Orlando Pérez
No son pocas las personas que me cuentan que ya no ven televisión nacional, no compran ni leen periódicos y si escuchan la radio es por las transmisiones de fútbol, programas de entretenimiento o muy esporádicamente para oír noticias. Y cuando les pregunto por qué, casi unánimemente responden: “No les creo nada”.
Quizá con quienes hablo entienden mejor qué significan los medios ecuatorianos, posiblemente también están hartos de la hipocresía, pero sobre todo, entiendo, porque ocultan muchas cosas y distorsionan la realidad con total descaro.
Circulan en redes los contratos millonarios con el anterior gobierno del Secretario Particular del actual Presidente de la República, cuando era un férreo opositor y no es escándalo; se divulgan las fotos de Fernando Balda con uniforme militar en prácticas con el ejército colombiano y les parece normal; una periodista de televisión recibe el “encargo” de hacer una campaña de desprestigio contra una empresa pública de seguros para favorecer a la de su esposo y es tan ético que todos callan, con los documentos a la mano y el silencio de los financistas; se deja libre al autor intelectual de un terrible crimen y mientras tanto se habla de independencia de la justicia, cuando el titular de la judicatura de Guayas es el abogado del sentenciado por homicidio múltiple; el Consejo Nacional Electoral le entrega a Pachakutik medio millón de dólares gracias a que una de sus militantes es ahora vicepresidenta de ese organismo y hablamos de que no hay plata y de que no debe haber politización de las instituciones públicas.
Y ni qué decir del silencio alrededor del intento de magnicidio contra Nicolás Maduro, mucho más cuando un supuesto periodista -en realidad el vocero de los terroristas- da pruebas de que fue organizado en Colombia y tuvo conocimiento de las autoridades de EE.UU. No, sobre eso no se dice nada y en cambio sobre el éxodo de venezolanos a Ecuador desde Colombia tenemos notas lacrimógenas y cursis.
En fin, hay tantas cosas que la prensa se calla o dice a medias que tienen razón quienes se desconectan de ella. La pregunta es: ¿por dónde entonces se puede informar la gente para tomar decisiones o al menos tener una postura frente a la realidad? ¿Por las redes? ¿Por el ‘boca a boca’?
Quizá ese sea el objetivo: tener ciudadanos sin criterio, desinformados, enajenados de su propia realidad, impávidos ante la pobreza y la desigualdad, avivando la mediocridad y el lugar común, alimentados de crónica roja y farándula. Si supuestamente lo más vistos y admirados son los de La Bosta se entiende que a los mismos medios –tradicionales y más antiguos- les importe un pepino hacer periodismo responsable y profesional. ¿Por qué voy a hacer editoriales, comentarios y notas o reportajes con toda la responsabilidad del caso si unos cuatro o cinco o seis o siete nuevos pelagatos, con sus inocultables precariedades intelectuales, son los más aplaudidos en las redes sociales?
Serio problema tenemos por delante si esta etapa de la historia es registrada con agujeros negros, desinformación y tergiversación de la realidad. Además, a todo eso se une un odio visceral, una sed de venganza y un hostigamiento permanente contra un ex presidente, o un grupo de personas que no puede circular en los espacios de “pelucolandia” por el simple hecho de haber sido funcionario público la década pasada (claro aquí se exceptúan los que habiendo servido al gobierno anterior sirven al actual como si no hubiesen tenido responsabilidad directa de muchas acciones y decisiones).
La mezcla de odio, venganza y persecución con desinformación es una fórmula letal para la construcción de ciudadanía que algunos pretenden como valor democrático de una nación en ciernes. Pero como los intachables periodistas de la prensa libre e independiente se consideran ajenos a toda culpa, porque no son responsables de nada ni se ensucian las manos con nadie, entonces dirán que es culpa del pueblo ignorante y de la clase política (ahí sí toda) corrupta que nos ha gobernado siempre, aun cuando algunos de esos periodistas se comportan sumisos y dóciles con los poderosos en los cocteles y reuniones privadas a las que los invitan con la única intención de someterlos a sus dictados.