Las élites y los medios privados de nuestros países, y concretamente de Ecuador, aupadas por las élites mundiales, crearon, contra los gobiernos progresistas que comenzaron a ganar posiciones en la región un complejo y sistemático aparato de desprestigio que consistió primero que nada en mirar con lupa y/o telescopio, dependiendo del caso, lo que en otros gobiernos no habrían distinguido ni siquiera si brillaba ante sus narices. Como bien adiestrados lobos cazadores, se pusieron, o pusieron a otros, aprovechando su inocencia, las pieles de oveja del feminismo, de la libertad de expresión, del ambientalismo, etc., etc. Todo esto se alimentó sutilmente (y a veces no tanto) con el odio a Correa. Tanto la derecha paranoica ante la sola posibilidad de perder de sus ganancias un porcentaje de un uno precedido de cien ceros y una coma, como su hija legítima, la ‘gauche divine’, así como la izquierda puñetera que a la hora de té siempre termina adhiriéndose al voto social cristiano, y sobre todo tal como las izquierdas resentidas porque el gobierno que esperaban que fuera de ellos decidió no ser solo de ellos… todos tenían sus razones para odiar a Correa, por acción, omisión o posibilidad de. Y las sagaces y arteras élites mundiales y locales se dedicaron a un lobby frenético, cooptando así también a aquellos que defendían nobles causas y que se vieron decepcionados por ciertas actitudes del exmandatario.
Fue así como diversos tipos de activismos entraron en el juego. Correa acogió y visibilizó la propuesta de no explotar el Yasuní a cambio de contribuciones de estamentos públicos y privados e incluso gobiernos que podrían estar interesados en la conservación de esa zona del planeta, pero cuando nadie, o muy pocos se interesaron en secundar la propuesta, todos los dardos se dirigieron en contra del presidente que la había puesto sobre el tablero. Obviamente que había otras acciones relacionadas con el extractivismo que ahondaron estas diferencias, situaciones que tal vez se pudieron tratar de otras maneras. Sin embargo, fue al amparo de este desacuerdo cuando nació el colectivo Yasunidos, entre otros grupos ambientalistas cuyos propósitos originales eran muy loables, y que emprendió una serie de acciones para protestar y supuestamente incluso impedir, si era posible, la explotación petrolera.
Obviamente, todas las acciones y protestas de este y otro grupos, eran minuciosamente documentadas por los medios, entrevistados los dirigentes y los manifestantes, destacado hasta el cansancio con el régimen tirano, extractivista y destructor de la naturaleza.
Ante el golpe de timón de Lenin Moreno, y sobre todo en la primera y mañosa consulta popular del gobierno, los resentidos con razón o sin razón contra Correa, apoyaron en algunos casos incluso irracionalmente el ‘Siete veces SÍ’, sobre todo en alguna pregunta referida a la conservación del Yasuní, ignorando que las únicas preguntas que les interesaba ganar a los nuevos mandamases del país eran las tres primeras.
Pero lo que más sorprendió luego fue la inacción de los grupos ambientalistas y ecologistas ante las diversas declaraciones y acciones de este gobierno y otros en contra de la naturaleza. Resultaría injusto decir que estos grupos, y concretamente Yasunidos, no han hecho nada ante las actitudes extractivistas del actual gobierno, y tampoco ante otros problemas ambientales realmente graves, como los terribles y apocalípticos incendios de la Amazonía. Sin embargo, lo que llama la atención es que si algo han hecho, lo que haya sido, nadie se ha enterado. O tal vez muy pocos, los cercanos a los grupos o sus propios miembros. Cuando se plantea la pregunta por qué ahora los ecologistas están tan calladitos, sus aliados salen con diferentes justificaciones. Una de las más patéticas es: “entren a la página de Yasunidos y ahí pueden ver todo lo que hacen (hacemos)”. Pero ocurre que antes no era necesario ingresar a la página web para ver lo que hacían. Estaban en todas partes. Aunque no se hubiera querido saber lo que hacían, se sabía. Los medios de comunicación y de desinformación nos tenían al tanto de cada uno de sus pasos y movimientos, sobre todo si involucraban una protesta o desprestigio para el gobierno de Rafael Correa. Ahora, en cambio, no se muestran. Bajo perfil, aunque la explotación petrolera irrespete descaradamente el ‘sí’ que ganó en la correspondiente pregunta y aunque la selva amazónica arda en una catastrófica tormenta de fuego.
A la cansada, tarde, mal y nunca, como decían los antiguos, convocan a un plantón ante la embajada de Brasil. Pero no fueron ellos los de la idea (qué sabemos que en las otras acciones tampoco), y mucho es de temer que si lo hicieron es porque ya hay un poco de gente preguntándose en redes si el colectivo o alguno de sus individuos han derramado media lágrima por la debacle.
Triste cosa es la sociedad que solo se moviliza por el odio, y a veces por un odio prestado. Triste cosa es que no nos unan los ideales, las nobles causas, la búsqueda sincera de un mundo mejor, la verdadera conservación del ambiente más allá de quién gobierne. Triste cosa es que no podamos extender la mirada por un planeta al borde de la destrucción total a causa del capitalismo desatado, y que nos quedemos en nuestra pequeña y doméstica parcela de rencor personal o familiar, dando excusas inverosímiles y sin mirar más allá de la punta de nuestra nariz. Triste cosa es seguir la consigna de patrones perversos y ayudarles a jugar sus juegos de odio, en lugar de que sea nuestro motor el amor a la gente, a la naturaleza, al planeta, a la vida, para concluir.