Por Dax Toscano Segovia
El síndrome de idiocia que sufren ciertos periodistas en Ecuador es igual de aterrador que el desarrollo del Covid en el país.
El escenario es lamentable y genera repulsa por distintas razones. La primera de ellas es la que pone en evidencia su falta de profesionalismo, evidenciado por su incapacidad para ejercer adecuadamente las actividades propias de la profesión, así como por la ausencia de ética en las labores que llevan adelante.
Al posicionamiento político de las y los periodistas asalariados de los medios de comunicación privados y del gobierno de Moreno a favor del candidato de la banca, el señor Guillermo Lasso, así como su defensa del sistema capitalista, al cual exaltan y muestran como modelo de democracia y libertad, hay que añadir sus acciones virulentas, groseras, vulgares, machistas, racistas, homofóbicas y misóginas contra quienes son distintos a ellos.
El insulto, la ridiculización, la burla y la amenaza es el nivel al que han reducido el ejercicio de la profesión periodistas como Luis Eduardo Vivanco, Jorge Ortiz, Carlos Vera y Andrés Carrión. Se han convertido en buenos imitadores del insultador peruano Jaime Bayle, a quien el periodista de La Posta profiere admiración.
Estos personajes pretenden normalizar en la actividad periodística lo vulgar. Al estilo de un Maluma o un Bad Bunny en la industria musical, ellos, sin ningún respeto por las audiencias, por quienes están formándose para el ejercicio del mejor oficio del mundo, como diría Gabriel García Márquez, no tienen ningún problema en gritar a sus invitados, de arremeter contra ellos y humillarlos o simplemente de lanzar improperios con los que demuestran su condición de machos dominantes, bien parados, con los que nadie puede meterse porque se creen poderosos e intocables.
Vera, Ortiz y Carrión actúan como unos capos. Nadie debe meterse con ellos, porque son los que imponen las reglas, porque son los duros y porque a ellos nadie les debe decir nada, porque caso contrario te levantan la voz, te minimizan o simplemente te caen con una retahíla de ofensas.
Si Lil Pump dice en la canción Esskeetit: “Las zorras con culos feos no pueden venir, ¡fuera! Me follé una zorra con mis chanclas de Versace”, Vera no se queda atrás cuando dice a Correa hijo de puta, maricón o cuando manda a un ministro a meterse una lista por el culo. Tampoco Jorge Ortiz, cuando en el programa Castigo Divino, con Luis Eduardo Vivanco, cuestionó, sin ningún fundamento, la condición ética de la asambleísta Marcela Aguiñaga, mientras en una actitud morbosa, secundado por su entrevistador, pedía le pasen un vídeo porno en el que perversamente se incriminaba a dicha asambleísta de haber salido en el mismo.
Más adelante, Ortiz, ya entonado con el vino, empezó a relatar como a Elsa Viteri, en un programa de entrevistas en Teleamazonas, dirigido por él, su asistente le llamó gorda, ante las risas de Vivanco, a quien relató que Viteri “estuvo a punto de caerse de culo de una silla”. Ortiz tiene el complejo de intelectual, pretende saber más que todos, con lo cual se cree puede poner a prueba a sus invitados, tratándoles como seres inferiores.
Andrés Carrión, conductor del programa Hora 25, que se transmite por Teleamazonas, es otro de los machos. Tiene poses autoritarias, actúa con prepotencia, al igual que sus colegas, pero este tiene una actitud de capataz de hacienda: “Aquí el que pone las órdenes soy yo, y tú tienes que someterte a lo que yo diga” le dijo Carrión al profesor Fernando Casado que había reclamado en el programa transmitido el domingo 21 de marzo de 2021, las interrupciones hechas por el otro invitado, Jorge Ortiz, que además emitió un sinnúmero de insultos contra él. Casado pidió que se intervenga sobre esto y fue objeto de una reprimenda por parte de Carrión. Señalándolo con el dedo le dijo: “Tú vas a someterte a lo que yo disponga aquí”, para gritando, añadir: “quién eres tú para darme indicaciones, no me des instrucciones, aquí el que manda soy yo”. Carrión, en vez de pedir compostura a quien estaba interrumpiendo la respuesta de Fernando Casado, terminó violentando al profesor español, en solidaridad con su colega Ortiz.
Estos tres bravucones se identifican, además, por sus expresiones faciales cargadas de odio, de rabia.
El caso de Vivanco es igual de patético. Mediante frases simplonas, chistes agrios y groseros y un lenguaje ramplón, pretende ganar audiencia a través de sus programas en los que, en medio de cerveza o vino, no tiene ningún problema en insultar a las personas que no son de su agrado o simplemente por gusto usar expresiones soeces. Su accionar es propio de un bufón.
Estos especímenes del periodismo ecuatoriano, con total cinismo, son los que se victimizan cuando se les cuestiona por su falta de responsabilidad en el ejercicio de la profesión, por su irrespeto a las audiencias y a sus invitados, así como por su capacidad para mentir, tergiversar y engañar a su público.
Es hora de que las facultades de comunicación social y sus docentes empiecen a cuestionar esta forma de llevar adelante el trabajo periodístico, caso contrario serán cómplices de la descomposición a la que estos sujetos han sometido a este bello oficio, convirtiéndolo en un meme.