Por Lucrecia Maldonado
Tuve un profesor que decía algo muy cierto: la ignorancia es lo más atrevido que hay. Y nunca se aplica
mejor que cuando algún facho demagogo pretende darse lustre criticando a los organismos de defensa
de Derechos Humanos como defensores de la delincuencia. Tal vez no debería sorprendernos, pues el
mundo está lleno de gente experta en confundir la gimnasia con la magnesia, y no solamente eso, sino
además de pretender que todos entremos en la misma confusión.
En primer lugar, es necesario comprender bien el concepto antes de comenzar a ladrar como locos sin
mayor sindéresis. ¿Qué son los Derechos Humanos, de los que tanto se quejan? ¿Sabrán desde cuando
está vigente la idea? ¿Tendrán alguna noción de por qué se hizo necesario elaborar una declaración
universal que amparara a la humanidad bajo estas normas?
El ser humano, lamentablemente, tiende no solamente a la agresividad, sino también a la falsedad.
Manipula el discurso para llevar el agua a su molino. Tuerce la lógica de manera torturante para
construir falacias en las cuales apoyar no solamente sus teorías con frecuencia delirantes, sino también
acciones francamente reprochables o incluso aberrantes. Y son particularmente las mal llamadas élites
quienes, aprovechando su capacidad de influir en las multitudes, lanzan conceptos que pretenden
imponer en la población hablando golpeado e imponiendo ideas sin ningún sustento de ninguna clase.
Y es precisamente de esta forma cómo se ha llegado a estigmatizar algo tan noble y edificante como la
defensa de los derechos humanos. Porque, contrario a lo que afirman muy sueltos de huesos los
partidarios de la represión per se y los defensores del ojo por ojo y diente por diente, los organismos y
personas que defienden los Derechos Humanos no están para defender a quien delinque, sino al ser
humano más allá de sus acciones. Y si bien es cierto que las sociedades han creado mecanismos de
represión y control para este tipo de circunstancias, también es cierto que, dada la naturaleza de las
fuerzas represivas y del orden que detentan el monopolio del uso de la fuerza también se hace
necesario un control de estos estamentos.
Pero además hay una hipocresía de base en todos los reclamos que la demagogia fascista hace, airada y
autoritaria como ella sola, a quienes defienden los Derechos Humanos. Porque miremos, por citar un
caso, el de la joven policía Verónica Songor, quien muere a consecuencia del ataque sufrido en una UPC.
Aparentemente se encontraba sola, desprotegida. Era inexperta en este tipo de misiones y estaba en
una de las zonas más peligrosas de la ciudad de Guayaquil. Cuando los delincuentes la abaten y ponen, a
la larga, fin a su vida, saltan los supuestos indignados a reclamar por los derechos de la joven, a
reprochar a las organizaciones feministas por no manifestarse ante los hechos. Sin embargo, ¿quién la
destacó en aquel peligroso lugar sin tomar en cuenta su inexperiencia y su condición de joven mujer en
una misión que podía sobrepasar su capacidad de defensa y ataque? ¿A quién se le ocurrió dejarla sola
en un lugar y en una situación en la cual era predecible lo que podía suceder? ¿Quién no pensó en los
medios de protección que requería, comenzando por la compañía de alguien más experto, mejores
armas y más capacidad defensiva? ¿Quién, entonces, irrespetó sus derechos humanos, comenzando por
algo tan básico como el derecho a la protección y a la vida de una mujer joven como ella? ¿Quién tenía
que haberse ocupado de salvaguardar los derechos de la joven policía?
De igual forma sucede ahora que se anuncian reducciones de presupuesto para la seguridad de todo el
país. Ya hemos visto cómo en días pasados se asesinó a por lo menos media docena de policías en la
ciudad de Guayaquil. ¿Quién tenía que ocuparse de que tuvieran alguna protección como trajes especiales o por lo menos chalecos antibalas? ¿Los organismos de Derechos Humanos, acaso? ¿Quién
debería encargarse de presupuestar el blindaje y mantenimiento de los patrulleros, así como el
mantenimiento y equipamiento de los mismos uniformados? ¿Quién debía proporcionarles capacitación
y armas para que su vida e integridad cuenten con una mayor protección? ¿La CIDH? ¿Las comisiones de
Derechos Humanos? ¿O quiénes?
Es muy fácil hablar y decir cosas que pretenden atraer simpatías desde sofismas y falacias. La derecha es
experta en confundir las mentes de sus seguidores más ingenuos. Pero seguimos siendo víctimas, desde
hace seis años y medio, de gobiernos muy preocupados por mantener privilegios individuales o de
determinados grupos y no hacer nada para que los derechos de la gente común, incluidos los de sus
propios empleados de control del sistema, estén salvaguardados y protegidos.