Se atribuye a Quinto Tiberio Angelerio, médico y tratadista italiano nacido en la localidad de Subsicinio en 1532, el uso en latín y castellano de la palabra epidemiología, que según una prolija investigación de Luis Miguel Pino Campos (La edición pedida de Quinto Tiberio Angelerio/Universidad de La Laguna lmpino@ull) estaba compuesta por la palabra epidemia, que en su sentido original significaba visita, y peste que en griego se decía loimia.
El gobierno del presidente Lenin Moreno nos visitó el 24 de mayo de 2017 y al día siguiente de su arribo constitucional, desató una epidemia política, económica y social bajo la lógica ininteligible del retorno de la Ley y la democracia, que habían sido descompuestas -dijo el nuevo mandatario- por el ejercicio ‘abusivo’ del poder por parte de la revolución ciudadana de la cual él mismo había sido parte más de 10 años.
Hacerlo, entonces, bajo las circunstancias políticas y sociales artificialmente creadas por Moreno y la derecha ecuatoriana, significó después encarar ideológicamente la utilización de la consulta popular de febrero de 2018, que le sirvió al régimen morenista y sus aliados, como la ‘ficción útil’ para establecer las bases de los acuerdos espurios con la banca, los empresarios y el FMI.
La ‘sorpresa’ que produjo el giro presidencial, presuponía volver a pensar sobre nuestro ‘contrato social’ que fue actualizado y reformado en la asamblea constituyente de Montecristi en abril de 2007, refrendado enseguida en las urnas por una abrumadora mayoría, como manda la constitución. La epidemia morenista, sin embargo, había comenzado a afectar las estructuras jurídicas y sociales del país, cuando se instaura un nuevo Consejo de Participación Social, transitorio, con el virulento y mordaz Julio César Trujillo a la cabeza.
El gobierno del incorpóreo presidente Lenin Moreno no termina de desprenderse de la lógica con la cual inició su gestión: la violencia de odio y la violencia de cálculo. Al confinar su administración entre esas dos consideraciones, lo que ha conseguido es una línea política de acción puramente destructiva, que ha provocado una crisis estructural en la economía: disminución del tamaño del estado, desempleo, pobreza, desinversión en el sector público, flexibilización laboral, endeudamiento externo agresivo y sin límites.
Bajo el esquema repugnante de una gestión presidencial sublimada por la intimidación, el gobierno del intangible Moreno acabó por caer en un lodazal, sin recursos ni capacidad para enfrentar la emergencia sanitaria producida por la visita del coronavirus. La intolerable falta de un proyecto que pudiera concretar determinadas medidas para resolver problemas acuciantes, que compensaran las desigualdades económicas, sociales, étnicas y culturales, condujo al país a los hechos de octubre de 2019.
La irrupción de una forma inesperada de violencia social, esta vez en las calles, alteró la dialéctica entre igualdad y diferencia, que también puso en entredicho los propios automatismos del gobierno como forma de craso razonamiento. Porque diseñó para sus adentros una ‘sociedad política y jurídica’ solo para acusar al anterior gobierno de sabotaje y desestabilización con lo cual quiso legitimar el terrorismo estatal que se tradujo, enseguida, en represión y persecución judicial contra la oposición.
Los hechos de octubre, como un suceso de violencia material y simbólica, produjeron el vaciamiento de los discursos abstractos y neutros de los voceros de gobierno y del presidente de la república (también de ciertos políticos como Nebot y Laso) que sugerían que el Ecuador, por fin, comenzaba a caminar por sus propios medios y eso justificó los acercamientos al Fondo Monetario Internacional y las nuevas medidas económicas, como el malogrado retiro de los subsidios a las gasolinas. Una vez más los ecuatorianos se sobrecogían ante esa muestra grande de pura ignorancia tecnocrática, que hasta este momento ha sido incapaz de bridarle a los ciudadanos seguridades mínimas en términos de alimentación, salud, educación, vivienda, empleo de calidad, etc.
Este fetichismo tecnocrático, por ejemplo, continuo y desembozado le ha llevado ahora al ministro de finanzas Richard Martínez a pagar parte del capital de los bonos global 2020 (más de 300 millones y a fines de marzo 945 millones de dólares más) que le permitirá al país -justificó la autoridad- recibir un préstamo de 2 mil millones de dólares. En el marco de esa ‘totalidad fetichizada’ para achicar el tamaño del estado, que pone por delante el capital sobre la vida, habrá que preguntarse: ¿A quiénes favoreció este pago tan puntual como innecesario cuando hay una emergencia sanitaria nacional? ¿Quiénes son los tenedores de bonos? ¿De dónde vinieron las presiones?
Moreno, el metafísico, desde algún lugar indeterminado, funda su particular epifanía como el advenimiento de algo que aún es incierto. Bajo ese estricto signo de la imposibilidad, Moreno y su mediocre equipo de colaboradores -destacan de largo los ministros de finanzas, gobierno y su secretario particular- insisten en un proyecto económico de carácter rentista, que favorece a la banca y los grandes empresarios, que en estos momentos y sin ninguna ‘vergüenza social’ acuden al estado y proponen el sacrificio de los ciudadanos para superar la contingencia sanitaria.
Moreno y su gobierno vegetan en un destino de ruinas y de ruindad en el cartabón de una arqueología de lo absurdo. Porque la sensación y la percepción de inseguridad de los ecuatorianos, que los medios de comunicación ocultan o disimulan, bastarían para dar cuenta de la crisis de este régimen de falsa ‘transición democrática’, con los valores invertidos cuando la mentira y el escamoteo han sido las piedras medulares del mandato y el discurso gubernamental. Así vive el Ecuador este presente corrompido por el virus de la incompetencia y de un gran vacío axiológico que ha terminado por afectar los ámbitos morales, jurídicos y sociales.
Los ritos tranquilizadores del gobierno para conjurar la incertidumbre están sustentados en esas dos consideraciones señaladas más arriba: violencia de odio y violencia de cálculo. Y ambas tienen la misma concurrencia: favorecer a las élites económicas. Por eso el engaño (no solo la traición) para dejar todo en el ámbito de la sospecha, de amenaza de un peligro de ‘desintegración nacional’ provocado por los fantasmas internos y externos. Proclama indecorosa para montar el gran acaecimiento que nos haga imaginar un país próspero y en desarrollo. Puros y simples efectos de realidad que el coronavirus ha destruido.
Como sucede en el caso de las visitas indeseables, solo hay que esperar que la visita de la peste morenista/derechista termine pronto y apenas se vaya abrir las ventanas y la puertas para ventilar y sanear la patria con otros aires más democráticos.