Orlando Pérez

Parece que en la mira del nuevo Consejo de Participación Transitorio están todos los concursos. Y si así fuera no estaría mal que los concursos de belleza, los de la televisión basura, los deportivos y toda la tracalada de competencias sea supervisado por el ente liderado por Julio César Trujillo (de paso, el prohombre de todas las causas y aparentemente quien no peca de nada ni debe a nadie). Sin concursos, a dedazo limpio, solo así esta sociedad cambiará y tendrá unas instituciones bajo la inspiración de los consejeros, con la venia del aparato mediático conservador y con la vista gorda de la Corte Constitucional.

Lo que hagan después los nombrados a dedo no importa, ya para qué, todo será lo que sea, bajo el amparo de una voluntad popular tan, pero tan bien discutida y analizada, que nadie se ha percatado de leer el anexo correspondiente a las atribuciones del flamante y juvenil Consejo de Participación Transitorio. De paso, no estaría mal que Trujillo ayude a resolver los problemas de la ciudades, por ejemplo de Quito y Guayaquil: acabar con los baches de la Carita de Dios y el pésimo alcantarillado de la Perla del Pacífico; devolver a las dos ciudades el aroma de urbes en desarrollo y no en pleno retroceso; y, por qué no, revisar los “concursos públicos” para el otorgamiento de contratos en las obras públicas. Ya que los poderes omnímodos de Trujillo son tantos y tan poderosos, podría también garantizar que en adelante no haya en el servicio exterior ningún amigo ni pariente de ningún ministro (empezando por España). Tampoco estaría mal que nombre a los nuevos superintendentes de la lista -de la verdadera y auténtica- de Odebrecht. Ahí tendríamos a personas honestas y sin juicios ni sentencias, gracias a un fiscal que hizo el deber y la tarea. Por ejemplo: podríamos poner a Capaco en calidad de súper de Bancos y a Mauro T. en la de Compañías.

Por qué no también en la de Comunicación a Villavicencio y su corte de asesores llegados con la venia de cierta embajada. Y no quedaría mal otorgar por fin a Hurtado un cargo, en calidad de Superintendente de Economía Popular y Solidaria, donde no tenga que concursar, ya que siempre pierde. Si ya tiene como su jefe de personal, en el Consejo de Participación, a un marino dado de baja por incumplir las leyes militares, no se vería mal poner al frente de la judicatura al jurisconsulto castrense, sabedor de todas las mañas y artimañas de las legalidades nacionales e internacionales, gracias al enorme prestigio de su paso por la Inteligencia, el honorable coronel Pazmiño. Por último, el omnímodo Trujillo podría convertirse en el supremo juez electoral y calificar las listas para alcaldes, prefectos, concejales y miembros de las juntas parroquiales. Así nos evita pagar a cinco consejeros del Consejo Nacional Electoral y todo el aparato de esa función del Estado. Ya que estamos por el ahorro y la reducción de la burocracia, que de paso también asuma las tareas del Legislativo y así no hay que pagar a 137 asambleístas su sueldo y a todos los pipones de ahí horas extras y todas las demás obligaciones de ley.

Dado que nadie duda de su honorabilidad, probidad y sobre todo capacidad para gobernar, tendremos entonces a un supremo soberano, con la venia del pueblo, los medios y los poderes fácticos y en adelante la República del Ecuador gozará de la dicha y el bienestar que ninguna Revolución le ha podido garantizar, ni siquiera la de Alfaro, ni pensar en la Juliana, mucho menos la del 45 y menos aún la de Bombita.

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