Por Juan Fernando Terán

“Pachakutik está secuestrado por la oligarquía”, se dijo durante el anuncio del retiro de la candidatura presidencial de Leónidas Iza, quien es el dirigente más carismático de la CONAIE en este momento. Aquella frase retumbará en la historia, pero su diagnóstico es incompleto.

1-. Los gringos y su estrategia de “empoderamiento”. Si la oligarquía mantuviese secuestrado a Pachakutik, los ecuatorianos solo tendríamos que esperar la acumulación de exabruptos, displicencias y humillaciones de los políticos, empresarios o comunicadores de la derecha para que aquella organización política se libre a sí misma de sus captores. Ojalá, eso sucediese. Pero eso no pasará. Recordemos cómo llegamos a este momento.

Para el segundo lustro de los 1980s, los intentos organizativos y políticos más ambiciosos, radicales y comprometidos de la izquierda ya habían sido neutralizados, cooptados, o derrotados… pero aún no lo eran los indígenas cuyo movimiento había estado construyéndose desde abajo con el apoyo de sectores progresistas, entre los cuales los creyentes católicos y los izquierdistas urbanos desempeñaron un papel significativo.

A principios de los 1990s, solo los indígenas podían causar remesones en el orden social imperante. Otras voces, repito, ya habían sido compradas, silenciadas o asesinadas. Y esa potencialidad indígena no pasó desapercibida incluso antes del primer gran levantamiento.

El Banco Mundial, una institución controlada por Estados Unidos, tan controlada que aquella tuvo a Robert McNamara y otros ex Secretarios de Defensa en su presidencia durante la guerra fría, se percató precisamente del potencial político de los pueblos indígenas y estructuró una estrategia que se implementó en Ecuador y luego se replicó a otros países del mundo.

Después de la caída del muro de Berlín, aquella institución se dedicó a “empoderar” a ciertas minorías definidas según criterios étnicos o identitarios. Para ello, directa o indirectamente, el Banco Mundial financió proyectos, programas, instituciones, becas, conferencias, cátedras, libros, películas u otros artefactos culturales centrados en “los pueblos indígenas.”

En la época del primer neoliberalismo, la promoción controlada de “lo indígena” implicó la creación de un “Estado Paralelo” rodeado de una constelación de ONGs que, a través del apego a los procedimientos administrativos de los “donantes”, respondía en la práctica a aquello que se definía desde las burocracias multilaterales.

Así surgieron los primeros “ponchos dorados” que ocuparon lindos cargos mientras la cooperación internacional financiaba ese “Estado paralelo”. El clientelismo político adquirió entonces nuevos matices pues los burócratas indígenas devinieron en los intermediarios entre las bases y la fuente externa de los recursos.

Aquellos ponchos dorados son intrascendentes ahora… pero sus efectos continuaron y se evidenciaron en la insurrección controlada con la parodia protagonizada por Lucio Gutiérrez. 

Para el 2006, Washington y sus instituciones ya habían logrado sus objetivos: convertir a buena parte de la dirigencia indígena en “ex militantes” acomodados e interesados en aferrarse a los cargos y en perpetuar las nuevas modalidades de corporativismo paraestatal estructuradas en torno al discurso dominante… a ese discurso con apariencia radical pero que es “light” porque dice todo y no dice nada.

Y el Banco Mundial tiene experiencia en lograr esas conversiones simbólicas. Cuenta la leyenda que las Panteras Negras, las guerrillas que estaban dispuestas a hacerse respetar a la brava, popularizaron la palabra EMPOWERMENT en el discurso contemporáneo… La palabra suena tan linda que los burócratas de Washington se la robaron… después de encarcelar y matar, obviamente, a quienes la empuñaron para fines diferentes al maquillaje político.

Por eso, sacar a la oligarquía de Pachakutik no bastará. Aquí estamos hablando de un dispositivo organizativo y discursivo transnacional controlado desde fuera del país mediante…. billetes, preventas, viajes, palmaditas en el hombro, premios, reconocimientos, becas y… obviamente fotografías para demostrar respaldo a los “auténticos” dirigentes de los Indígenas.

2-. El populismo que Washington aplaude y fomenta. Las instituciones de seguridad estadounidenses no le tienen miedo a los “socialistas”. Ellas temen a todo aquel político o presidente que pudiese implementar decisiones que no le garanticen a Estados Unidos el monopolio del saqueo de nuestros países. 

Algunas veces esos políticos o presidentes aparecen como progresistas, otras veces no. Frecuentemente ellos comparten la cultura occidental, pero no siempre.  Su nivel de potencial “desobediencia” o “insumisión” es la clave para entender aquello que Washington hace o deja de hacer.

Si bien es un imperio en decadencia, Estados Unidos no está dispuesto a compartir el mundo, ese mundo que se le escapa de las manos cada día, con ningún aspirante a nuevo imperio o potencia intermedia. En términos operativos, aquella obstinación implica buscar el uso exclusivo de recursos naturales importantes para mantener una economía basada en la ficción de la fortaleza del dólar.

Estados Unidos no permitirá que los recursos naturales existentes en África, Asia o América Latina se distribuyan siguiendo los preceptos de la libre competencia. Quiere todo y necesita todo.

Quien se oponga a aquello entrará en el grupo de mandatarios “malvados” que Washington construye para diversión de las masas, entre quienes está ahora Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Türkiye, un político ultraconservador cuyos vestigios nacionalistas lo hace poco confiable y digno de remoción para Washington.

En cambio, quien favorezca la perpetuación del dominio estadounidense será aplaudido por la Casa Blanca, el Congreso y la CNN, aunque los sumisos a la voluntad imperial sean incompetentes e impresentables.  Un imperio en decadencia necesita este tipo de personas… pero ellas no siempre surgen espontáneamente… hay que crearlas.

Y es aquí donde intervienen, una vez más, las instituciones multilaterales, los medios de comunicación, las universidades privadas, las embajadas, la cooperación internacional, las industrias cinematográficas o las ONG transnacionales.

Estos actores crean anticipadamente las figuras que Washington necesitará a futuro según sus planes geopolíticos… Esas figuras se escogen según aquellos atributos que tendrán mayor probabilidad de ser venerados y aplaudidos por las masas… según creencias religiosas, gustos estéticos, ignorancias comunes, odios racistas, fobias de género, grupos etarios, etc.

Al ceder a semejantes criterios de selección, obviamente, Estados Unidos acepta cualquier engendro populista que podría provocar “asco” incluso en la Casa Blanca o el Congreso…

Asco, pero no vómito… pues se trata de “sus” títeres… títeres cuyo populismo desaparecerá cuando los periodistas utilicen eufemismos para describirlos como extravagantes, sencillos, inexperimentados, apolíticos y hasta “inocentes”.

Vodolymir Zelensky, quien se viste con camiseta verde simulando que está en combate, era un comediante antes de que Estados Unidos lo colocara en la presidencia de Ucrania y lo construyera simbólicamente en la última defensa de la civilización occidental.  

Para mantenerse como imperio, Estados Unidos es capaz de aceptar a cualquier político dispuesto a obedecerle. El populismo al estilo de sus conveniencias es parte de su estrategia geopolítica… y lo aplaude.

Esta estrategia implica la construcción de una historia mítica en la cual un indígena se vuelve bueno porque no incita a la resistencia popular, se vuelve blanco porque tiene gustos estéticos occidentales, se vuelve filósofo porque habla pausado para simular profundidad de pensamiento o se vuelve antisistema porque se cambió de nombre.

La CIA o el Departamento de Estado no necesitan estar detrás de todo este proceso. Sus colaboradores domésticos se encargan del cultivo de “los buenos populistas”. Washington solo espera para recoger los frutos de sus payasadas.

3-. Los ecologistas son los nuevos comunistas. Esta frase reflejaba el pavor inicial que los teóricos del neoliberalismo tuvieron frente a quienes cuestionaron las consecuencias ecosistémicas de la acumulación capitalista. Pero… las clases dominantes aprenden y su pavor desaparece.

El 1ro de junio de 2023, tropas estadounidenses desembarcaron en Perú a petición de Dina Boluarte y sus congresistas. Y lo hicieron para entrenar a la policía y al ejército en el uso de armas y tácticas de combate a sus “enemigos”. ¿A quiénes se referían? ¿Desde dónde podrían provenir “amenazas existenciales” que requieren cooperación militar?  ¿Enemigos internos o externos? ¿Enemigos de quién?

No se preocupe por indagar el discurso utilizado para justificar la presencia militar extranjera. Estados Unidos ya ha estado en MUCHAS ocasiones en Perú con tropas y equipo militar en las últimas dos décadas… En la ocasión anterior, hace cinco años, los soldados gringos desembarcaron para ayudar a los peruanos con las consecuencias de El Niño. Por ello, en esta oportunidad, Washington podría aducir algo similar dada la ausencia de “crisis interna” motivada por los carteles de la droga, los musulmanes o cualquier otro pretexto vetusto.

A similitud de lo que ha sucedido con el uso político de los “derechos humanos”, la defensa del medio ambiente se ha convertido en parte del discurso de dominación que Estados Unidos promueve según sus conveniencias geopolíticas.

Washington ya no les teme a los ecologistas… los construye poniéndoles su sazón. Esa construcción implica adoctrinar a los pequeños en la repetición de frases, éticas, prácticas y estéticas inofensivas para la reproducción del capital.

El truco de la receta es la despolitización de lo ambiental. Con este ingrediente, se logran niños que devendrán jóvenes votantes dispuestos a llorar porque muere un oso de anteojos pero ansiosos por comprar el último teléfono celular de moda…

Su ética ambiental no abraza la complejidad sino la simplicidad… por ello, esos “verdes light” son capaces de vivir en la disonancia cognitiva. Están felices con su celular e ignorando que ese dispositivo electrónico está basado en la miseria de millones de personas que recogen minerales en América Latina… en innumerables golpes de estado en África fomentados desde Washington y Paris… en mayor calentamiento global porque esos aparatos no son “environment friendly” aunque quieran así imaginarlo.

El ecologismo light es “chévere” porque no implica ningún compromiso serio con la transformación de sociedades repletas de múltiples injusticias. Pero eso no es todo.

La seudo “conciencia ambiental” es un instrumento para hacer maniobras políticas asquerosas… como sería hacer coincidir las próximas elecciones presidenciales en Ecuador con una consulta popular para decidir qué hacer con el petróleo que existe en el Yasuní. En un contexto como el actual, esa coincidencia no es inocente en lo absoluto.

Aquella está dirigida a mover el corazón de los votantes hacia el lado de Yaku u otros candidatos inofensivos para Washington… inofensivos para las oligarquías que controlan una república bananera… inofensivos para los comerciantes indígenas que secuestraron a Pachakutik.

En las próximas elecciones, los ecuatorianos necesitamos garantizar niveles mínimos de soberanía nacional porque solo así lograremos recuperar un Estado que satisfaga mínimamente las necesidades de la mayoría.

Aquí y ahora, pedir lo mínimo no es renunciar a lo máximo sino comenzar a alcanzarlo.

Por RK