Orlando Pérez

El periodismo ecuatoriano se ha desentendido de la gente y de sus preocupaciones fundamentales. Mientras la pobreza y el desempleo aumentan, la precariedad de los servicios públicos crece y la ausencia de información sobre la gestión administrativa del gobierno central y de los autónomos descentralizados constituyen la médula de nuestra cotidianidad, hay unos medios y unos pretendidos periodistas vociferando desde el revanchismo, el hostigamiento y el ajuste de cuentas; para lo cual hasta acuden al crowdfunding.

En otras palabras: para ganar un sueldo dignamente –parecen decir- no hay que hacer buen periodismo, investigar o al menos escribir bien. No, ahora solo importa ser famoso, hacer un ¿buen? espectáculo (ojalá bebiendo y emborrachándose ante las cámaras) y cobrar de las entidades públicas bajo el argumento de que son objetivos e independientes con dinero público.

Sin caer en filosofismos inoportunos lo que vive el periodismo ecuatoriano merece una reflexión más honda. Es decir: lejos de atender a unos ingrávidos periodistas que por tener unos cuantos miles de seguidores en las redes sociales creen haber fundado la nueva era del oficio en este país, en realidad hay unos problemas estructurales en la información y la hipotética investigación ofrecida a las cada vez más incrédulas audiencias.

Y uno se pregunta entonces: ¿qué sostiene y funda esa inclinación por hacer del periodismo un arma de odio, acoso y persecución para el revanchismo político y personal? ¿Recibir aplausos de otros revanchistas sustenta la deontología de un aparente medio de comunicación? Es como querer valorar al Extra como un excelso periódico porque hay montones de personas que lo compran a diario y por eso se justifica sus portadas procaces, sexistas, sangrientas y morbosas.

Como ya han dicho los clásicos: entre el ser y el deber ser se intermedia el querer ser, que lamentablemente no se debate ni origina necesarios y profundos conversatorios en la academia y menos en los gremios periodísticos.

Ser periodista incluye asumir valores éticos, morales y políticos, sin ninguna duda. Poder ser periodista pasa por ejercer esos valores y establecer unas condiciones materiales y subjetivas para desempeñar ese oficio. Querer ser periodista también demanda una vocación ajustada a esos valores desde un horizonte profesional en un contexto concreto, desde una formación que a la vez de forjar la profesión corrija las fallas del oficio y sus destrezas en ese contexto. No es una actividad para el altruismo o para reemplazar a los actores políticos ni mucho menos a las autoridades.

Pero ahora todo eso es descartable, desechable y efímero; porque precisamente las facultades de Periodismo o de Comunicación llevan a esos “periodistas”, estilo La Bosta, a dar “cátedra”, bajo el único argumento de que son famosos (por el que su actuación mediática provoca en las redes).

Si los de La Bosta quieren seguir el ejemplo del acosador dueño de Ecotel no solo se ofenden a sí mismos sino que instauran ya una ruptura con la esencia del periodismo y pasan la frontera de la ética y la deontología fundamental. Tal vez no tuvieron la oportunidad de leer a los clásicos y hoy para ellos unos pelagatos son sus referentes, entonces ni siquiera alteran la tradición sino que fundan otra mal habida y precariamente construida a partir de la banalidad del espectáculo.

¿Es difícil ejercer el periodismo con responsabilidad y las mínimas exigencias de servicio a una sociedad compleja y urgida de explicaciones a sus realidades inmediatas? Sí, claro, pero ese es el reto, no necesariamente el corsé.

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