Por Santiago Ribadeneira Aguirre

El presidente Daniel Noboa es un ser sin imaginación y sin capacidad probada para gobernar, que inventó en los albores de su gobierno una guerra interna de papel maché, inútil y sin relevancia, para no dejarse absorber por la fuerza del vacío político que vive el país dejado por los gobiernos anteriores de Moreno y Lasso, mientras ambos repletaron el escenario de pícaros y tontos quienes nunca habían participado antes en asuntos de Estado.

En esta historia sin historia, al presidente Noboa le acaba de visitar una apariencia de país, extraída de alguna parte, que ahora tiene la forma de una parábola: el Plan Fénix. Aparece y desaparece a conveniencia, bajo las circunstancias más diversas. Cuando el presidente cree alcanzarlo, como si se tratara de un macilento espejismo, el Plan se desvanece. Entonces corre a disfrazarse de militar o policía, se coloca gafas oscuras de marca para encabezar algún operativo de última hora y pronuncia una arenga oficial sin contenido y sin condumio; y lo peor, hablando en términos humanos y de realidad política, sin presente y sin futuro.

El presidente Noboa, más por su falta de preparación e impericia que por su juventud, está desvalido, inerme y fuera de cualquier estructura de pensamiento o de referencia preestablecida. No piensa (tampoco sus asesores y los miembros de su gabinete), en consecuencia la conducción del país se le escapa y bajo ese forzoso indicio, lo fundamental es que sin esa conciencia del cumplimiento de sus obligaciones como primer mandatario, sencillamente ‘vaga en la oscuridad’ (los apagones recrudecen en todo el país, mientras las soluciones del sector eléctrico son inciertas) para decirlo con palabras de Tocqueville que algo sabía de la ambición desmedida de los poderosos.

Los ejes de la acción de Noboa carecen de sentido y de proyección, porque su gestión improvisada al frente del gobierno, le ubica como un ser incapaz de realizar las tareas que le asignan la Constitución y las leyes, de obligación cívica, moral y ética, es decir, sin entender y procesar conceptualmente la realidad histórica del país y los acontecimientos de los últimos años que nos han llevado a vivir un estado de inseguridad, de violencia, de desempleo extremo, de pobreza, de desinstitucionalización, de corrupción oficial, de endeudamiento y de marcada desesperanza.

Inusualmente patética la figura del presidente es como un garabato de cartulina, que hace las veces de un déspota generoso que con su cara de niño resentido y asustado, le promete a los ciudadanos que va a ganar la guerrita de papel maché contra el terrorismo, calificada con el eufemismo de ‘guerra interna’. E invocó y demandó el voto ciudadano para la consulta popular, a la que le atribuyó, además, contenidos morales, convertido por ingenuidad o pequeñez intelectual, en la medida del éxito o del fracaso como gobernante. Este aspecto de su mediocre doctrina política e ideológica, se remonta a un criterio artesanal de la ‘obediencia voluntaria’ y el miedo, sobre los cuales quiere sostener el principio de autoridad.

El desfasaje inherente entre la política y los hechos ha desatado el odio y la persecución a quienes piensan distinto. Y aquello lo impulsa de manera descarada el primer mandatario, cuando califica a quienes están en otras orillas ideológicas como ‘narcoterroristas’ (“Los grupos terroristas están contra la consulta popular”, dijo el presidente en la visita a la cárcel de Turi en Cuenca el 2 de abril. “No estoy aquí para mirar a otro lado, no estoy aquí tampoco para hacerme el gil como gobernantes pasados se hicieron para hacer que esto crezca a un nivel casi incontrolable”, señaló Noboa en Manta el 2 de abril).

Por eso mismo, Daniel Noboa se convierte en un riesgo y un peligro real para la estabilidad y la convivencia, nacional e internacional, (el último impasse con México es vergonzoso y degradante para la diplomacia ecuatoriana) aunque tanta torpeza no puede ser extraña considerando la extracción del mandatario y el respaldo obsecuente de la derecha y de la extrema derecha, que nutren la continuidad de un régimen neoliberal cuyo hondo desprecio por el pueblo y la democracia son cada vez más evidentes. En un gobierno privado de ideas y de principios el único argumento posible como sustento de su impostura, es la mentira, la propaganda y el show mediático. 

El interés de los grupos económicos y dueños del capital financiero garantizados por el gobierno de Noboa, es la ganancia usuraria, junto con la más absoluta mendacidad de las promesas gubernamentales sobre el ‘nuevo’ país de las oportunidades –así también lo dijo su antecesor– que los ecuatorianos van a encontrar inmediatamente después de la consulta y el referéndum del 21 de abril, que le cuestan al Ecuador más de 62 millones de dólares, por encima de las repercusiones y afectaciones directas en la economía familiar provocadas después del aumento del IVA al 15%.

En lo medular, al gobierno de Noboa lo que le importaba es que las preguntas D y E sobre arbitraje internacional y regulación de las horas de trabajo, reciban el respaldo popular, lo cual no ocurrió. Las otras preguntas fueron el relleno insustancial frente a la insolubilidad de cualquier contradicción social y política, porque se impone la simple prepotencia gubernamental para tratar de ganar las elecciones el 2025. Y para ambas situaciones, la consulta y las elecciones del próximo año, le comenzaron a fallar los cálculos al mancebo e inmaduro presidente ecuatoriano.

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