En genética hay una discusión muy fuerte sobre qué prima en un individuo: los genes o el ambiente. A esta pregunta han confluido los extremistas genéticos que dicen que todo está en los genes, por tanto lo que somos es solo un resultado de la información del ADN. Esto se denominaría determinismo genético, algo similar a otras formas de extremismo biológico como el social darwinismo, que pregona que lo que ocurre en las sociedades es producto de la carga genética de sus miembros.

Según el social darwinismo, las clases sociales, la pobreza, la riqueza, la propiedad, el poder, se explican por genes que se acumulan en los grupos dominantes, mientras el resto de personas tienen genes de pobreza, de no propiedad, de indigencia y de sumisión. Esto es una idea errónea y descabellada, pero que ha sido utilizada en diferentes épocas para justificar algunas condiciones sociales e históricas.

Contrariamente al determinismo genético o biológico, que es una manera de fatalismo histórico, se encuentra una posición más científica, racional y más real. Lo que somos es producto de determinantes genéticas en una cierta proporción, junto a la interacción con el medio, en otra proporción. Por ejemplo, para la inteligencia se plantea que un 33% tienen que ver con los genes, mientras el 67% con el ambiente. Lo que significa que la realidad ambiental, que es generada en la historia de la humanidad por la dinámica de fuerzas opuestas, produce la situación vital de los individuos y las sociedades. Resumiendo, podríamos decir que la estructura económica e histórica, produce la ideología social, los genes tienen poco que ver.

Puesto de esta manera, genes versus ambiente, he tratado de encontrar algún factor genético que explique: el 38% de personas con empleo pleno, el 20% de subempleados, 26% empleo no pleno y 10% empleo no remunerado, las 261,7 mil pérdidas de trabajo en el último año, y vienen más, el incremento del trabajo informal (emprendedores según se los ha calificado), la inflación del 0,17%, el índice de pobreza del 25% y pobreza extrema 9%, la deuda externa del 57% del PIB, el precio de la canasta familiar básica de 719 dólares frente al salario mínimo vital de 394 dólares (con un incremento «generoso» en diciembre pasado de 8 dólares), la falta de vivienda para 1,7 millones de habitantes.

Estos y otros datos dan cuenta de cómo se organiza la sociedad y, ciertamente,  los genes no tienen nada que ver. Las ganancias bancarias de 554 millones de dólares significa que se incrementaron en un 40,9% en el último año. El SRI ecuatoriano, el año pasado condonó deudas a las 50 empresas más potentes económicamente, lo que significaría, al menos 2.355 millones de dólares.

A la luz de estas cifras, ¿son los genes los determinantes de las diferencias sociales o son los procesos históricos? La flexibilización laboral, el trabajo infantil, la tendencia a bajar el control de calidad a los artículos de importación en detrimento de la producción nacional, la ausencia de medicamentos importantes, el desabastecimiento de medicinas e insumos médicos, el afán de privatizar todo lo que supuestamente funcionaba mal en el pasado, la dependencia del poder internacional como la Alianza del Pacífico, el disponer arbitrariamente de nuestra «base aérea natural» en Galápagos, y otras maravillas de las que se nos quiere convencer, como combatir la corrupción pero de los otros y no de los propios, etc., etc., demuestran que nada tienen que ver  los genes en las decisiones políticas.

Con la metodología rigurosa que tenemos en las investigaciones genéticas, realicé una búsqueda pertinaz de genes involucrados en la avaricia, en la discriminación, en la criminalidad, en la injusticia, en la inequidad, y siento informarles que no existen estos genes. Busqué también genes del emprendimiento, es decir determinantes de la capacidad para inventar nuevos desafíos surgidos de la necesidad, o sea actividades de esfuerzo, trabajo e importancia, y que como dice el diccionario, el emprendimiento exige tomar riesgos en el tiempo, el dinero y el trabajo arduo; no encontré estos genes ni en monitos ni en serranitos, no constan en base de datos alguna.

Por tanto, parece que la explicación a la migración que tenemos, a la violencia, a la presencia de los miles de «emprendedores» que se agolpan en el centro de Quito y de otras ciudades del Ecuador, a niños mendigando, al aumento de personas que en las calles piden trabajo, o que imploran dinero en los semáforos, o que de  manera «emprendedora»  venden frutas, aguas, helados, jugos, empanadas, caramelos,  accesorios de teléfonos y computadoras,  parece que mismo no entra en el juego genes-ambiente. 

Debemos culpar por tanto al ambiente. Todos tenemos genes potentes de rendimiento e inteligencia, lo que  falta son fuentes de trabajo, falta equidad, redistribución de la riqueza. 
Mientras los emprendedores que copan las calles triunfarán, la meta que tendríamos con esta visión, sería pasar de ser simples empleados a emprendedores; habrá que ponerse a vender gaseosa en vasos de plástico contaminante. Esperemos que en breve, salgamos de la pobreza y quizá podamos pagar un transporte aéreo para poder pasar vacaciones en la costa esmeraldeña. ¡Ambiente, no genes!

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