Si consideramos las desafortunadas declaraciones del presidente Lenin Moreno sobre los ‘niños emprendedores’, con el ejemplo del ‘monito que vende colas’ en las calles de Guayaquil y el affaire María Paula Romo Rodríguez/Iván Granda, -hechos grotescos y frívolos que tuvieron más resonancia social estos días- solo cabe una posible conjetura: el gobierno de los empresarios y banqueros se pudre por dentro y por fuera.

Tal es el estado de descomposición moral, ético y de principios que invade al régimen de Moreno, que para sobrevivir tiene que recurrir a los escándalos y las denuncias forjados sobre ‘actos de corrupción’ del gobierno anterior, que la prensa privada, por supuesto, amplifica cada vez con mayor saña e impostura.

El gobierno de Moreno sufre ahora un estado de putrefacción activa, momento que el cuerpo comienza a perder masa para dar paso a la podredumbre avanzada, cuando lo que queda del material cadavérico deja de existir para, finalmente, pasar al estado seco ‘en el que quedan solo huesos, cartílagos y piel seca’, que sería la imagen extrema del gobierno al final de su periodo.

Un análisis de tipo forense-político, podría indicarnos el comienzo de la putrefacción del morenismo y algunos de los detalles fundamentales de su gestión, que fue ese primer hedor presidencial al decirle al país que la ‘mesa no estaba servida’. Lo que vino enseguida no solo fue el acto más flagrante de una felonía y traición al proyecto político que ganó las elecciones presidenciales, sino además el comienzo de un pudrimiento generalizado en la propia institucionalidad, que permitió primero una consulta popular mañosa, y enseguida el nombramiento del consejo de participación ciudadana transitorio, conformado por una de serie de personajes salidos de los entresijos más oscuros del poder a cuya cabeza estuvo el esperpéntico Julio César Trujillo, que terminó fermentando el estado de derecho.

El gobierno es un organismo sin vida que se ha llenado de desatinos. No solo por las torpes y consuetudinarias expresiones del señor presidente, que debieran estar en un hipotético como repulsivo museo del ridículo, sino porque sus últimas medidas económicas y sociales -y las que ha prometido tomar más adelante para beneficiar a la oligarquía y a la derecha- han puesto al país patas arriba. Que inaugura, además, una ‘estética sistemáticamente deformada’, según lo planteó con sabiduría meridiana Max Estrella, uno de los personajes de Valle-Inclán en su obra Luces de Bohemia.

En el mundo de los esperpentos y de la extravagancia, donde prospera la canalla y la infamia -explica justamente Estrella- ‘es como si los héroes antiguos se hubiesen deformado en los espejos cóncavos de la calle, con un transporte grotesco, pero rigurosamente geométrico. Y estos seres deformados son los héroes llamados a representar una fábula clásica no deformada. Son enanos y patizambos que juegan una tragedia’.

Hemos vivido estos dos años, como si el país estuviera al frente de un espejo sinuoso que solo muestra la deformación de la realidad y al señor presidente como un personaje salido de una farsa de pésimo gusto. El gobierno -presidente y ministros incluidos- se ha convertido en un territorio de hazmerreíres y adefesios, cuyas incongruencias verbales y administrativas están muy cercanas a la promiscuidad. Época manierista, de fingimiento y afectación, de entreveros mediáticos, abundante en palabrería y anodina en contenidos que ha servido solamente para cubrir el hiato abismal que nos separa del presente y del sentido común. Y que resulta la coartada perfecta cuando ya no se tiene nada más que decir.

Lo singular del momento que vivimos, desde la perspectiva del ciudadano común y corriente, es no conocer (o no saber) cuándo el presidente Moreno fabula y cuándo se copia a sí mismo solo para igualar la tensión entre lo patético y lo cursi, entre el asombro y la repugnancia. Si son acaso indicios claros de fatalidad toda esa terrible serialización de patrañas presidenciales, como las paparruchas o las exageraciones que la percepción ciudadana identifica con la inminencia de un pudrimiento extendido.

El gobierno de Moreno está atrapado en el círculo vicioso de la falacia, ese instrumento de la distorsión que siempre ha servido a los mediocres para interpretar la realidad, para engañar y persuadir, que lleva indefectiblemente a la disfuncionalidad, la marginalidad y la autodestrucción de quien la aplica. Frente al desorden institucionalidad actual, hay la obligación histórica de volver a la política, a la acción organizada y la transformación en acto de una multitud que supere el avanzado estado de inmundicia de la democracia representativa que bien podría durar muchos años.

Hay tres modos de entender y mirar el mundo, declaraba Valle-Inclán a Gregorio Martínez Sierra (Diario ABC, 7 de diciembre de 1928): de rodillas, en pie o levantando el aire. En el primer modo, decía, “se da a los personajes, a los héroes, una condición superior (…) cuando menos a la condición del narrador; la segunda manera es mirarlos, como si fuesen ellos nosotros mismos (como en el teatro de Shakespeare); y hay otra tercera manera, que es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía”.

El Ecuador debe escoger con urgencia el horizonte en el que debemos situar nuestras próximas expectativas para saber qué hacer. O, por lo menos, comenzar a preguntarnos. La incertidumbre no debe ser la justificación para la inmovilidad o la parálisis.

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