Unos pensamientos de Albert Eisntein, uno de los mayores científicos del siglo pasado, puede ayudarnos a entender el llamado que se nos hace mediante la pandemia actual. “Quien atribuye la crisis a sus fracasos y penurias, violenta sus propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis que afloja lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de eso, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no luchar para superarla.”
La actual pandemia nos revela la incapacidad de los poderosos a preocuparse por los humanos. Ahora no hay más que un camino: la solución a nuestros problemas somos nosotros mismos. Veamos.
Los poderosos están con pies de barro
Es la gran lección de la pandemia en la que nos estamos hundiendo sin remedio: ¡Los poderosos tienen los pies de barro! Son incapaces de enfrentar eficazmente la pandemia, como también de ponerse de acuerdo entre ellos para protegernos y ayudarnos. Más bien las empresas internacionales de farmacias y laboratorios están haciendo su agosto sobre las decenas de miles de muertos en todos los continentes. Estados Unidos es uno de los países más castigados, ellos que se dicen los salvadores del mundo, los supuestos llamados por la Providencia a aportar la felicidad a todo el orbe… Su perverso presidente no sabe qué hacer ni que decir, y cada vez más voces se alzan para criticarlo, hasta en su propio país… pero ¡más del 50% de los norteamericanos no votan en las elecciones presidenciales! ¿Qué se puede esperar de semejante indiferencia y complicidad?
Es la actualización del juicio del profeta Daniel: ‘El gigante con pies de barro’. He aquí el texto bíblico que tal vez poco conocemos: “Viste una estatua muy grande y de un resplandor extraordinario; estaba de pie delante de ti y su aspecto era terrible. Esa estatua tenía una cabeza de oro fino, el pecho y los brazos eran de plata, el vientre y las caderas de bronce, las piernas de hierro, y los pies de hierro mezclado con arcilla. Tú estabas mirándola cuando se desprendió una roca sin que nadie la moviera; pegó a la estatua a la altura de los pies de hierro y de arcilla y los rompió. Y en aquel mismo instante se hicieron trizas el hierro, la arcilla, el bronce, la plata y el oro; el viento se los llevó sin dejar huella, como se lleva la paja del trigo en la era durante el verano. Y la piedra que había golpeado a la estatua se convirtió en una gran montaña que abarcó toda la tierra… El Dios del Cielo suscitará un reino que nunca será destruido; su poder no pasará a pueblo alguno. Derrotará y destruirá a todos los reinos y los reemplazará para siempre. Viste como se desprendió una roca de la montaña sin que mano alguna la tocara, y como pulverizó el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro: eso mismo va a acontecer.”
Se trata de un texto escrito hace más de 2,000 años refiriéndose a los imperios del Medio Oriente que se disputaban territorios unos de otros. El profeta es aquel que mira a lo lejos y se da cuenta que los imperios caerán y serán sustituidos por “un reino que los remplazará para siempre”. Los cristianos aplicamos esta profecía a Jesús de Nazaret que inauguró este Reino desde los pobres, deseando que formaran, en la tierra, el gran Pueblo de los Pobres, unidos, organizados, conscientes, solidarios, alegres creyentes de este Dios liberador. Eso es también la utopía de la Humanidad y de todas las civilizaciones… si no se dejan corromper y prostituir por el poder, el dinero y la fama. Actualmente son los Pueblos indígenas de las Américas que ofrecen su Civilización del Bien Vivir para salvar tanto a la Humanidad como el la Madre Tierra.
Ese es un tema constante del papa Francisco. Para él los Movimientos Sociales, unidos con otros espacios sociales, son los protagonistas de un nuevo modo de vivir armoniosamente en sociedad y con la naturaleza. Volvió, el domingo de Pascua, a animar a todos estos Movimientos en una carta que les dirigió: “Si la lucha contra el ‘covid’ es una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras. Un ejército sin más armas que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo. Ustedes son para mí… verdaderos poetas sociales que, desde las periferias olvidadas, crean soluciones dignas para los problemas más acuciantes de los excluidos. Sé que muchas veces no se los reconoce como es debido porque para este sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado… Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir… Quiero que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: Tierra, Techo y Trabajo… Ustedes son constructores indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible.”
Los poderosos tienen otro discurso, y Trump el primero: “Hay que regresar a la normalidad”… Claro, la ‘normalidad’ que les beneficie a ellos y que nos ha llevado a la pandemia actual. La verdadera ‘normalidad’ es la que describe el profeta Daniel, es la que desea el papa Francisco, es la que construyen los Movimientos sociales y todas las organizaciones que tienen fe en ellos.
Esta pandemia es un fuerte aviso de la Madre naturaleza que se puede repetir si no tomamos otro rumbo de vida personal, social, al nivel local, nacional y mundial… porque ¿quién va a poder sobrevivir a la próxima y mayor pandemia? ¿Estamos conscientes de eso? ¿Estamos decididos a entrar en esta dinámica de construir el mundo que necesitamos y no el de los poderosos…? afín de no haber vivido en vano ‘como si nunca hubiéramos existido’.
¡No podemos volver a lo mismo!
La pandemia del coronavirus nos ha hecho caer en cuenta que los gobiernos y las Iglesias son incapaces de protegernos eficazmente. El sistema neoliberal es un fracaso total porque el dinero está en las manos de unos pocos: unas 2,000 personas en el mundo poseen 80% de la riqueza mundial para su beneficio propio. Los gobiernos están al servicio del enriquecimiento de unos pocos. Estados Unidos, que se cree el ejemplo a seguir por todo el planeta, es actualmente el país más afectado por la pandemia y no se ve cómo va a detener ni el número de contagiados ni el número de muertos.
Las Iglesias tampoco están preparadas para enfrentar tal catástrofe mundial. Mayoritariamente se limitan a rezar, gritar, llorar, promover precesiones y devociones, haciendo misas por televisión, radio, Facebook, watts app, zoom… sin mayor eficacia inmediata. Estamos lejos de la práctica de Jesús de Nazaret que dedicó su vida a andar por los caminos de Palestina para curar enfermos, enseñaba a los pobres a vivir compartiendo y denunciaba las autoridades religiosas y militares extranjeras que dominaban y explotaban a las gentes: Fue el profeta itinerante del Reino de Dios.
Ahora, ¿por qué motivos hemos llegado a una tal desorganización, desprotección y mortandad? Por una parte elegimos gobiernos de entre la gente rica y no los controlamos. Ellos hacen lo que les da la gana con nuestro voto, nuestros impuestos y los bienes del país porque se lo permitimos. Lo vemos en nuestro país: es el desgobierno total, la entrega del dinero y bienes nacionales a los grandes empresarios, la fuga de devisas en los paraísos fiscales, los millonarios préstamos al Fondo Monetario Internacional que no se sabe para qué sirven, la corrupción generalizada, la venalidad de la justicia que persigue, enjuicia, aprisiona, destierra a quiénes denuncian o se oponen a tal descalabro nacional… Hemos llegado al colapso del sistema que organiza el Estado y controla, eso sí, el país.
Por otra parte están los medios comerciales de comunicación que pertenecen a los grandes ricos y por lo mismo defienden a los que nos gobiernan. El negocio de estos medios es colaborar al enriquecimiento de los más ricos que son los dueños de dichos medios. Por eso nos desinforman, nos mienten, nos engañan, nos manipulan… Al no tener un espíritu crítico ni muchas veces poder haber acceso a otros medios de información, nos dejamos llevar por la corriente… ‘como el camarón que se duerme’. Tampoco la educación primaria, secundaria y universitaria nos capacita para entender el mundo en el que vivimos y transformarlo para beneficio nuestro.
Las religiones han pasado a ser grandes sectas al servicio de sus intereses, con una clase clerical que se cree superiora y enviada por Dios. Demasiado dinero y poder pasan por sus manos, atrapándola en la corrupción y las aberraciones sexuales. El papa Francisco busca volver a las fuentes y dejarse guiar por el Concilio Vaticano 2° y su experiencia pastoral en América Latina. Trata de hacernos regresar al corazón del Evangelio que son la misericordia y la opción por los pobres, las 2 caras del Reino de Dios por el que vino, vivió, murió y resucitó Jesús. Nos alienta a denunciar las injusticias, defender a los explotados, acoger a los migrantes, proteger el medio ambiente… Nos desvela la perversidad del neoliberalismo que gobierna el mundo y provoca todas estas maldiciones que padecemos ahora. Pero su voz se parece a la de Juan Bautista que “gritaba en el desierto”.
Por todo eso estamos como estamos. No podemos volver a lo mismo, porque sería preparar una catástrofe mayor: las mismos causas producen los mismos efectos… lo que sí, quieren los poderosos del mundo: “¡Menos bocas, más me toca!”. Es hora de despertar si no queremos vivir peor. Es hora de unirnos y reunirnos para entender mejor lo que está pasando y adonde están las salidas y las alternativas a la situación actual. No podemos comer como antes. Tenemos que curarnos de otra manera, trabajar más dignamente, dejar de consumir lo que nos presenta la televisión, organizarnos para hacernos respetar y hacer respetar nuestro voto y el destino de nuestro dinero… y no creer todo lo que nos cuenta la pantalla chica de nuestro celular… Tenemos que redescubrir a Jesús de Nazaret que vino a darnos otra imagen de Dios, padre y madre, compañero de nuestras desgracias y colaborador de nuestros éxitos hacia una vida más humana y fraterna.
A pensar entonces a lo que ya no vamos a hacer más y a lo nuevo que tenemos que emprender junto a otros. Si nos quedamos solos, nos perdemos y nos perderemos. El camino es la comunidad, tal como lo estamos descubriendo con esta pandemia: comunidad familiar, comunidad de vecinos, comunidad de trabajo, comunidad cristiana, comunidad política… un sueño, una utopía que, en definitiva, Dios nos pide de poner en marcha para dejar atrás la desgracia de la realidad a la que nos hemos dejado llevar. ¿No será la vida esta gran lucha por hacer realidad este sueño y esta utopía? La solución somos nosotros mismos, pero en comunidad.