Orlando Pérez

Uno de las tesis gramscianas por excelencia, que la izquierda aprendió, en la segunda mitad del siglo anterior, a costa de sacrificar sus propias testarudeces, es que la mayor opresión no viene de la imposición -a la fuerza- del dominador sino por la asimilación de sus ideas y convertirlas luego en sus propios postulados. En otras palabras, para hablarlo en términos clásicos: cuando el dominado asume la ideología del dominador.

Si de la “izquierda” en el poder no escuchamos un solo pronunciamiento público, frontal y directo, por un paquetazo a favor de los importadores y la banca, la eliminación de los subsidios a favor de los más ricos, el acuerdo militar con EE.UU. que viola toda soberanía, la inminente entrega de Julian Assange, etc., entonces estamos en la dirección explicada por el italiano Antonio Gramsci.

Tras la visita de Mike Pence quedó claro el derrotero de Lenín Moreno: ajustarse al libreto estadounidense, marcar distancia de todo lo que huela a correísmo y de ese modo salvar no solo su pellejo, su futuro personal y privado, sino que así, supone él y sus asesores directos, el de su destino en la historia, tal como en su momento lo describió John Perkins, cuando hablaba de la propuesta a Jaime Roldós, que éste último jamás aceptó.

Que lo haga él se entiende (Moreno). Hasta que no se sepa a cabalidad qué mismo lo movió para situarse en ese andarivel y acompañar a los mejores postulados de la derecha, por ahora solo caben las especulaciones. Pero que los que se llaman de izquierda o al menos anti neoliberales, anti imperialistas, pro soberanistas, anclados a la lucha popular de las tres últimas décadas… Ellos, todos ellos, sin falta alguna, están condenados a una sanción histórica porque se advirtió desde la misma Consulta Popular del 4 de febrero pasado, que no tenía otra intención que consolidar la llamada restauración conservadora.

Esa misma “izquierda”, reunida en Cuenca hace dos semanas, adelantó algunos criterios que no concuerdan con lo que ahora defiende y propone Moreno, pero desde ese día para acá, al menos, dos hechos cuentan y mucho: la liberación de Galo Lara y el establecimiento de una “oficina” (base) militar estadounidense en Ecuador. Los dos hechos no son motivo de defensa de ningún izquierdista que se precie de tal porque en el primero hay demasiada evidencia que la justicia ahora socialcristiana actúa sin vergüenza alguna, donde hay una ministra que facilita esas decisiones. Y en el segundo caso ni siquiera caben las explicaciones de orden ideológico.

La suma de cesiones que ha hecho Moreno, desde que empezó entregando el primer diario público a un ex asesor de Jaime Nebot, da cuenta de un rosario de acontecimientos que no pueden ni deben confundir a un izquierdista convencido, comprometido y suficientemente entendido de su rol en la historia. Si en la Asamblea Nacional hay un bloque de Alianza PAIS que aún se autodenomina de izquierda habría que buscar con lupa a un solo asambleísta que ponga la cara bajo ese discurso o apariencia. Por tanto, la izquierda, dados los tiempos líquidos y acomodaticios que vivimos, se ha vuelto neoliberal e imperialista sin rubor ni recelo. Y esos “militantes” puros y de manos limpias, como ahora acostumbran autodenominarse con el solo afán de diferenciarse, según ellos, de los correístas, no saben cómo explicar lo que pasa en sus narices. Uno de ellos me dijo, vía WhatsApp, que yo no entendía la diferencia que hacen ellos desde la gestión administrativa, salvando lo más posible las conquistas de la década pasada. ¿Salvando? ¿Conquistas?

Un recrudecimiento del debate político ideológico es urgente. Ya no es un asunto de quedar bien con los medios y con las audiencias forjadas desde las derechas. Hoy por hoy debe quedar claro qué tipo de proyecto político defiende cada uno y sobre eso instaurar una transparencia sin maquillajes ni mucho menos con vericuetos ideológicos para saber con quién se cuenta a la hora de defender a los pobres y los procesos de soberanía y autodeterminación.

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