Orlando Pérez
Ya ni los creadores de memes saben cómo explicarse la supuesta renovación de la política que experimentaría Ecuador en el último año. Ninguna de las autoridades impuestas por Julio César Trujillo y su Consejo Supremo pueden preciarse de renovadas, juveniles o al menos con ideas frescas o novedosas para el ejercicio de sus cargos.
Basta con mencionar al mismo Trujillo, al “offshore” Marcelo Merlo para entender por qué ciertos analistas y entrevistadores (también de la misma leva de los antes mencionados) hablan de una supuesta renovación. Evidentemente no discuten de una renovación etaria sino de una restauración política, pero como suena más bonita la palabra y sintoniza con el marketing político no abundan en más explicaciones.
Sin embargo, desde las mismas huestes de la derecha conservadora (como el ex asambleísta y ex vicepresidenciable por el bucaramismo Ramiro Aguilar) hay sospechas de esta restauración y sus reales propósitos. En la práctica construyen el imaginario (negativo) de un paréntesis de diez años que deberíamos borrar o al menos ignorar para que tenga sentido la continuidad de lo que dejó pendiente la partidocracia.
Y lastimosamente se prestan para ello (o al menos ahora son más transparentes) quienes nacieron como una ruptura después de 25 años de reinstaurada la democracia. Hoy ellos mismos quieren la rehabilitación y la reposición de los partidócratas que nos desgobernaron durante esos 25 años, ¿o más?, y se opusieron con todas las herramientas mediáticas y políticas en los últimos diez años.
Si fuera por cuestión de edades y generaciones de políticos el restablecimiento de figuras como Paco Moncayo y Jaime Nebot ya revelan mejor la paradoja, ni qué decir del propio Trujillo o en los medios de Alfredo Pinoargote. Pero no solo es eso: al margen de las edades hay unos conceptos y unos modelos que no afrontan las exigencias de las nuevas generaciones; es decir, pensamientos, ideas y tecnologías en la gestión política y en la conversación pública. Ellos hablan de tratados de libre comercio, de ‘soberanía tutelada’, de economía social de mercado o de ‘Estado mínimo’, así sin vergüenza alguna.
Si no se renovaron y quieren ahora devolvernos lo que dejó pendiente la partidocracia, ¿qué esperan los ecuatorianos de menos de 20 años de las autoridades e instituciones con esos personajes al mando? ¿Podríamos pensar que la inscripción del Ecuador al siglo XXI pasa por lo que ya vivieron naciones y poblaciones donde por querer superar al socialismo soviético y agregarse al peor capitalismo, vivieron casi 20 años de atrasos, retrocesos y una acumulación de problemas que recién en esta segunda década del XXI podrían tener solución?
Y a eso se suma la “renovación” de nuestra izquierda con personajes que en el sindicalismo llevan 40 años, en las universidades casi lo mismo, pero haciendo negocios en nombre de la educación pública o acomodados en las ONG bien colgados de sus planes para maquillar al capitalismo y así justificar su lucha contra el sistema por los siglos de los siglos sin cambiar nada. ¿Habrá innovación en un Ayala Mora o en un Mesías Tatamuez después de escucharles hablar como si de la Embajada salieran los libretos de lo que se debe hacer en una “democracia débil”?
Todos ellos, de derechas e izquierdas renovadas, tienen buena responsabilidad con la crisis de los noventa y son ahora quienes nos dictan sus normas morales. Y son ellos también los que al unísono le reclaman a Cuba y a Venezuela soberanía y democracia. Pero son también quienes se quedan callados con lo que pasa en Brasil con Lula o con las masacres en Colombia.
Esa es nuestra gloriosa renovación del siglo XXI que más huele a naftalina ambiental del Consejo Supremo de Trujillo o de Merlo en la Judicatura.