Estas líneas se escriben mientras en Quito, en la madrugada del 12 de octubre (día señalado como el de la conquista e invasión española en 1492) se escuchan detonaciones y gritos desesperados en los alrededores de la Casa de la Cultura, por la impresionante represión policial y militar. Han sido días de toletazos, disparos, gas lacrimógeno y alambre de púas electrificado.
Se escriben después de varias jornadas de bombardeado con gas y se ha baleado gente en inmediaciones de refugios humanitarios de las universidades católicas de Quito, muy cerca de la Maternidad Isidro Ayora, del hospital público Eugenio Espejo y junto a la Asamblea Nacional.
Se escriben cuando la gente se da modo para burlar los inhibidores de señales que impiden las comunicaciones desde el lugar de los hechos porque todo se sabe, y como lo dice el libro sagrado, no hay nada nuevo bajo el sol.
Estas líneas se escriben con dolor, con rabia, con indignación.
Nos gustaría saber, Lenín Moreno, Otto Sonnenholzner, María Paula Romo, Oswaldo Jarrín, ¿qué les hicimos? ¿Qué les hizo la gente? ¿Qué les hizo este país, SU país?
¿Qué le hizo a usted, Moreno, para que nos engañara, para que emboscara a la gente en el plan más siniestro de toda su historia?
¿Qué le hizo a usted Sonnenholzner si cuando llegó a la Vicepresidencia no había pisado un barrio pobre de la Sierra o sentía la necesidad de “sacrificarse” por la Patria cuando ha vivido de las herencias de familias potentosas y millonarias, porque sus hijos, nietos y bisnietos no tendrán que preocuparse de su futuro porque unas gruesas cuentas bancarias les protegerán?
¿Qué le hizo a usted, Jarrín, para que se lanzara contra el pueblo, tal vez sacándose el clavo de jamás haber peleado ni mucho menos ganado en una guerra de verdad, entre ejércitos de iguales?
¿Qué le hizo a usted, Romo, para que mandara a golpear y gasear a las mujeres indefensas que decía apoyar, a los niños desamparados que proclamaba defender, a apresar por más de 70 días a Ola Bini con acusaciones que hasta ahora no ha podido probar?
¿Es que puede más la ambición que el amor? ¿Es que el odio y el resentimiento son en ustedes más fuertes que el sentido del verdadero deber? ¿Es que valen más las prebendas económicas o el miedo que la lealtad, no a un personaje, que siempre puede ser cuestionable, no a un proyecto político, que siempre puede tener sus errores y fallas, no: la lealtad a un pueblo, a la mitad más uno de la gente que había aprendido a vivir mejor y quería seguir haciéndolo? ¿Es que les aburrió la paz? ¿Es que el malinchismo les pudo?
Son preguntas retóricas, lo sabemos, y preguntas que posiblemente jamás reciban una respuesta voluntaria por parte de ustedes, a no ser que se las planteen, como sería lo justo, en un tribunal que juzgue crímenes de lesa humanidad.
Y a las fuerzas represoras, que se justifican en no hacer más que seguir órdenes, les recordamos las palabras de Monseñor Arnulfo Romero, otro mártir de la violencia, cuando en su última homilía dijo: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: NO MATAR… Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión…!
Moreno, Sonnenholzner, Jarrín, Romo, se debieron a su pueblo, lo traicionaron, y de esta emboscada artera y vil que ya va para los dos años y medio, más allá de los heridos, de los fallecidos, de los detenidos y los desaparecidos, que también los hay, quienes peor saldrán serán ustedes. Por cobardes. Por traidores. Por falsos y taimados. Pero si algo de sangre les queda en la cara (porque en las manos ya tienen bastante), traten de escuchar el clamor de un pueblo que nada les ha hecho, cesen la represión. Den paso a una salida viable para esta crisis. Y váyanse lo más pronto que puedan. Ya nada tienen que hacer aquí.

LENIN, OTTO, PAULA Y OSWALDO VAYÁNSE LO MÁS PRONTO
Estas líneas se escriben mientras en Quito, en la madrugada del 12 de octubre (día señalado como el de la conquista e invasión española en 1492) se escuchan detonaciones y gritos desesperados en los alrededores de la Casa de la Cultura, por la impresionante represión policial y militar. Han sido días de toletazos, disparos, gas lacrimógeno y alambre de púas electrificado.
Se escriben después de varias jornadas de bombardeado con gas y se ha baleado gente en inmediaciones de refugios humanitarios de las universidades católicas de Quito, muy cerca de la Maternidad Isidro Ayora, del hospital público Eugenio Espejo y junto a la Asamblea Nacional.
Se escriben cuando la gente se da modo para burlar los inhibidores de señales que impiden las comunicaciones desde el lugar de los hechos porque todo se sabe, y como lo dice el libro sagrado, no hay nada nuevo bajo el sol.
Estas líneas se escriben con dolor, con rabia, con indignación.
Nos gustaría saber, Lenín Moreno, Otto Sonnenholzner, María Paula Romo, Oswaldo Jarrín, ¿qué les hicimos? ¿Qué les hizo la gente? ¿Qué les hizo este país, SU país?
¿Qué le hizo a usted, Moreno, para que nos engañara, para que emboscara a la gente en el plan más siniestro de toda su historia?
¿Qué le hizo a usted Sonnenholzner si cuando llegó a la Vicepresidencia no había pisado un barrio pobre de la Sierra o sentía la necesidad de “sacrificarse” por la Patria cuando ha vivido de las herencias de familias potentosas y millonarias, porque sus hijos, nietos y bisnietos no tendrán que preocuparse de su futuro porque unas gruesas cuentas bancarias les protegerán?
¿Qué le hizo a usted, Jarrín, para que se lanzara contra el pueblo, tal vez sacándose el clavo de jamás haber peleado ni mucho menos ganado en una guerra de verdad, entre ejércitos de iguales?
¿Qué le hizo a usted, Romo, para que mandara a golpear y gasear a las mujeres indefensas que decía apoyar, a los niños desamparados que proclamaba defender, a apresar por más de 70 días a Ola Bini con acusaciones que hasta ahora no ha podido probar?
¿Es que puede más la ambición que el amor? ¿Es que el odio y el resentimiento son en ustedes más fuertes que el sentido del verdadero deber? ¿Es que valen más las prebendas económicas o el miedo que la lealtad, no a un personaje, que siempre puede ser cuestionable, no a un proyecto político, que siempre puede tener sus errores y fallas, no: la lealtad a un pueblo, a la mitad más uno de la gente que había aprendido a vivir mejor y quería seguir haciéndolo? ¿Es que les aburrió la paz? ¿Es que el malinchismo les pudo?
Son preguntas retóricas, lo sabemos, y preguntas que posiblemente jamás reciban una respuesta voluntaria por parte de ustedes, a no ser que se las planteen, como sería lo justo, en un tribunal que juzgue crímenes de lesa humanidad.
Y a las fuerzas represoras, que se justifican en no hacer más que seguir órdenes, les recordamos las palabras de Monseñor Arnulfo Romero, otro mártir de la violencia, cuando en su última homilía dijo: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: NO MATAR… Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión…!
Moreno, Sonnenholzner, Jarrín, Romo, se debieron a su pueblo, lo traicionaron, y de esta emboscada artera y vil que ya va para los dos años y medio, más allá de los heridos, de los fallecidos, de los detenidos y los desaparecidos, que también los hay, quienes peor saldrán serán ustedes. Por cobardes. Por traidores. Por falsos y taimados. Pero si algo de sangre les queda en la cara (porque en las manos ya tienen bastante), traten de escuchar el clamor de un pueblo que nada les ha hecho, cesen la represión. Den paso a una salida viable para esta crisis. Y váyanse lo más pronto que puedan. Ya nada tienen que hacer aquí.

Por Editor