Por Ramiro Aguilar
En este fin de semana de confinamiento, el libro de Guillermo Bustos, El culto a la nación (Escritura de la historia y rituales de la memoria en Ecuador (1870 – 1950), fue una magnífica elección para acompañar el paso de las horas.
Una de las reflexiones más agudas de sus páginas es aquella que hace relación con la “crónica facciosa de la historia” que, en buena medida, ha sido la producción historiográfica del país en los dos siglos precedentes. La definición de “crónica facciosa” es de autoría del argentino Tulio Halperín Donghi: un relato destinado al combate político inmediato.
El libro de Bustos plantea la siguiente cuestión: ¿A partir de qué momento los individuos asentados en estas tierras y bajo jurisdicción de las leyes y autoridades de un Estado que se llamó a sí mismo Ecuador, tomaron conciencia de que son parte de una colectividad distinta a sus colindantes?
El Ecuador es un país plurinacional, así lo reconoce el artículo uno de la Constitución. ¿Somos muchas nacionalidades que componen una sola nación? O ¿Somos muchas naciones con una sola nacionalidad? Más allá del juego de palabras, la respuesta a estas preguntas puede explicar la complejidad de la condición ecuatoriana.
Dejo para inteligencias mayores y mejor formadas la definición de la condición ecuatoriana. Lo han intentado: Leopoldo Benítez Vinueza, Agustín Cueva, Juan Maiguashca, Fernando Tinajero, Bolívar Echeverría y un largo etcétera; sin que, hasta la fecha, podamos tener una idea clara de nuestra compleja identidad nacional.
La última declaración internacional del actual Presidente del Ecuador, Lenín Moreno Garcés, sobre que él mismo se merecía un mejor pueblo para gobernar, esto es, una mejor nación, me lleva a reflexionar sobre el papel que ha jugado el presidente Moreno en la historia del Ecuador.
Cierto es que el tiempo da perspectiva y que la historia debe ser rigurosa en sus fuentes. Por lo tanto, parecería imprudente y apresurado (temerariamente apresurado) tratar de valorar, desde la simple estructura de un artículo de opinión, la significación del gobierno de Moreno.
Datos. La historia se hace de datos. A mi favor debo decir que, en el primer cuarto del siglo XXI, los datos están en línea. Salvo solemnes repositorios, toda la información sobre la gestión pública de un gobierno está en la Web.
Tratemos, entonces de hacer una primera evaluación del gobierno de Lenín Moreno Garcés. Usemos algunos indicadores: inversión pública, deuda, índice de precios, institucionalidad, política exterior y salud pública. Veamos si el hombre cumplió su papel en la conducción del Ecuador entre 2017 y 2021.
La inversión pública del régimen es casi inexistente; la deuda bordea el 70% del PIB; los precios se dispararon en estos cuatro años; la institucionalidad se evaporó (en estos precisos momentos el Contralor General del Estado está preso por corrupción y, paradójicamente, sigue siendo Contralor); la política exterior ha sido errática y casi autómata respecto de las instrucciones de los americanos. Moreno lleva en sus hombros el peso de cincuenta mil muertos por la pandemia. Traicionó a los suyos, mintió, fue absolutamente incompetente y, al final, insultó a su pueblo.
No existe registro, ni en los libros de historia más rigurosos ni en las crónicas políticas más apasionadas, de un gobierno tan malo. Moreno Garcés es un traidor, solo superado por Carlos Freile Zaldumbide; un entreguista, solo superado por Francisco Robles; le gana en cobardía a Arroyo del Río; y ha presidido un gobierno insensible a la enfermedad y a la muerte sin parangón en nuestra historia. Solo le faltó entregar territorio, lo que no hizo porque tenemos fronteras fijas. En suma, Lenin Moreno Garcés es el peor presidente de la historia del Ecuador. Un meme viviente que nos gobernó cuatro años.
Volviendo al libro de Guillermo Bustos y a su portada, creo que Moreno debe ser el último presidente que ejerza desde Carondelet. El presidente electo Guillermo Lasso, debería evaluar con calma la posibilidad de trasladar la sede del Ejecutivo a otro lugar de la capital. Mucha carga negativa deja Moreno en el palacio de Gobierno. Fue tal su ausencia que cada vez que paso por la plaza Grande, veo la edificación colonial con desdén. Estos cuatro años estuvo ocupada por una trouppe de inservibles, una auténtica armada Brancaleone, cuya memoria debe quedar en los atestados de los juzgados, no en la historia de la nación.
Moreno nos deja una sensación de tiempo perdido, recursos botados a la basura, indignidad, traición, vacío mental. Moreno se va el 24 de mayo, pero sus creadores se quedan. El Frankenstein disparatado, construido de retazos morales y mentales, se va. Se quedan los que, en busca de esos retazos, fueron capaces de todas las profanaciones.