Por Carol Murillo Ruiz
1.
Es de dominio público que el precio para continuar “gobernando” desde Carondelet es un asunto de dinero fácil… o el regalo de cargos en cualquier institución pública. Una gavilla de asambleístas de distintas tiendas políticas ha recurrido al cambalache sin ninguna vergüenza. Recién se sabe que una integrante destacada de Pachakutik negocia ministerios pesados. Frente al juicio político la única salida es recomprar la presidencia. No importan los caminos y los actores, pues bien se sabe que cuando a ciertos políticos se les sube la tarifa, todo puede ocurrir el día de la votación en la Asamblea.
El mal gobierno, por decir lo menos, que tiene al país en ruinas hace pensar que tal vez creó condiciones inéditas para esparcir el caos a diestra y siniestra. ¿Es casualidad que cuando gobierna la derecha esa descomposición social y política crezca exponencialmente? ¿Es casualidad que, en medio de la criminalidad, las muertes sangrientas en las penitenciarías, el sicariato o el narco las dos instituciones de la fuerza pública -militares y policías- estén en un momento de descrédito público? (No se olviden de los narcogenerales). ¿Es normal pedir mano dura para evaporar el crimen organizado y la delincuencia común? ¿Así de fácil se resuelven los problemas de una sociedad degradada por la miseria moral que se irriga desde arriba y crece como hierba en las clases empobrecidas?
Este es un gobierno analfabeto en política. Otros, pesar de su exigua inteligencia, pudieron coser remiendos de consenso. Hoy no hace falta. Por el contrario, frente a las cámaras y/o en diálogos furtivos pero grabados, se usa la extorsión directa. La oposición pide y el gobierno contrapropone… y llegan al precio. (Eso sí se ha visto en la votación de leyes y otros chanchullos en la Asamblea).
Pero hoy es distinto. Lo que se juega es la destitución del presidente; un juicio político que se fue armando frente a la inacción del gobierno en general y a los indicios de corrupción de su entorno. Podríamos ir más lejos: el presidente merece irse porque no ha impedido que las mafias transnacionales del narco ingresen su mercancía a través de ciertos cómplices del más alto nivel, y que las bandas pululen en las calles y se hayan tomado las cárceles para operar su mercado sin ningún control. Lo que se discute en los medios alternativos, en los que participan especialistas, ex funcionarios y gente común, es increíble. Aparece el fenómeno espejo. Lo que se ve en las cárceles es el reflejo de las calles. O, al revés: lo que se ve en las calles es el reflejo de las cárceles.
Así, lo que pasa en realidad es la renuncia del “monopolio de la fuerza” por parte del Estado. Un Estado replegado por las consignas neoliberales: un Estado pequeño, no regulador, no investido de intermediación. Un Estado muerto para afectar los derechos civiles, para ocultar las diferencias de clase, para vaciar de contenido político a la polarización social, para ofender a la ciudadanía cuando la califica de narcotraficante por no aceptar una consulta que al final le dijo no a sus mentiras.
2.
El viernes nomás un alto jefe militar declaró que las Fuerzas Armadas están preparadas para afrontar una guerra. Habló de tanques y de aviones de guerra. Habló de utilizarlos si fuera necesario. Otro uniformado aleccionó a los padres para que sus hijos vayan a sus centros educativos con chalecos antibalas. Mientras, hace poco, el gobierno autorizó el uso de armas de fuego a todos (cumpliendo ciertos requisitos). ¿De qué guerra habla el alto jefe?
Si miramos bien, en el Ecuador hay conflictos sociales nunca vistos; no entendidos ni asumidos por el presidente y su equipo. Conflictos además mal procesados en las instancias judiciales… por el chantaje del incipiente crimen organizado de los narcos… y por la inveterada endogamia del poder que se traduce en la improbable división de poderes. Hay grandes problemas aquí que se resolverían con una pequeña apuesta de gobernabilidad entre sectores, incluso de la derecha no financiera, para contener la putrefacción del tejido social.
Pero hay algo muy serio en este escenario. Las expresiones de descomposición que vive el Ecuador: crímenes, narcos, motines y peleas mortíferas en las cárceles, sicariato, armas, secuestros, leyes contra la población, falsedades sobre la reducción de la pobreza, etc., están relacionadas entre sí. No son fenómenos aislados (cada uno). Es una sábana fétida que tapa la principal corrupción: la contingencia de tolerar/cohabitar un narco-estado.
3.
En un ambiente así, con un presidente/sombra, donde el crimen ha escogido zonas enteras como Guayaquil o Esmeraldas, es dable pensar que muchos no relacionen estos hechos dizque coyunturales con las bisagras estructurales de la conducción política y económica del país. Lo hemos dicho ya: la transnacionalización del narco y la desidia oficial frente a las necesidades de las clases empobrecidas, precipitan la devastación de un país apenas institucionalizado en la medida de un sistema político injusto, pero no patibulario.
Más aún, en varias ocasiones hemos oído al presidente hablar, con extrema arrogancia; que no estamos lejos de deducir que sus (pocas) decisiones en varios campos son netamente autoritarias. Sobre todo, aquellas que están dedicadas a entregar más comida a sus glotones y traspapelar las obligaciones con la educación, la salud o las emergencias por catástrofes naturales en carreteras, poblados y ciudades.
4.
Pero hay algo detestable, por donde se mire, el mandatario trata de recomprar la presidencia. Primero: satisfaciendo a sus amigotes empresarios y banqueros. Segundo: encubriendo la compra de votos en la Asamblea Nacional para no ser destituido. Tercero: manteniendo aturdida a la ciudadanía con informaciones falsas y tan mal elaboradas por sus consejeros que no se sabe si lo respetan alguito a estas alturas. Cuarto: irrespetar -a veces comerciar- las decisiones del poder judicial. Cinco: su obsesión por el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social que pronto se posesionará y ya no estará a su exclusivo servicio; porque su interés es que ninguna autoridad subrogada ad infinitum se cambie constitucionalmente. A más de sus operadores políticos dentro de la Asamblea que monitorean con quién es menos difícil comprar un voto o una abstención para salvarlo.
Ojalá la presión social sea útil para desenmascarar no al presidente, sino a los asambleístas que se ponen en fila a ver qué les toca.
El caos, el miedo y la violencia son buenos para gobernar/chantajear sin ser vistos. Sin embargo, existen muchísimas personas que están atentas y dispuestas a desnudar, antes de la votación, a los asambleístas que han sido comprados a precios de alta gama. Ellos saben por inercia, que, a río revuelto, ganancia de pescadores.
Pero esos asambleístas no son pescadores, son, acaso, piratas tuertos robándole una y otra vez al pueblo en la tierra, no en el mar.