Convertido en un sosía de sí mismo y en las vísperas de dejar su cargo, ahora contempla al sosía presidente para consolidar la imagen de su próxima representación. Es la paradoja de la presencia-ausencia que el alcalde de Guayaquil Jaime Nebot Saadi, convirtió en la expresión de su poder omnímodo por más de 30 años. Porque también es la conciencia encarnada de ser lo que no es y de no ser lo que es, la máxima propia de los malos comediantes.

El reflejo de la imagen de alcalde severo, inflexible y riguroso, aquella que programó con tanta vehemencia bajo el amparo de la propaganda y el miedo, fue apenas el producto de la mecánica de las cosas, casi como un efecto de proyección. Es el gran principio de la circularidad avivada de manera constante, por la supuesta aura de la eficacia y la eficiencia que al final se transformó en el slogan meritísimo del quehacer edilicio: el llamado ‘modelo exitoso’ que no aceptaba ningún cuestionamiento o censura.

Hay una suerte de narcisismo fundamental, además, que consiste en cumplir con la importante premisa de ser visto por los otros, de existir en los otros como un hiato que define los contornos de la realidad (la de la ciudad, por ejemplo, con muchos sectores postergados y sin necesidades básicas cumplidas) y la de su imagen atropellada que se refleja en un espejo sin defectos.

El alcalde narcisista tiembla. La idea de prescindir de su imagen -de verse reflejado en la fuente inagotable de la alcaldía- de la que se enamoró profundamente, hace que se acreciente el tormento que se avecina cuando ya no pueda poseerse a sí mismo. Como el cuerpo de Narciso, el suyo perecerá, no quedará nada, ni siquiera el cadáver: ‘solo una flor blanca, un narciso’. De las derrotas sufridas por Nebot -que han sido muchas a lo largo de su trayectoria política- la de la ‘ausencia de sí mismo’ será  la más contundente porque esa contingencia, más temprano que tarde, le llevará a formularse la siguiente pregunta: ¿cómo verme después de dejar el solio de Olmedo? “El espejo/alcaldía en el que me admiraba y del que intenté atrapar lo que los otros ven de mí, nunca me exhibirá nada más que los rostros que pueda ensayar, es decir lo que ahora no soy”. Es la grandeza y la miseria de la conciencia.

En ese complejo juego de espejos con reflejos entrecruzados, que ha caracterizado el quehacer político de Jaime Nebot Saadi, desde que asumió la alcaldía de Guayaquil en el año 2000, o mucho antes cuando fue gobernar (1984) y después diputado por el partido socialcristiano (1990), sus muestras de autoritarismo, arrogancia y prepotencia nunca dejaron de estar presentes. Y, sin embargo, no solo es el perfil psicológico y sus reacciones escatológicas lo que importa en la medida que la suya ha sido una gestión muy ligada a los avatares políticos de la nación.

Porque tuvo la extraña virtud de estar en el epicentro de los más importantes acontecimientos del país, unas veces agazapado, esperando que la descomunal figura de su ‘protector’ León Febres Cordero declinara y otras, construyendo la partitura sobresaliente que más adelante debería sostener su herencia política a la que tenía derecho por antecedentes y alcurnia, hasta que su rival de turno, el abogado Abdalá Bucaram, en las elecciones presidenciales de 1996 le volvió a sepultar en la congoja, por culpa de las ‘prostitutas y los ladrones’.

Después de perder la presidencia por segunda vez (Sixto Durán Ballén le ganó en 1992) Nebot regresa al Congreso en 1998 y fue parte del grupo de legisladores socialcristianos que ideó la ley de impuestos a la circulación de capitales (ICC), más conocida como la ley del 1%, que pretendía desincentivar las transacciones bancarias y los retiros bancarios. El Partido Social Cristiano y la Democracia Popular del expresidente Jamil Mahuad, propiciaron el ‘salvataje bancario’ en 1999 que provocó la quiebra del país y el derrumbe del sector financiero.

El mediocre ideologema de Nebot del ‘modelo exitoso’, parece que llegará a su término, cuando su heredera Cynthia Fernanda Viteri Jiménez y candidata a la alcaldía de Guayaquil, solo será el cuño final de una larga era de autoritarismo socialcristiano, porque ya no tiene nada más que fundar. En términos estrictos, la candidata Viteri, gane o pierda las elecciones del domingo 24 de marzo -muchos guayaquileños apuestan por la segunda opción- marcará la culminación del período de Nebot y de su presencia hegemónica en el Puerto Principal. También terminan los simulacros: de la bonanza, la prosperidad y el desarrollo incontenibles de la ciudad. En su lugar quedarán los fantasmas de ese simulacro.

Qué decir de Jimmy Jairala, candidato de Centro Democrático, el oponente de Viteri/Nebot, si llega a la alcaldía de Guayaquil. Tendrá que superar el carácter sorpresivo de su triunfo y administrar  también la derrota del hombre más poderoso de la derecha ecuatoriana. Es decir, el nuevo alcalde deberá devolver a Guayaquil a la realidad y desmaterializar lo que Nebot pudo construir como simulacro: deshacer ese mundo abstracto donde la inequidad, la violencia y la explotación nunca tuvieron lugar -para decirlo con Baudrillard- cuando se impuso el espejismo del modelo triunfante de Nebot y sus corporaciones, incluyendo lo que los medios de comunicación callaron u ocultaron siempre. Jairala, si triunfa, deberá terminar con esa lógica del simulacro y ese ‘Frankenstein ficcional’ que fue la alcaldía de Guayaquil del abogado Nebot Saadi.

¿Qué significará este punto de giro para la vida política posterior del país y cuánto incidirá en el reacomodo de las fuerzas progresistas y de izquierda en el mapa ideológico?

La última derrota de Nebot es la soledad. Ya no la soledad del poder que le ha acompañado este último tiempo, sino la del devenir frente a la pálida y definitiva certeza que su tiempo para ser presidente también acaba de concluir porque el socialcristianismo, como partido e ideología, nunca pudo trascender los linderos regionales. Y su acuerdo espurio con el presidente Moreno, por último, que buscaba esa proyección presidencial, no solo es una capitulación sino además un mal negocio dentro de las circunstancias políticas actuales del chantaje y la manipulación socialcristianas.   

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