Carol Murillo Ruiz
Alicia Ortega presentó su libro “Fuga hacia dentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX” el 22 de marzo en la Universidad Andina Simón Bolívar. La lectura del texto deja varias inquietudes desde la primera guía que nos propone: observar las filiaciones y memoria de la crítica literaria en nuestro país. He seguido de cerca la trayectoria académica, intelectual y personal de Alicia y siempre he admirado su tenacidad y rigor para enfrentar su trabajo de estudiosa de la literatura, y en este libro –que fue además su tesis doctoral- se nota enseguida lo que es también su obsesión: penetrar en la crítica al margen del egoísmo localista.
Llamó mi atención el título: Fuga hacia dentro. Una metáfora aguda. Solo la lectura atenta del libro me permitió aprehender la figura y su calado analítico. Una constante de la crítica literaria nacional ha sido periodizar el estudio de la novela, el cuento o la poesía con el ánimo de repasar géneros, tradiciones o tendencias estilísticas. Alicia escogió “comprender y problematizar las estrategias de lectura que la crítica literaria ecuatoriana, del siglo XX, ha construido en torno a la novela”. Me detengo aquí porque creo que aquello de pensar y desplegar las estrategias de lectura, ajenas, le dan a este trabajo un cariz especial, pues ponen en juego, mutatis mutandis, las propias estrategias de lectura que la autora explica: “busco reconocer a los actores y las coyunturas históricas que definen el escenario cultural, el horizonte político, las alianzas afectivas, que han coincidido en la emergencia de nuevos proyectos estéticos y crítico-literarios…”.
Así, Alicia Ortega da a su investigación un amplio espectro que va desde rotular hitos de la tradición literaria ecuatoriana, rastrear al intelectual como una figura capital de la cimentación de una ¿cierta? identidad nacional, delinear los horizontes políticos y filiaciones de los creadores y prefigurar la memoria como repositorio cultural y social de una actividad –la literaria- que va de la mano con las tensiones de una historia plagada de injusticias, desilusiones y desafueros. Éstos, creo yo, son los retos de un libro tan ambicioso como perspicaz.
El recorrido que supone trazar estrategias de lectura y crítica de Ortega, implica acentuar una de las claves más caras de algunos autores del rito –del compromiso– ecuatoriano: la alianza entre el letrado (o intelectual orgánico) y el sujeto popular (u hombre de pueblo), y, a partir de allí, entre otros planteamientos duros, la académica nos plantea la discusión de los proyectos estéticos que circularon a lo largo del siglo XX y que, una y otra vez, retornan para que los críticos descubran la reiteración de la inveterada razón de la identidad o de la patria. No sin ello destacar el quiebre que las nuevas generaciones literarias tuvieron con la canónica del ’30 y que demasiado marcó la esencia de lo que fue el realismo de ese siglo.
La autora no descuida ni las definiciones de literatura ni los alcances de la evolución estética del lenguaje. Es una renovada indagación desde la teoría literaria, la sociología de la cultura y los estudios culturales que combina, a mi modo de ver, con enorme sensibilidad, el imperativo de recapitular unas formas de contacto con las novelas del siglo XX ya desde el atril del siglo XXI, pero con el uso de unas herramientas críticas que fueron fraguando el conocimiento letrado de una tradición a veces desairada por el débil sentimiento de pertenencia a una “nación en ciernes”.
Alicia Ortega renuncia a ese complejo y explora con lucidez la arquitectura de unas novelas (y unos novelistas) al calor de la más movediza comprensión de lo literario: desde su lugar de enunciación; que es el lugar universal por excelencia, amén de la universal condición humana forjada de las hilachas de la vida social sencilla o sofisticada. Traduce literatura, traduce patria. Pero también, fiel a su estrategia de lecturas, sabe que no hay lecturas sin choques, sin disgustos, sin escamas. He allí su magnífico título y quizá el eje de su reflexión crítica como tesis doctoral: la fuga. Una fuga hacia dentro del hecho creativo y de esa esfera llamada patria tan ligada (o atada) a mentises, sometimientos y perversiones culturales. La autora, con una infinidad de ejemplos a lo largo de su trabajo, registra esas fugas como expresiones –concretas y simbólicas- de la fragmentación de la vida y el diálogo real y ficcional de una cultura atacada y redimida, simultáneamente, por la barbarie y la civilización.
Si la novela clásica europea de los siglos XVIII y XIX destiló una fina redondez y suscitó el aparecimiento de una teoría literaria que compendiaba lo absoluto o la vida absoluta en un tomo de ficción, la novela ecuatoriana del siglo XX acumula y esparce fugas, brechas, fragmentos, escisiones; tanto espaciales cuanto narrativas, subjetivas… parece decirnos Alicia, en una glosa –mía- que se antoja, acaso, arbitraria desde mi interpretación; pero que nos aproxima a su estrategia crítica y a su rigor literario.
Fuga hacia dentro es una propuesta para leer desde otra orilla las novelas y los escritores del siglo XX. Un guiño para no temerle a la crítica y al suave bisturí de una académica que elabora sugestivas preguntas y halla caminos para responderlas con talento y creatividad. Estoy segura que su trabajo tendrá una recepción particular porque emerge del auténtico deseo de conocer y valorar el peso de la literatura ecuatoriana en un tiempo que fue el parteaguas de nuestra historia: el siglo XX.