Por Carol Murillo Ruiz

1.

El juicio político va por buen camino. Es indudable que en el ambiente social y político hay incertidumbre, desconfianza, incredulidad y una serie de rumores que descolocan a quienes seguimos la política porque sabemos que de ella depende nuestra vida, aunque muchos crean lo contrario. Precisamente son esas personas, despolitizadas desde la producción del sentido común, las que más voz tienen para conducir la opinión pública.

Políticos, periodistas y opinadores en Twitter riegan las ideas que interesan al poder. Esta semana empezó en la Asamblea Nacional el juicio político; no faltan entonces las campañas para posicionar mensajes sobre la estabilidad democrática y la defensa de un presidente que no ha hecho nada de nada para el pueblo. Incluso se ha dicho que, aunque este señor sea un inepto, hay que salvarlo porque no es posible que “el correísmo se tome el poder”, (léase Asamblea y Consejo de Participación Ciudadana y Control Social), estos últimos elegidos en los comicios del 5 de febrero.

Esa es la fecha clave que definió la ruta que tomaría el gobierno del banquero para enfrentar su fracaso electoral no solo de quienes lo representaban en las papeletas sino de la ridícula consulta popular que supuestamente legitimaría su mandato. El derrumbe empezó ese día y eclipsar semejante fiasco requería medidas urgentes; pero como sus asistentes no tienen visión política ni comprensión de lo que significa gobernar para todos; porque lo que han hecho hasta hoy es vergonzoso: convertir la política en un mercado de pulgas.

Pero hay una frase que hasta los no tan ingenuos repiten: si él gobernara le iría bien al país. Tal infundio no toma en cuenta que este régimen tiene una ideología definida y que sus prioridades se enfocan en sus fines económicos. Solo así puede entenderse su tirria al Estado y la concepción práctica y necesaria de lo público. Solo así puede entenderse su irrespeto a la Constitución y a las instituciones que controlan el funcionamiento del aparato estatal.

2.

Digamos algo: el modo con que el presidente entró a la Asamblea Nacional ayer y su forma de hablar en el podio fue la del ultraje a los valores de una democracia hecha por los mismos que profesan su ideología (neo) liberal, es decir, quienes pensaron alguna vez que la división de poderes permitiría equilibrar los usos y abusos de cada cual. El actual jerarca no soporta la división de poderes; ya lo dijo: la Asamblea no lo deja gobernar. Una mentira del tamaño de su pedantería y necedad. Además, su discurso de ayer, sardónico y repleto de falsedades, dibuja en esencia lo que él cree que debe ser el formato de una democracia al servicio de los intereses de grupo a la par de la servidumbre de una población obligada a aceptar que se administre el Estado con los preceptos de la dádiva, la beneficencia y las migas de pan, o sea, favores al goteo.

Todo ayer fue un desplante. La estatura de un estadista que asume con valentía los ires y venires de la política no se vislumbró porque no la tiene. Enfrentar un juicio político le parece “una pérdida de tiempo”, (más bien debió decir: una pérdida para los negociados que forjan sus adláteres con su aquiescencia). Su noción de la política es, vamos a decirlo así, maximalista, pues al no tener un pensamiento estructurado sino una ideología dineraria, su alocución estableció que, por poco, el juicio político es un invento (¿inconstitucional?); ¡porque lo jurídico no lo antecedía! La breve alocución extremó su ‘sapiencia’ como si la dudosa república plutocrática que encarna debiera subsumir a la Asamblea y sus integrantes; porque de no ser así el país se convertiría en un “territorio de salvajes”. Asimismo, ve su potencial destitución como un “juego del alma de nuestra democracia” o un “asalto institucional”. Y más: instó a “dejar de pensar en lo político”. ¡Vaya atrevimiento! Un estadista sabe que todo es político más aún cuando se ostenta un cargo de elección popular.

Por supuesto que el juicio político es una figura constitucional que se estableció para evitar los “golpes de estado” del pasado. Pero él observa en una acción política legítima del poder legislativo solo sabotaje, boicot, inestabilidad, conspiración. No puede entender que siendo mandatario tiene y debe admitir que no basta su origen económico para proteger su penoso legado: un presidente sin apego a lo social, a lo humano, a lo ético. ¡Sin apego a una Constitución que garantiza el bienestar colectivo y jamás el bienestar de los poderosos! Quizás por eso las elites de este país odian tanto la herencia de Montecristi.

3.

No señor presidente: la democracia no se juega ni se fractura con su destitución. La democracia se fortalecería si los legisladores no se dejaran comprar por sus emisarios palaciegos. La democracia se purgaría si su destitución da paso a una difícil pero imperiosa transición que abandone su peculiar e inicua manera de maltratar la política: ofrecer un maletín.

No señor presidente: la institucionalidad de la que tanto habla es mínima porque usted la ha dinamitado desde que los astros no se le alinean para desaparecer por completo al Estado.

No señor presidente: la ciudadanía no quiere seguir aterrorizada porque usted no hace nada contra la violencia, el crimen, el narcotráfico, el microtráfico, la delincuencia común, el tráfico de influencias, el desempleo, la salud, la educación, la vida.

No señor presidente: su ideología separada de las penurias de la gente no es un puntal para tener esperanza en su proceder; porque sus antecedentes están ligados a la bancarrota del pueblo y la bancocracia de su espíritu.

El juicio va por buen camino por una sola razón: la mayoría de la población huele sus coacciones tras bastidores. Sufre su indolencia, su mitomanía, su impudor. Sufre sus engaños y su sarcasmo vacío de sabiduría.

Quienes lo defienden no lo defienden a usted. Defienden sus oportunidades perdidas desde que el gobierno de Rafael Correa desnudó la endogamia entre prensa, poderes fácticos y la cultura del privilegio. Un círculo de vanidades, prerrogativas y lujos simbólicos.

Quienes lo defienden no lo defienden a usted. Defienden un sistema que los premia mientras más quieren acercarse al poder con la ilusión del ascenso social y el arribismo sin clase.

Quienes lo defienden a usted detestan -sin siquiera saber por qué- la igualdad, la justicia, la solidaridad, la empatía social. Quieren ser como usted, pero no pueden ni nunca podrán. En realidad, es la determinante diferencia de clases que llevan por dentro y que acusan en otros como resentimiento social; no obstante, es la inveterada y profunda lucha de clases que usted ha puesto de moda, sin quererlo acaso, abriendo tenebrosamente la grieta del anticorreísmo más feroz.

El juicio va por buen camino. Ojalá su crueldad política sea destruida por una legislatura que no se arrastre por unos billetes que ya hieden a animal muerto.

Por RK