constituyente. Es como si en esa elección se eligiera a los alcaldes y prefectos y en otra papeleta se pidiera la desaparición de los gobiernos locales.
Por eso, el afán de ocultar lo evidente ha llevado a los actuales actores políticos, a las autoridades del gobierno y principalmente a los grupos legislativos de derecha a desviar la atención de lo fundamental: ¿qué programa económico se aplica en Ecuador? Y, no estaría demás preguntar: ¿quién ejerce la política nacional?
Sobre la primera hay más certezas y se entiende que todas las obligaciones con el FMI se cumplen a cabalidad sin necesidad de que una misión de ese organismo llegue al país. Las cartas están echadas: ajuste con eliminación de subsidios, desempleo y endeudamiento agresivo, tal como ocurre ahora en Argentina.
Todo ello bajo el amparo de un blindaje mediático que lo justifica en sus más mínimos detalles, siempre aludiendo al pasado como el gran pretexto para tapar la incapacidad de proponer algo más “novedoso”.
Pero lo fundamental está en la política: allí donde todo parecería moverse alrededor de un solo eje (levantar la tarima a favor de Jaime Nebot) confluyen desde los sectores supuestamente progresistas del Gobierno, los medios de comunicación y las fuerzas políticas con su débil y precaria representación en la Asamblea Nacional. No hay una sola propuesta de una reforma política que efectivamente corrija los supuestos errores de la administración institucional pasada. Al contrario, todo es volver a lo mismo de siempre y no sugerir ni un solo paso adelante. Y de eso gozan los que en su momento apoyaron el proceso constituyente, quienes se “jugaron” por una democracia participativa: Montecristi Vive, Partido Socialista (reencauchado), Ruptura, ID, maoístas reciclados, y otros gremios bajo el control político de la presunta izquierda.
Donde más activos están ahora los movimientos y partidos es en la persecución y en el linchamiento. Disfrutan y proliferan sus exabruptos. Empezaron con los famosos “diezmos” y cuando les tocó a uno de los suyos viraron la cara a otro lado y han cerrado la investigación. Ahora quieren anular y aniquilar al grupo parlamentario correísta sin ningún empacho, a pesar de que las autoridades actuales de la Legislatura no tengan la legitimidad necesaria.
Y en este panorama lo único que cuenta ahora es el amarre político para las elecciones locales, reproduciendo las mismas prácticas y caras, negando el cacareado discurso de la “renovación”.
La política está postrada en el afán evidente de volver al pasado y recuperar desde ahí los privilegios de una partidocracia que parecía estar enterrada, pero ha demostrado que solo sobrevivió a un proceso constituyente mientras contaba con alguien en Carondelet que le devolviera su poder.