Por Luis Herrera Montero
Una primera falacia se constata en la insistencia aperturista en materia de inversión transnacional capitalista, como exclusividad para el logro del progreso socioeconómico, cuando dicho aperturismo es la gran causa de oligopolios y, con estos, de la masiva pobreza y extrema pobreza a nivel mundial. En definitiva, lo que esta falacia encubre es que la inversión extrajera no es inversión, sino la promoción de lucros privados globales, confundiendo a ciudadanía planetaria, ya que lo que se fomenta son cuantiosas ganancias acumuladas en pocas manos. No asumir que las medidas aperturistas, como receta del Fondo Monetario, han puesto a diversidad de economías en situación de aguda crisis, resulta una necedad indolente y altamente riesgosa para la sobrevivencia social.
En la actualidad, asoman discursos que intentan desmovilizar la legítima protesta en contra del desmantelamiento de la función social del Estado. De este modo, los neoliberales aplican ideológicamente otra falacia, con la meta de reducir el gasto fiscal, engrosando el desempleo, a través de despidos masivos tanto en el sector público, como en el privado, a más de propiciar claros desacatos sobre la responsabilidad estatal en cuanto a inversiones en salud, educación y otras para el fomento social, pues creen que desde la privatización se logra mayores niveles de eficiencia. Como parte de la misma falacia, conciben que la reducción significativa o eliminación de impuestos a clases pudientes, es otro factor que garantiza un mejor funcionamiento de los ingresos-egresos nacionales. De este modo, Moreno promovió la reducción del impuesto a la renta y hoy Lasso refuerza esa tónica al eliminar el Impuesto a las Herencias. Conviene además recalcar el agudizamiento de la evasión fiscal de sectores oligárquicos, como una clara evidencia de corrupción y violación de las normas constitucionales. El cinismo ideológico es mayor aún, cuando se desea perjudicar notablemente a la clase media y sectores marginales, al imponerse impuestos y afectar las conquistas laborales a través de la Ley de Oportunidad Laboral. En resumen, el neoliberalismo faculta el incremento del desempleo y egresos económicos de quienes menos ganan, a través de la continuidad de privilegios inconstitucionales para quienes más ganan.
Otra falacia neoliberal está en la cínica acusación de corrupción y totalitarismo a los regímenes progresistas. Durante dos décadas del siglo XXI, la política neoliberal no se ha simplificado en imposiciones fondomonetaristas, sino que ha reforzado prácticas de corrupción: la ciudadanía de Ecuador tiene muy presente que el feriado bancario de Mahuad y el endeudamiento del gobierno de Moreno no tienen nivel de comparación respecto de lo que acusan al progresismo. Si a esto sumamos que en América Latina la mayor evidencia contemporánea de corrupción está en las manifestaciones narco estatales y paramilitares; no solo en cuanto a las experiencias de Colombia y México, sino como un proyecto con vigencia en territorios de Estados Unidos e incluso a nivel global. Para el efecto, es indispensable desmenuzar a la globalización neoliberal como generadora de adicciones, tales como la dependencia mortal a substancias psicotrópicas: un franco atentado al derecho a salud de la población. Sabemos, además, que el narco tráfico y el paramilitarismo implican persecución extrema a líderes de organizaciones políticas del pueblo, masacres genocidas y prácticas de terrorismo estatal: México y Colombia son claras demostraciones de lo manifestado. Con el gobierno progresista de López Obrador el terror paramilitar y narco-estatal sin duda han perdido notoriedad, aunque la tarea de desmontar del Estado la incidencia del narcotráfico no sea un objetivo que pueda superarse en plazos inmediatos. En Ecuador no cabe duda que lo que sucede en el sistema carcelario tiene relación directa con el tema del terror impulsado por bandas vinculadas al narcotráfico, con un poder de incidencia nunca antes constatado y que son parte de la desinstitucionalización neoliberal. Entonces, la interrupción abrupta del progresismo a través del gobierno de Moreno y el continuismo de Lasso, hoy conllevan un indiscutible retroceso y reforzamiento de un sistema totalitario de mercado, de la corrupción oligopólica y de la narco-economía que caracterizan principalmente al neoliberalismo y su hegemonía mundial.
Para contrarrestar al orden mencionado, es indispensable reinstituir la configuración y reconfiguración de bloques regionales y planetarios, desde una perspectiva cosmopolita o de interacción de pluralidades y diferentes proyectos de contrahegemonía; desmantelar propuestas como la UNASUR fue un error de envergadura, ocasionado por gobiernos alineados con la brutalidad del neoliberalismo. Que se requiera evaluar críticamente el funcionamiento de UNASUR, no implica arrancar a la ciudadanía latinoamericana de su necesidad y derecho por luchar como bloque regional, pues el sueño bolivariano debe actualizarse, ya que su legitimidad es irrefutable, a pesar de las intenciones oligárquicas para restarle valor y capacidad de concreción. En términos de lucha glocal, el fortalecimiento de instancias como el Foro Social Mundial no sólo constituyen una necesidad, sino una urgente prioridad sociopolítica.