Romo y Roldán, los “rupturas”, comparten con su actual jefe el don de la ubicuidad.
Para llegar a ocupar cargos y curules en el gobierno de la Revolución Ciudadana se declararon de izquierda, organizaron foros para promover el Socialismo del Siglo XXI, invitaron a Juan Carlos Monedero, mantuvieron estrechas relaciones con cuadros importantes del ex M19, se reunieron y fotografiaron con Navarro Wolf y fueron acérrimos y rabiosos defensores de Rafael Correa.
Para llegar a la terna de la que ahora forman parte, en cambio, se han declarado enemigos de la Revolución Ciudadana (a la que persiguen sin tregua), han atacado rabiosamente al Socialismo del Siglo XXI y a los gobiernos que lo embanderan (ahora son “Guaidó lovers”), han posteado “selfies” desde la Casa Blanca con encendidos mensajes de emoción sin límites por haber “llegado hasta ahí”, son Morenistas implacables y trabajan sin descanso (eso hay que reconocerlo) para llevar adelante la agresiva agenda neoliberal que su “casta” les ha encargado.
Cabe entonces preguntarse: además de un evidente y obsesivo afán de “estar en el poder”, ¿qué tienen “los rupturas” en el alma?
Cuando se decían revolucionarios de “nueva izquierda”: ¿mentían y se mentían?
Cuando hoy operan para imponer una agenda de ajuste neoliberal ortodoxa: ¿mienten y se mienten?
¿Quiénes son estos personajes que traicionan y se traicionan con tanta frialdad? ¿Cuál será su siguiente mentira? ¿Y su siguiente traición?
Octubre de 2019 dejó a Romo retratada en su actual condición: comandó una represión sin precedentes en la historia reciente del país, exhibiendo la más descarnada indiferencia frente a las víctimas de la brutalidad policial.
Con la tesis de un supuesto plan “golpista” justificó sus excesos despóticos, negó las muertes, minimizó la gravedad de las mutilaciones, persiguió, acosó y encarceló a dirigentes políticos (sus otrora co-idearios). Bastaría leer el informe de la CIDH para entender la dimensión de la responsabilidad histórica que pesa sobre los “rupturas”, el gobierno y sus “aliados”.
Pero no solo ha demostrado que puede reprimir con brutalidad, también ha mostrado que, por la “causa”, puede repartir hospitales, feriar carnés de discapacidad y dejar que campeen los negocios fraudulentos de medicamentos e insumos a manos de los Bucaram.
Tampoco se sonroja a la hora de meter la mano en la justicia, tutelando a Diana Salazar o buscar la proscripción de la RC de la mano de su aliado Pablo Celi.
La pregunta solo se hace más urgente: ¿de dónde salieron estas rupturitas? ¿quién los entrenó? ¿quién los respalda?
Hay un cosa clara: el pueblo jamás los elegiría como sus gobernantes y ellos lo saben.
En 2013 ya lo vivieron: mostrándose “progres” no obtuvieron ni un escaño en la Asamblea. Ni uno. Quienes conocen a “La Paula” dicen que nunca se recuperó de ese golpe. Empapeló el norte de Quito con su imagen (opacando “al Norman” que era el candidato a la Presidencia). Y perdió.
Quienes conocen a “El Juanse”, en cambio, dicen que nunca se recuperó del abucheo violento del que fue objeto (por correista) en la Plaza de Toros de Quito, que lo obligó a abandonar el lugar, donde se lidiaban ejemplares de la hacienda de su padre.
Hay quien dice que esos traumas los llevaron a cambiar de “línea”, para reconciliarse con “los suyos” y tener (al menos) los votos de su “casta”.
Pero ellos saben que, en las urnas, pierden. Por eso resulta “enternecedor” escucharles decir, sin sonrojarse, que hacen lo que hacen por “encargo del pueblo”.
Mienten y se mienten, pero saben que el pueblo no les ha encargado nada. Por eso buscan ascender por los costados, por las esquinas, por la sombra, “gestionando” los votos de unos asambleístas truchos, ansiando el “encargo” de la vicepresidencia con obvias y evidentes ansias del “encargo” mayor, ese para el cual el voto popular (que nunca tendrán) les queda sobrando.
No nos extrañaría que, como Añez, se tiñan el pelo de rubio y levanten la Biblia si el “encargo” así lo exige. El Ecuador de los “Años Sucios”, como diría Ramiro Aguilar.