Orlando Pérez
A la hora de escribir el comentario sobre la última novela de Abdón Ubidia (Quito, 1944) ocurren hechos que por esas extrañas razones del universo se conectan con los momentos en que uno lee buena literatura, algunas noticias y recuerda la historia de Ecuador. Si es una casualidad, bienvenida sea, pero en nuestro país mencionar la palabra hoguera siempre atrae ese modo que han tenido las oligarquías y las derechas en general de resolver la disputa política cuando los movimientos insurgentes, rebeldes o emancipatorios sacuden su plataforma de poder.
Parecería que tienen mucha razón quienes aluden ahora a la proliferación de “Nuevas Hogueras” si se mira, no sin horror y espanto, cómo se acosa y hostiga en las redes sociales, en los medios tradicionales y hasta desde ciertos espacios de poder estatal (municipal, gubernamental y legislativo). Mientras unos supuestos periodistas van a Bélgica, hay otros que preparan maletas para hostigar al exmandatario Rafael Correa, también hay otros muchos que buscan dónde cenan o se divierten ex funcionarios para atacarlos, fastidiarlos o endilgarles supuestos delitos, bajo un mismo slogan o pancarta: “forman parte de una banda de delincuentes”. Así, sin más, como si a partir de su supuesta e inmaculada estatura moral se convirtieran en jueces, fiscales y carceleros.
Esas nuevas hogueras, además, pretenden legitimar un proceso de desinstitucionalización, un poder de facto y sobre todo un modo de linchar a todo aquel que se precie de correísta, revolucionario o defensor de la Constitución de Montecristi y lo que devino de ella. La diferencia, obvia, es que quien promueve (con sus insinuaciones, silencios y justificativos morales de todo tipo) todo esto es un gobierno, un movimiento y unas autoridades “nacidas” de la Revolución Ciudadana. Si hubiese sido Guillermo Lasso y su aparato económico y mediático de apoyo se entendería y hasta se justificaría porque eso lo propuso en sus dos campañas electorales, en 2013 y 2017.
En lo medular la novela La hoguera huyente, de Ubidia, se cuenta:
“Son tiempos imposibles. La revolución se nos escapó a nosotros y también a ustedes. Fue una hoguera huyente. La llama purificadora huyó una vez más”, dice Marco, el viejo profesor de sociología que fuera militante de la mayor organización clandestina y armada de los años ochenta. El diálogo es con Pedro, un guerrillero de Alfaro vive, carajo (AVC), herido en una acción militar.
Esta novela no solo recupera un momento de la historia, de una derrota política y militar, sino que destaca el drama de quienes en ese momento tenían el derecho a ilusionar al país con una epopeya. Claro, la derrota está latente en el tejido del relato, en la voz del mártir y particularmente en la postura de Marco, ya como un viejo militante que mira en perspectiva la impotencia de su lucha juvenil y en la de su sobrino, Pedro, ante la arremetida criminal del régimen de LFC. Hoy son los mismos seguidores de LFC los que alimentan las nuevas hogueras, son los amigos de Jaime Nebot en el poder, son los abogados que ahora tutelan el Consejo de la Judicatura y sus acólitos periodistas y analistas, todos ellos orgánicos con un objetivo: la venganza y la “descorreización”.
Se podría decir que esta novela destaca ese valor de la ficción y la literatura: recuperar la memoria desde otros sentires y sentidos, con unos contenidos mucho más poéticos que los mismos actores de aquella época no lo expresarían, pero hay una realidad en medio de la ficción: de lo hecho y vivido por los alfaros en los años ochenta todavía no hay suficiente investigación, análisis y producción teórica, de ficción y testimonial. Si bien hay dos documentales (cercados por la poca exploración documental, aunque parezca extraño), dos o tres libros y una serie de artículos y ensayos, la novela de Ubidia da cuenta de esa otra parte esencial de un fenómeno político e histórico: el dolor de la derrota, los resortes de la razón de la causa de los alfaros, pero sobre todo cómo se entrecruzan en la lucha individual los sentidos de una realidad social cruda, perversa y hasta morbosa de la violencia de género, del machismo y del patriarcado en todas sus expresiones.
Claro, Pedro rompe con su familia y los valores que representa ésta. Una burguesía mediocre e inculta, ambiciosa de poder y de dinero, de lujos y de algo que justifique su existencia en la historia. Pedro reniega de ello y encauza su rebeldía en la disputa por una sociedad que quizá ni siquiera sea socialista, sino menos egoísta e injusta, sin “tantos pobres”. Cuando Pedro evoca a su madre la novela adquiere ese nivel de dramatismo que explica también las esencias de su rebeldía, nos devuelve la humanidad de quienes afrontan sus causas revolucionarias también a partir de pugnas con su memoria personal. Y entre tanto la relación con el padre adquiere incluso el sentido de lo que en la canción “Guillermo Tell”, del cubano Carlos Varela, se destaca cuando la nueva generación quiere “matar” a la que le engendró:
Como ha dicho Raúl Vallejo de esta novela, que cito tal cual: “La confrontación entre el hijo y el padre no es solo una problemática generacional; resume la confrontación de dos visiones éticas sobre el mundo. Mientras el padre le dice: «Usaste tu revolución para librarte de mí», el hijo le responde: «Eres apenas una marioneta más de un mundo corrupto». Dos visiones políticas irreconciliables, dos visiones del mundo y de la vida divergentes, dos visiones que desembocarán en el encuentro del hijo con su final trágico y la resignación del padre ante lo irremediable de la muerte.”
Claro, insisto con Vallejo: “el tío Marco es una conciencia crítica y cínica marcada por su derrota histórica y el desencanto; Pedro, la víctima de la lucha contra un imposible histórico; el texto, una escritura diáfana que ilumina la realidad de unos años turbulentos.” Y de fondo hay algo más: la traición, como parte de la política y de las luchas, sin ella no se entienden los cambios y los retrocesos. Pero uno siempre se pregunta: ¿Cómo traiciona un hijo a un padre en el campo de las ideas? ¿Cómo puede juzgar un padre a su hijo si este toma otro rumbo o adopta otra ideología? La cuestión está en entender cuándo ocurre eso y por qué la paternidad política también cuesta asumirla como un mandato.
Es cierto que las condiciones históricas deben ser entendidas por la Historia como hechos concretos, pero la novela de Ubidia llega perfecta para indagar en la conciencia del Ecuador cuando hace cien años ocurría algo parecido: persecución a todo lo que oliera a alfarismo. ¿Ya no tenemos presente qué pasaba en 1918 en Ecuador? ¿De qué modo masacraban a las montoneras en Esmeraldas o en Quito los gobernantes de la época y usaban a la justicia para cerrar toda brecha de recuperación del verdadero y auténtico liberalismo radical de inicios del siglo XX?