El ingeniero Otto Sonnenholzner ha tenido un comportamiento muy parecido a cualquiera de los otros arrimados y parásitos de palacio -desde clowns hasta bufones- a partir de su investidura como vicepresidente de la república por obra y gracia del azar y los arreglos políticos de última hora. Salpicado por el origen, en el momento zapatea alrededor del poder y de vez en cuando entretiene al rey sentado eternamente en el trono. Con magras intervenciones públicas y su voz de pipitaña, de flauta dulce hecha de caña de cereal, Otto quiere convencer a medio mundo que él es el elegido o el predestinado.
En rigor, así es. Al menos por ahora. Se hace aconsejar por ‘expertos’ de dentro y de fuera: cuidar la imagen y proyectarla en la dirección que corresponde dependiendo de las circunstancias o de los aliados, velados o embozados. Ligado también a los cofrades de este tiempo de pandemia y coronavirus, porque piensa en algo mayor -por qué no- que esté a la altura de sus curiosas apetencias políticas. De ‘señor de Cawdor’ (como en la tragedia Macbeth de Shakespeare) -o sea de vicegobernante producto de conjeturas oportunistas- ahora quiere ascender a la cúspide del poder total como candidato o sucesor. Y no necesariamente en ese orden, a la espera de lo que dispongan aquella tenebrosa embajada del norte y las élites que también pueden mandarle a su casa.
Al ver confirmada la autoprofecía de su designación como vicepresidente, Otto encontró dentro de sí mismo la semilla de su urgente y justificada ‘pretensión al trono’. Porque ahora no solo hay que esperar que se cumpla el resto de predicciones y vaticinios sino adelantarse a los hechos. Escuchar a los oráculos -sus jefes de campaña y asesores directos- cuando le dicen que el camino está trazado con el sano objetivo de devolverle a la política su esencia primordial y al país el gran sentimiento cristiano de que es mejor ‘amar al prójimo’, que ha sido su bandera proselitista en esta pandemia pre electoral.
Entonces, tan pronto pasa del rol de candidato (nunca sabemos en qué línea o tendencia) a la de mandatario suplente dentro de la misma doctrina ética de ser ‘buena gente’. Pero es capaz de exponer parte de su escondido pensamiento a través de sensaciones, impresiones cotidianas y sobre todo asociaciones tornadizas que nunca llegan a tener alguna coherencia discursiva porque se quedan dando vueltas en el imaginario colectivo como alegorías parecidas a las de Kafka. Incomprensibles. Por lo mismo, no hay que tomarle al pie de la letra porque termina delatado y expirando en su propia extracción de clase a la que desea volver más temprano que tarde.
Él es la verdadera molestia y el escollo en estos momentos de crisis política, económica y social ya inmanejables. (Las encuestadoras adulterinas le dan cifras medias para mantener el engaño) Sin embargo está ahí, cubierto con sus mascarillas fáusticas, con la licencia para hacer un pacto con el diablo o transformarse en la figura prometeica que reclama racionalidad y mesura para el próximo ejercicio del poder que desde su particular perspectiva, significa desechar la pasividad contemplativa. Otto, siendo doblemente sucesor y candidato por la gracia divina, sin elección popular y sin legitimidad, muta como el virus para decirnos como un gran gesto de humildad que ‘un individuo no puede ayudar ni salvar una época sino tan solo advertir que está perdida’ (Lynch) y que pobremente busca la actitud obediente y disciplinada de los ciudadanos.
Sabemos que el poder se disemina y también es capaz de reproducirse en los miedos ‘que nos dominan -miedo a ser tocados, devorados, encerrados o simplemente muertos- y en la indiferencia de las instancias divinas (y humanas) frente a nuestras preguntas fundamentales’. (Lynch El merodeador 1990) Cuando el país termine la dolorosa tarea de reconocer, levantar y enterrar a sus muertos, renacerán la memoria histórica y una gestión de la política diferente. Y no será por la aparición de aquellas figuras de alquitrán o la restauración de otras hechas de caliza, pero todas ellas como representación de la vergüenza. Otto, como vicepresidente, es igualmente responsable del mal gobierno y de las decisiones torpes, de la crisis sanitaria, humanitaria y económica, como lo son el presidente Moreno, su gabinete y las élites que les respaldan, incluyendo los medios de comunicación mercantiles.
Para decirlo con palabras de Coleridge: “el medio de mutua comprensión de los espíritus no es el aire circundante, sino la libertad poseída en común”. Porque al lado de esta cláusula de aprendizaje, está aquella pregunta de Bertolt Brecht, dicha con la urgencia de la observación: ¿Y cómo/llevar a cabo vuestra lucha de clases/sin conocer al hombre? Quiero entender que lo que Brecht quiso decir con el poema Discursos a los actores obreros daneses sobre el arte de la observación, se refería a ese nuevo conocimiento del ser humano: ‘vuestro aprendizaje habrá de comenzar entre los hombres’.
Puesto que lo que verdaderamente debe preocuparnos ahora, son ciertos elogios y aclamaciones (de los sectores de derecha y cierta izquierda de corbata carmesí, por supuesto) a la ascesis política. O las relaciones conflictivas entre moral individual y moral de la obediencia, “entre la existencia personal y el monopolio ético-político de una acción justificada exclusivamente por su fin último” -como dice José Ángel Valente.
Están además los dogmas cristalizados por la falsa ideología, cuando ésta solo ha servido para ocultar la realidad. (El exalcalde Nebot con esa rara imaginación de albañal habló de un ‘capitalismo proletario’ parecida a la estupidez que acaba de decir un exsocialista que va a demandar a China por la pandemia y su comunismo capitalista) Porque tengo la sensación que esto nos lleva a la necesidad de un debate público en el mismo centro de la ideología, es decir de la realidad, como el mismo Brecht planteó en su obra La decisión, que de manera sumaria se puede resumir en las palabras finales del coro: “Solo las lecciones de la realidad pueden enseñarnos/a transformar la realidad”. Y como nunca hemos dejado de estar en el ‘reino de la perplejidad’ también vale citar el siguiente pasaje de Alicia a través del espejo:
-Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty, en tono despectivo- esa palabra significa exactamente lo que yo decidí que signifique… Ni más ni menos.
-La cuestión es -dijo Alicia, si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.
-La cuestión es –dijo Humpty Dumpty- saber quién es el amo aquí. Eso es todo. (Lewis Carroll Los libros de Alicia Ediciones de la Flor 2010)
La experiencia la tuvimos, de alguna manera, pero cuando llegó, seguramente perdimos el sentido de lo que estábamos haciendo o intentando hacer. Entonces, ‘hay que volver al sentido para restaurar la experiencia’ (Eliot). A eso me parece que debemos comprometernos en este momento para repudiar los embustes y a los embusteros.