Hace tiempo, en el debate académico y político, se empezó a hablar del “fin del ciclo progresista” en la región. Justamente para indicar que la etapa de las experiencias gubernamentales de izquierda había llegado a su fin y que ahora se iba a vivenciar un ciclo contrario de proyectos políticos de derecha. Esto parecía explicar de manera contundente lo sucedido en Argentina (desde diciembre de 2015), Brasil (desde agosto de 2016) y Ecuador (desde mayo de 2017).

Empero los recientes procesos electorales de Argentina parecen contradecir aquellos presagios. Sin contabilizar las elecciones locales y provinciales de este año, los resultados de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del último 11 de agosto revelaron que aquella tesis no se consumó. La fórmula presidencial conformada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner que propuso un proyecto político ubicado en las antípodas del actualmente vigente de corte neoliberal y conservador de la alianza gubernamental “Cambiemos”, lo aventajó por 16 puntos porcentuales. Lo cual hace pensar que el próximo 27 de octubre, cuando se celebren las elecciones definitivas, el corto interregno de derecha quedará truncado en tierras gauchas.

Desde este lugar, pareciera que el cuestionamiento realizado por Álvaro García Linera[1] a la idea de “fin de ciclo” fue acertado. Justamente, el intelectual y político boliviano mencionaba que esta noción no funcionaría porque al suponer una concepción de los procesos históricos cual dinámica con una esencia teleológica, movida por leyes independientes y por encima de las sociedades, terminaría por negar la acción de los sujetos sociales en el sostenimiento o modificación de dichos procesos. “Al colocar la idea de ´fin de ciclo´ como algo ineluctable e irreversible, se [buscó] negar la praxis humana como motor del propio devenir humano y fuente explicativa de la historia” (p.22). Desde este lugar es que propuso hablar de “oleadas” o mejor dicho de “procesos por oleadas revolucionarias” llevadas a cabo por una “contrainsurgencia perpetua”. En términos más llanos, los procesos históricos, sus resultados finales, resultan el producto de lo que “las propias clases populares plebeyas hagan o dejen de hacer” (p. 22).

Ahora bien, siguiendo este análisis uno podría aceptar la interpretación de que lo acontecido en agosto de 2019 en Argentina marca un punto de inflexión, abriendo perspectivas esperanzadoras para toda la región.

Empero, otros elementos parecen también formar parte de la explicación de lo sucedido en este austral país que obligan, por tanto, a no caer en fáciles soluciones. Estos aluden a las características de nuevo cuño que asumió este retorno del proyecto neoliberal. Como diversas investigaciones han revelado, se trata de una modalidad neoliberal que ha acelerado los procesos de acumulación y despojo. Algunos autores lo han descrito como un “capitalismo de la aceleración” el cual involucra un saqueo que se realiza a mayor profundidad y velocidad. Una suerte de versión radical del neoliberalismo de los ´80 y ´90, que produce dinámicas de distribución y redistribución de la riqueza aún más violentamente regresivas. Esta situación de empeoramiento evidente y tangible de las condiciones de vida de buena parte de la población argentina y bajo tiempos tan acelerados exacerbó y visibilizó las contradicciones del proyecto macrista. Esto a su vez permitió recordar (en mente y cuerpo) no sólo las penurias del mediato pasado neoliberal sino revalorizar las más recientes mejoras que los gobiernos kirchneristas conllevaron.

Sumado a esto, un análisis someramente comparativo revela que no son sólo estas las condiciones que se han desplegado en nuestra región bajo la arremetida reaccionaria. Por ejemplo, la reconstrucción neoliberal en Brasil implicó unas condicionalidades políticas, institucionales y jurídicas extraordinarias para su sociedad, sus organizaciones y su sistema político. A esto se le debe sumar el papel represivo que los actores militares vienen desempeñando en la seguridad pública, todo lo cual ha conformado condiciones cercanas a los regímenes autoritarios del siglo pasado. No se trata sólo de una reconstrucción neoliberal que está generando un proceso de destrucción de lo público y del bienestar social, con dinámicas de alta concentración de la riqueza en manos de las élites, sino de algo más complejo en el que la ausencia del “Estado de derecho” y el establecimiento de un “Estado de excepción” ha inaugurado una nueva relación de corte autoritario entre Estado y sociedad civil. Esto, por supuesto, conlleva graves efectos para que la activación social pueda tener lugar. En el caso de Ecuador, la reconstrucción neoliberal conducida por Moreno Garcés también ha inaugurado un estado en el que se ha puesto entre paréntesis la Constitución y las leyes. Igualmente, irrupciones sobre los procesos electorales con proscripción de candidatos y fenómenos asociados a la judicialización de la política. Sin embargo, en el plano socioeconómico la particularidad de tener dolarizada su economía y de contar con un “colchón de bienestar” producido por la administración correísta ha implicado que el impacto de las políticas neoliberales implementadas no haya sido aún tan brutalmente notorio. De igual forma, sobre esto colabora la alianza orgánica que estableció el gobierno con los principales medios de comunicación a fin de conformar condiciones de control totalizante sobre el debate y la opinión pública.

Por tanto, lo antedicho nos habla no sólo de lo apresurado que fue hablar del “fin de ciclo de las experiencias progresistas” sino también de aplicar la misma premura al proclamar el inicio del “fin del ciclo de derecha”. Por ello, así como es indispensable registrar la agencia de los sujetos sociales en la explicación de los fenómenos bajo análisis es igualmente forzoso tomar en consideración las condiciones políticas, institucionales, económicas, comunicacionales y culturales que deben prevalecer si se desea que la oleada progresista se reconstruya. Como ha revelado nuestra tumultuosa historia latinoamericana, el progresismo ha estado y sigue estando en disputa. Esto es lo que no debe perderse de vista.


[1] García Linera, A. (2016). “¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias? Los desafíos de los procesos progresistas del continente”, en Las vías abiertas de América Latina. Quito: IAEN. Pp. 21-53.

Por Editor